El Diablo 2



– XI –

A la mañana siguiente, cogió Pedro la primera diligencia que salía a Madrid. A su lado se sentó un hombre que le saludó quitándose la montera, aparentaba unos 40 años de edad. Vestía chaqueta corta y calzones, ambos de paño negro, camisa blanca con botonadura de nácar y calzaba botas con polainas de cuero. Por la vestimenta se podía apreciar una elegancia natural de hombre de campo. Resaltaba sobre la ancha faja de color, una gruesa cadena de plata que iba de bolsillo a bolsillo de la chaquetilla.
Entre los puentes de los ríos Tajo y Tajuña, Pedro se quedó adormilado y en la subida de la cuesta de la Reina, dormido como un tronco. Se despertó en la parada de Valdemoro, su compañero de asiento se bajó de la diligencia, por la ventanilla vio que hablaba con un hombre de parecida vestimenta, pero sin llegar a la elegancia del compañero de viaje, que subió al ponerse en marcha el carruaje, miró su reloj, y dirigiéndose al que ocupaba el asiento de al lado, comentó:
         Señor, por el sueño que ha echado no debió pegar ojo la noche pasada, a mí me pasa lo mismo, hasta duermo montado en mulo o caballo. Me llamó Fernando Diez y soy de Astorga, me dedico a comerciar con toda clase de productos que acarreo con los mejores arrieros de España, los maragatos.
         Mi nombre es Pedro Martínez y soy de la Sierra de Segura, voy camino de Madrid, donde haré unas gestiones en la Casa de Correos. El motivo que le llevó a Aranjuez, ¿está relacionado con su oficio de comerciante?.
         Ayer me pagaron una partida de cecina que le he servido a la Intendencia del ejército, tengo contrato como proveedor de lo que transportan mis paisanos. Nos conocen como le he dicho con el nombre de maragatos.
         La cecina, ¿es carne en salazón? – volvió a preguntarle.
         En mi tierra curamos la carne de vacas, ovejas, cabras y hasta la de pollino, al frío de las heladas que duran varios meses. Esta carne apenas tiene sal.
Interesado el serrano por la circunstancia de encontrar un proveedor del ejército como él, la conversación entre ambos se prolongó hasta la llegada a Madrid. El comerciante era muy hablador, como todos los que se dedican al trato de mercancías, al decirle, que también suministraba víveres al ejercito francés, le informó Pedro del contrato que había firmado el día anterior con la Junta Central. Esto debió sorprender al astorgano y al despedirse, invitó a cenar al compañero de viaje; diciéndole, que lo buscara en una posada de la Plaza de la Cebada donde paraban los maragatos.
Alquiló el viajero una habitación en un hostal de la calle Postas donde se había alojado otras veces. Se vistió con una casaca nueva y bien trajeado, se dirigió a la Casa de Correos. Al teniente jefe de la guardia, le comunicó que el Capitán General le esperaba, diciéndole su nombre. El oficial subió al piso de arriba y pronto bajó, acompañándole al despacho del Marqués de Cautelar, le esperaba en la puerta, y adelantándose para darle un abrazo, exclamó:
         ¡Pedro, hacía días que te esperaba! – cerrando la puerta del despacho, continuó –. Me enteré de la muerte de tu padre, ahora lamento que no te escribiese dándote el pésame. También supe por nuestro común amigo, Francisco de Paula, Coronel del Regimiento de Las Órdenes de la muerte heroica de tu hermano, esperaba que me visitases para acompañarte en el sentimiento.
         D. Ramón, no tiene porque disculparse, sé de sus muchas ocupaciones desde que ascendió a Capitán General, a las que se habrán unido las preocupaciones a causa de la guerra.
         Veo que aceptas mis disculpas y las justificas, lo que me alegra. Pero paso ahora a exponerte para lo que te necesito, después de saber tu misión de informador militar del general Reding. Quiero que hagas lo mismo para mí, te lo explico.
Más de una hora estuvieron hablando, previamente el general le dijo al soldado que hacía guardia en la puerta, no dejara pasar a nadie. La conversación trató de lo que el visitante suponía, quería que viajara al norte y sin entablar contacto con el ejército francés, recogiera información de sus efectivos, así como, del movimiento previsible de las divisiones. Esto, le insistió, era muy importante para que el ejército español se enfrentase a las fuerzas de Napoleón. Se hizo la hora del almuerzo y el militar propuso:
         He quedado a comer con el que fue Capitán General de Andalucía antes de Castaños, D. Tomás Morla, el que defendió Cádiz de la Armada inglesa. Las obras de las fortificaciones de dicha ciudad por él dirigidas, maravillaron al enemigo. ¿Porqué no nos acompañas?.
         Por mi afición a la artillería, sería un gran honor para mí conocer al general Morla. Los militares que han recibido sus enseñanzas lo consideran el mejor artillero de España.
         Entonces vamos a un hostal de la calle Carretas, allí me espera D. Tomás.
Durante el almuerzo que hicieron en un reservado, los dos generales trataron de las fortificaciones que se estaban construyendo para la defensa de Madrid. Antes, le explicó el Marqués al artillero, que su acompañante era hombre de toda su confianza, pero no le dijo la misión de espía que le había encomendado. Le insistió varias veces en el despacho, que la información militar que recogiera se la pasase sólo a él.
A la conclusión que llegaron los generales, después de estudiar los planos de las fortificaciones, era, que la capital de España no podía defenderse como Morla hizo en Cádiz contra la Armada inglesa y Palafox en el Sitio de Zaragoza. Pedro, apenas intervino en la conversación durante el almuerzo, solamente contestó las preguntas que le hicieron. Terminada la comida, D. Ramón le contó a D. Tomás, el duelo artillero de la Batalla de Bailén en el que participó su amigo. Morla le felicitó, añadiendo, que contaría con él si se necesitaban sus servicios como artillero en la defensa de Madrid.
Volvió al hostal, se cambió de ropa y pasó la tarde recorriendo las calles del centro, al anochecer, fue a la posada de la Plaza de la Cebada. Preguntó por Fernando Díez y le dijeron que lo encontraría en el Mesón Leonés de la calle de Toledo. Allí estaba el astorgano acompañado de dos guapas mujeres, que por su pinta, eran prostitutas caras. El maragato, nada más verlo, le preguntó:
         D. Pedro, ¿le importa que nos acompañen en la cena estas dos amigas mías?.
         Si son invitadas tuyas y no se habla de la guerra, a mí no me importa.
Las mujeres mientras comían no importunaron el diálogo entre los dos hombres que siguieron hablando de lo mismo que en el viaje de Aranjuez a Madrid. Al enterarse el comerciante que uno de los productos que se traía de Lorca era pescado en salazón, se interesó en comprar la partida que cupiese en un carro, pronto llegaron a un acuerdo en el precio y se cerró el trato.
De lo que contó el astorgano de su negocio, lo que más interesó al serrano que se estrenaba como espía aquella noche, era el contacto de los maragatos con la Intendencia francesa, así como los caminos que seguían por el norte de España. Después de la sobremesa, una de las prostitutas, la de más edad, le dijo al oído unas palabras a Fernando, éste le propuso al que ya consideraba su amigo:
         D. Pedro, me voy a la posada pasaré la noche con Remedios, me ha dicho que su sobrina Rita quiere acotarse con Vd. Esta joven es una joya, yo ya la he catado, sólo tiene 20 años. No te lo ha dicho ella por que le da vergüenza, le ofreces mucho respeto.
         Fernando, en el hostal donde me alojo no quieren que se lleven mujeres de la vida, me conocen desde hace años, siempre me hospedo allí en mis viajes.
Tres días permaneció en Madrid ocupado en recoger información militar, fracasó en su intento de ponerse en contacto con los masones. Durante dos noches estuvo frente a la puerta cerrada de la casa, donde le dijo su amigo Paco que se reunían los miembros de la Logia a la que pertenecía. En una taberna cercana le dijeron, que desde que se fueron los franceses de Madrid, de los masones no se encontraba rastro, a la mayoría los consideraban unos afrancesados.
Las noticias que llegaban a la Capital sobre la guerra eran contradictorias, incluso el Semanario Patriótico, consideraba una pequeña derrota, la que sufrió Blake ante el Mariscal Lefebvre en Zorzona, el 31 de octubre. Las informaciones de las que más se fiaba el espía, eran las que le trasmitía Fernando, el astorgano, con el que había intimado, hasta el punto, de confiarle su misión de informador militar. Esto decidió a los dos amigos a viajar hacía Burgos, cuando los maragatos confirmaron las victorias del ejército francés de Gamonal y Espinosa de los Monteros. La última ganada por el propio Emperador el 11 de noviembre.
En la visita al Marqués de Castelar, la mañana del 15 de noviembre, le confirmó las derrotas referidas. El general estaba conforme con sus planes, unirse a los arrieros maragatos para viajar hasta Burgos, con el fin de recoger información sobre los efectivos del ejército de Napoleón. Aquella tarde volvió a Aranjuez con dos objetivos, recoger su caballo y hacer la entrega de las provisiones, ya estarían almacenadas en Noblejas.
Nada más bajar de la diligencia se dirigió al cuartel del Regimiento de Órdenes. El sargento que mandaba la escolta le informó que el día anterior había llegado la carretería comandada por Roque. Esperó la llegada del coronel, hablando con su hijo, que le entregó para que la leyera la carta recibida de Siles, le escribía su madre, hermana y D. Gregorio. Cuando llegó D. Francisco de Paula le comunicó que al día siguiente por la mañana, estaba previsto realizar la entrega de los víveres a los representantes de la Junta, Comandante Intendente, Interventor y Escribano. Cenaron en el cuartel los dos amigos, el espía informó al militar de las instrucciones que había recibido de su Capitán General.
Al día siguiente, su socio y antiguo criado, Roque, le explicó cómo le fue en el traslado de las mercancías desde la Roda a Noblejas. Solamente tuvieron un incidente al pasar el puente sobre el río Záncara, pero no fue necesario que interviniera la escolta. Él y su cuñado Fabricio, pusieron en huida a una partida de bandoleros, le bastó derribar a un par de ellos con los fusiles franceses que se trajo de la Batalla de Bailén.
Se alegró Pedro que Fabricio Malaparte, el cuñado de Roque, se uniera al negocio, era un hombre cabal y listo. Por esto, después de abrazarlo, le encomendó que se quedara en Noblejas para vigilar junto con Facundo, el cochero, el almacén de provisiones.
Como la entrega de víveres se realizaba sin ningún problema y el Interventor quedó con Roque, para que al día siguiente bajase a Aranjuez para pagarle a los precios contratados, Pedro le dijo a su socio:
         Roque, he de salir para Madrid esta misma tarde, no puedo esperar hasta mañana para cobrar la parte que me corresponde, se la das a mi mujer tan pronto llegues a Siles, así como esta carta que te entrego. Tu cuñado Fabricio será el enlace entre los dos, él te avisará si hay cambio de planes, déjale un caballo.
         Pero para viajar D. Pedro necesitará Vd. dinero. Como no he gastado lo previsto para la comisión, le doy lo que me ha sobrado, tome esta bolsa a cuenta de lo que se le debe.
         Este dinero lo deduces del que le des a mi mujer como te he dicho. Mándale a Fulgencio esta segunda carta que te doy, le pido un carro más de pescado en salazón, lo tengo apalabrado con unos comerciantes del norte de España. Estos son conocidos como los maragatos, vendrán a Noblejas cuando se les avise que habéis llegado con el segundo viaje.
Al anochecer llegó a la posada de la Plaza de la Cebada, su amigo Fernando, el maragato, ya tenía preparado el viaje hacía Burgos, saldrían al amanecer camino de Aranda del Duero. Terminada la cena le dijo el astorgano:
         Pedro, como tenemos que viajar juntos es mejor que nos tratemos de tú.
         Eso mismo te iba a decir yo, en vez de Pedro puedes llamarme por mi sobre-nombre, El Diablo, está más indicado con la misión que se me ha encomendado. Algún día te explicaré el motivo de dicho sobre-nombre, sólo puedo adelantarte que mi segundo bautizo no se celebró con agua, sino con fuego.
         Como tu digas, Diablo, también he pensado en que cambies la ropa que usas por la de maragato. Mi amiga Remedios te ha arreglado una chaquetilla de las mías, sube a mi habitación y te la pruebas.
         Fernando, estás en todo, vestido de maragato me puedo camuflar mejor, aunque esto nunca es seguro. En el viaje solamente hablaré contigo, por mi acento pueden descubrirme tus paisanos, les puedes decir que soy tartamudo y no hablo para que no se rían de mí.
         Así lo haré y mantendré el secreto que me has confiado, aunque en ello me juegue la vida como tú. Sin llegar a tu altura, yo también soy un patriota, odio a los franceses y si pudiera, les sacaba las entrañas como le saco los dineros. ¡Mal rayo les parta!.
En el camino hacía Burgos, el espía, a través de los arrieros, se fue informando de los enfrentamientos de las tropas españolas con las de Napoleón, al que no le gustó que el Mariscal Lefebvre ganara la batalla de Zorzona, el Emperador, quería personalmente apuntarse todas las victorias. Por esto lo sustituyó por el Mariscal Victor, que persiguió al ejército derrotado, el que mandaba Blake, al que después se unieron los destacamentos de Tierra de Campos y las tropas escapadas de Dinamarca, que se trajo el Marqués de la Romana.
También por los arrieros tuvo noticias de las últimas batallas. Los generales Bassiers y Lasalle, ganaron la de Gamonal, el 10 de noviembre, y al día siguiente, Napoleón en Espinosa de los Monteros, deshizo el ejército de Extremadura.
Era medio día de la tercera jornada de viaje, cuando llegaron a Lerma, El Diablo y el astorgano. Aquella tarde se unieron a una caravana de arrieros que acarreaban víveres para los franceses, el grueso del ejército mandado por el Emperador, ocupaba Burgos. La noche que llegaron a esta ciudad, el espía y su amigo, fueron de taberna en taberna buscando información. Mientras el segundo trataba de la venta de vino de Aranda, el primero se situaba cerca de las mesas ocupadas por oficiales, con el objetivo de escuchar lo que hablaban. Se enteró que varias divisiones del ejército Imperial, avanzarían por el valle del Ebro para enfrentarse con las fuerzas españolas del Centro y Aragón, mandadas por Castaños y Palafox.
Antes que amaneciera, los dos amigos acompañaban una caravana de arrieros, que iniciaron un recorrido por las afueras de la ciudad donde acampaban las tropas francesas, llevaban un interprete que se encargaba de ofrecer los productos que acarreaban. Al intentar el espía acercarse donde estaban los cañones en un campamento, maniobra que había repetido en los anteriores visitados, le dieron el ¡Alto!. Dos soldados le flanqueaban mientras iban al Puesto de Guardia.
El astorgano al ver preso a su amigo, seguido del interprete, se presentó ante el oficial jefe de la guardia, que le preguntó al intruso en francés:
         ¿Qué hacía Vd. cerca de los cañones?.
         Buscaba un sitio escondido para hacer de cuerpo – contestó en castellano, tartamudeando y poniendo cara de bobo.
Traducidas la pregunta y la repuesta por el interprete, al oficial se le notaba en la cara que no estaba convencido, y antes que siguiera preguntando, intervino Fernando para decirle a través del traductor:
         Capitán, no ve que este criado mío es un pobre diablo, además de tartamudo no tiene dos dedos de luces. Si le sigue preguntando, con la dificultad que tiene en el habla y lo que tarda el interprete en traducir, estaremos aquí toda la mañana.
         De los que parecen tontos son de los que menos me fío – replicó el oficial.
A continuación sacó el comerciante una Cédula Real firmada por un ministro de José I, que le acreditaba como proveedor de la Corte, fechada antes que el rey intruso abandonase Madrid. Esta Cédula con texto en castellano y en francés, debió convencer al oficial, que concluyó el diálogo diciéndoles que podían seguir su camino.
Aunque les quedaba un campamento por recorrer, decidió el espía terminar su visita informativa y le comunicó a su amigo, sin que nadie le oyera:
         Fernando, es urgente que trasmita que varias divisiones francesas bajarán el valle del Ebro para enfrentarse con las tropas de Castaños y Palafox, esta misma tarde salgo para Madrid. Me queda por saber el movimiento hacía el oeste de las tropas que manda el Mariscal Victor.
         Descuida Diablo que de eso me encargo yo. Te acompañaré hasta Lerma y desde allí, camino de mi tierra, me iré enterando de los efectivos franceses en el valle del Duero.
         ¿De qué medio te valdrás para pasarme la información militar?.
         A través de mi amiga Remedios, en las notas que le escriba sobre la mercancía destinada a Madrid, si te parece, por el número de fanegas, arrobas y libras, puedes saber los efectivos militares que te interesan. Por ejemplo, cada fanega de garbanzos serán 1000 soldados, cada jamón un cañón, las arrobas de cecina los carros….Con cada producto, su cabida y peso, tendrás la información que te interesa.
         Has tenido una buena idea, de la forma que me dices, puedo no sólo recibir información, también trasmitirla como proveedor del ejército. Lo mismo hace Napoleón, comprando compatriotas nuestros, tan malos españoles como los que acompañaron al rey intruso en su huida y que ahora vuelven con el Emperador.
         Como sabes donde viven Remedios y Rita, pasas por su casa. En la primera carta que le escriba a mi amiga, se le llevarán mis paisanos, le diré que eres mi encargado mientras esté ausente de Madrid. Al posadero le dices lo mismo, para que te deje ocupar mi habitación, allí tienes la ropa que cambiaste por la que llevas.
Pedro en sólo dos jornadas cabalgando, su caballo era ligero y resistente, se puso en Madrid, era el 21 de noviembre. Dejó la caballería en la posada, se aseó y cambió de ropa, aquella misma noche fue al domicilio del Marqués de Castelar.
Le abrió la puerta de la casa-palacio un mayordomo, esperó que éste le anunciara la visita, sólo un minuto, el tiempo que tardó el criado en subir y bajar las escaleras. El Marqués lo invitó a cenar y mientras comían los dos solos, le trasmitió la información que había recogido en Burgos. También le anunció de cómo se enteraría de los efectivos del Mariscal Victor.
Dos días después, Remedios, le entregó la nota que había recibido de su amigo Fernando, inmediatamente fue a visitar al Capitán General. Lo encontró en su despacho y por su cara, supuso que había recibido malas noticias. No necesitó preguntarle cuáles eran, nada más cerrar la puerta y sin darle tiempo al visitante a sentarse, el general le comunicó:
         Diablo, hace tan sólo unas horas, he recibido la noticia de que el día 23, fueron derrotados en Tudela, Castaños y Palafox. El ejército invasor tiene abiertas las puertas de Aragón y Cataluña.
         D. Ramón, si los franceses vuelven nuevamente a sitiar Zaragoza, allí encontrarán su merecido. Su compañero, Palafox, el Capitán General de Aragón, ya les ha demostrado el valor y resistencia de los zaragozanos.
         Pero ahora, las tropas que mandan Moncey y Martier, son más numerosas que las del primer Sitio. Si no consigue resistir Palafox, a la ocupación de Aragón seguirá Cataluña y Valencia.
         En Cataluña están destinados dos generales que conozco de la Batalla de Bailén, Reding y Coupigny. Si el primero es un gran estratega, el segundo es un maestro en la táctica, como demostraron en la referida batalla. Si el ejército francés ha salido victorioso en campo abierto, no le pasará lo mismo al ocupar ciudades. El ejemplo del Dos de Mayo, ha calado muy hondo en los españoles, su patriotismo es nuestra mejor fuerza.
         Puedes que lleves razón, pero si Zaragoza y Gerona pueden resistir un segundo Sitio, no pasa lo mismo en Madrid. Tanto a Morla como a mí, nos corresponde defender la Capital de España, pero por las informaciones militares que me has pasado, sabes, que no tenemos fuerzas para enfrentarnos a 40.000 hombres.
         Podemos parar ese poderoso ejército en los puertos de la Sierra, así dará tiempo que lleguen fuerzas del sur y que se reorganice el derrotado ejército del norte.
         Es lo que tengo planeado, pero hasta hora, solamente cuento con 8.000 hombres, que marchan hacía los puertos de Navacerrada y Somosierra, al mando del general San Juan.
El diálogo entre el general y el espía continuó, aquel le encargó que se pusiera a las órdenes de D. Tomás Morla para buscar los mejores emplazamientos a las baterías. También que ayudase en el adiestramiento de los artilleros, 500 soldados de línea que apenas bastaban para atender las bocas de fuego.
Al día siguiente, se extendió por todo Madrid la derrota de Tudela, la gente, en sus comentarios, se dividían en dos bandos. Por un lado los prudentes, que preferían el pacto con el Emperador que estaría en pocos días a las puertas de la ciudad. Y por el otro, los que recordaban la valentía de los madrileños en el Dos de Mayo, pero olvidaban las muertes que se produjeron.
El general artillero, Morla, también le llamaba por su nombre de guerra, El Diablo, le encomendó el adiestramiento, conjuntamente con los oficiales, de los soldados al servicio de las baterías. En la mañana del 30 de noviembre, acompañó al general en la revista a las fortificaciones, todavía se estaban construyendo. Consistían en fosos, aspilleras en todas las murallas, barricadas hechas desempedrando las calles y obras que servían de parapetos. Terminada la revista le dijo al general:
         D. Tomás, hoy llega a Noblejas la caravana de carros procedentes de Lorca, con las provisiones que se entregarán a los representantes de la Junta, según el contrato que tengo firmado.
         Diablo, se me había olvidado lo que me dijo el día que nos conocimos, que también era Vd. proveedor del ejército. Esta misma tarde salga para Aranjuez, antes pase por mi despacho, le entregaré una carta para Jovellanos, pidiéndole que deje los víveres almacenados, podemos necesitarlos si el cerco a Madrid se prolonga.
En la segunda visita a Jovellanos, el político mantuvo con Pedro un largo diálogo. Por el mismo, el visitante pudo apreciar su valía, nunca había conversado con un hombre tan inteligente y de ideas más claras. La admiración que ya sentía por el Jurisconsulto, autor de la Ley Agraria, aumentó aquella tarde. D. Gaspar estaba seguro que Napoleón tomaría Madrid, por lo que había decidido irse a su tierra asturiana, allí organizaría la defensa contra el ejército invasor. “Ni los romanos ni los moros pudieron invadir mi tierra, si ahora pretende hacerlo el Emperador, puede que le pase lo mismo”. Estas fueron las últimas palabras, con las que se despidió del espía, deseándole suerte.
En el camino hacía Noblejas la mañana siguiente, reflexionó sobre lo que le dijo Jovellanos. Una idea se le quedó fija en la cabeza, su tierra, la Sierra de Segura, era tan montuosa como Asturias, según sus estudios de geografía, con pocos hombres, pensó, se podía hacer lo mismo que el Empecinado en Castilla y con menos peligro, amparados por las montañas y los bosques.
Roque, una vez más le confirmó su competencia en el transporte de víveres con la carretería. Le entregó tres cartas, una de su mujer y las otras dos de sus amigos, Paco y Fulgencio. Por dos veces leyó la carta de Luciana, las noticias que le daba le tranquilizaron y especialmente, que su amigo Gregorio, suplía su ausencia en el aspecto económico, le adelantaba dinero hasta que llegaba Roque.
En las cartas de los dos amigos, ambos estaban preocupados por el desarrollo de la guerra, y más que noticias de lo que pasaba en Valdepeñas y Lorca, le pedían información a él.
Al no tener que hacerse entrega de los víveres, un escribano de la Junta levantó acta de lo que quedaba almacenado, dándole copia a Roque para que al día siguiente le pagara el Interventor. Fabricio se quedó en Noblejas vigilando el almacén y los dos socios, bajaron a Aranjuez. Al llegar a la casa de Pedro, donde dormiría Roque, en la puerta estaba esperando a éste el sargento de la escolta, se habían hecho grandes amigos, juntos se fueron a recorrer el Real Sitio.
Bien entrada la noche volvió Roque a la casa, entró en la única habitación con luz, el despacho de Pedro, que se dio cuenta que su socio venía bebido, por lo que se limitó a decirle:
         Mañana al amanecer vuelvo a Madrid en mi caballo, encima de esta mesa te dejo tres cartas contestando las que me trajiste. La llave de la puerta de la calle, cuando salgas de la casa, la metes por el hueco de la gatera. ¿Te has enterado? – terminó preguntándole.
         Si amo – contestó con lengua estropajosa.
Le acompañó al dormitorio de su hijo Pedro Juan, pronto desde el suyo, oyó los ronquidos del antiguo criado. Sabía que al día siguiente, mataría el gusanillo con una copa de Chinchón, costumbre de los serranos para que se le pasase la resaca, y de esta forma, la mente de su socio recordaría las instrucciones que le había dado. Las más importante, que se hiciera el mismo reparto que en el primer viaje.


– XII –

Al medio día del 2 de diciembre, llegaba Pedro al Puente de Toledo, nada más atravesarlo, bajo de su caballo y se acercó a un grupo que rodeaban a un oficial y a tres soldados, que controlaban el paso del puente. Muy alterados, la partida de hombres gritaban: ¡Queremos armas!, ¡Queremos fusiles y cartuchos!.
A un hombre que no participaba en la algarada y se mantenía sereno observando, le preguntó:
         Buen hombre, ¿porqué están tan alterados esa gente y piden armas?.
         Señor, ayer se supo la derrota de D. Benito San Juan en Somosierra. Estos vecinos piden fusiles, así como los de Avapíes, Embajadores, Mesón de Paredes y todos los barrios bajos de Madrid, no quieren que les pase lo que hace hoy siete meses, en el Dos de Mayo. Entonces lucharon contra los franceses con garrotes, navajas y toda clase de herramientas; ahora, quieren hacerlo con armas de fuego.
Tirando de las bridas del caballo por la calle Toledo, llegó a la posada de la Plaza de la Cebada, no consideró prudente ir montado, ante el gentío que aumentaba por momentos, todos gritando las mismas frases que el grupo del puente. El posadero le informó que la multitud había asaltado la casa del Regidor, buscando armas y cartuchos, y que la mayor concentración de gente se encontraba en la Puerta del Sol.
Hombre previsor, al que llamaban El Diablo como nombre de guerra, se cambió de ropa, poniéndose la de maragato. Vestido de negro y con la montera calada hasta media frente, representaba propiamente la figura de su sobre-nombre. No se tapó la cara con el pañuelo rojo como en Bailén, por si acaso, se lo metió en un bolsillo para ponérselo si veía alguien conocido.
Llegó a la Puerta del Sol, una multitud la ocupaba, todos mirando hacía la Casa de Correos y entre los que gritaban, la frase más repetida era: ¡Queremos armas!. Buscó un sitio para pasar desapercibido y observar; menos mal, que no fue visto por una de las manolas que más gritaba, Remedios, le acompañaba Rita que tenía la cara más blanca que el papel, pero no vociferaba como su tía. Unos pedruscos sacados del empedrado de la plaza, se estrellaban contra los cristales de las ventanas de la planta baja, haciéndolos añicos.
La multitud cada vez más enfurecida seguía gritando y tirando piedras, una de ellas, rompió los cristales del balcón, donde tenía el despacho el Capitán General. Se abrió la puerta en que había hecho blanco la piedra y la multitud se cayó al ver salir al general Morla. No tuvo que levantar la voz, el silencio permitió oír sus palabras, fueron:
         “No hay armas ni cartuchos, las últimas se repartieron entre los Honrados, que como milicia voluntaria sabe usarlas, y no llegaron para que todos tuvieran un fusil, los que no lo tienen, llevan su escopeta”.
Estas palabras enfurecieron más a la gente y entre los gritos, pedían que saliera el Marqués de Castelar, que apareció en el balcón. Su voz forzada, alta y ronca, apenas era audible para El Diablo por los murmullos y voces de la multitud, el general, no logró apaciguarlos. Viendo a su amigo en situación tan comprometida, pensó en buscar una puerta trasera de la Casa de Correos, después de encontrar tres puertas cerradas, decidió irse a las trincheras del Retiro, allí se encontraban las baterías y sus amigos, los oficiales artilleros.
Estos, al verlo con aquella pinta, extrañados, no sabían que decirle, hasta que el capitán se decidió, llamándole por su nombre de guerra:
         Diablo, con ese ropaje le vas a meter miedo a los franceses y más, cuando te vean que les disparas las garrapiñadas que le tenemos preparadas.
         Capitán, por lo que veo, me ha hecho caso en preparar la metralla que les dije. Supongo que con las garrapiñadas se refiere Vd. a los restos de herraduras que le aconseje que buscaran.
         Así es, estamos bien pertrechados de pólvora y metralla. ¿Le importaría a Vd. esta noche, acompañar a una patrulla para observar el movimiento y preparativos del ejército francés?.
         No tengo ningún inconveniente y me parece acertada su idea.
         La patrulla la formarán, un teniente y dos soldados de Fuencarral, conocen bien el terreno del norte de Madrid, donde acampan los franceses, irán con ropa de paisano como la suya, todos vestidos de negro.
La patrulla se dirigió a la Puerta de los Pozos en el extremo de la calle Fuencarral, El Diablo, subiéndose al espaldón de tierra y piedras detrás del foso, pudo ver la luz de las linternas que se movía de un lado a otro y le comunicó al oficial:
         Teniente, como a trescientos pasos de aquí, se encuentra un escuadrón, supongo, por el movimiento de la tropa, que preparan el ataque tan pronto amanezca mañana.
         Bajemos a Recoletos – le contestó –, y desde allí, nos aproximaremos con cautela hasta el campamento, donde me ha dicho el capitán, se encuentra el grueso del ejército.
Repitieron la misma operación de los Pozos, pero desde lo alto de la barricada de Recoletos, apenas se distinguían las luces del campamento. El Diablo, acompañado de un soldado que le dijo era cazador, iniciaron un avance hacía donde estaba el enemigo. Oyeron el ruido de unos pasos y al unísono, ambos se agacharon escondiéndose en una zanja, vieron seis soldados que hacían lo mismo que ellos, permaneciendo escondidos hasta que los franceses dieron la vuelta. Después los siguieron, pudiendo comprobar que se hacían los mismos preparativos que en el primer campamento. Distinguieron hasta 12 cañones, contra ellos lucharían a la mañana siguiente.
Echaron más de una hora en la excursión nocturna, al volver donde dejaron el teniente, no estaba esperándolos, marchándose a la trincheras del Retiro; nada más verlo, el capitán les preguntó:
         ¿Qué habéis observado?.
         Lo que Vd. suponía – contestó El Diablo –, mañana empezará temprano la función.
En un aparte, le informó con detalle de todo lo que había visto, aconsejándole que sería conveniente cambiar el emplazamiento de los cañones. Aquella misma noche, los trasladaron hasta los Hornos de Villanueva.
Entre las 8 y las 9 de la mañana, inició el avance hacia Recoletos las columnas francesas, apoyadas por la fusilería y artillería, que no podía disparar contra los cañones españoles sin grave riesgo para los suyos; había acertado El Diablo, en el emplazamiento buscado. Tan pronto tuvieron al alcance el enemigo, los artilleros españoles empezaron a mandarles recados de metralla, lo mismo hicieron las baterías emplazadas en La Veterinaria.
El fuego cruzado de los cañones españoles, obligó a replegarse a los franceses. Esto motivó que el capitán le gritase al Diablo, que permanecía a pocos pasos de él, tapando su cara con un pañuelo rojo:
         Hemos logrado parar el avance del enemigo.
         Capitán, yo creo más bien, que querían medir nuestras fuerzas y ver la situación de nuestros cañones. Presumo, que con el movimiento de la tropa, sólo querían intimidar y saber el emplazamiento de nuestras baterías.
No se equivocaba, al primer avance siguió el segundo con el grueso del ejército, que se suponía mandaba el propio Emperador. También tuvo que retroceder ante la intensidad de fuego de las baterías españolas. A cargo de dos cañones estaba el hombre enmascarado, disparaba a bala rasa, como lo había hecho en Bailén. Ante el nuevo repliegue, los artilleros, desde el capitán hasta el último soldado, manifestaron su júbilo, y nuevamente el oficial le gritó al Diablo:
         Ahora no me dirá que el avance sólo era para intimidar.
         Antes que lo hagan otra vez, voy a dirigirme a un sitio desde donde pueda ver el despliegue del enemigo, no se nos eche encima.
El único que permanecía sereno y con la cabeza fría, era el hombre que tapaba su cara con un pañuelo rojo. Esto le permitía no emborracharse de fuego, cosa corriente en los artilleros por el efecto del humo. Volvió a la media hora del recorrido como observador, para decirle al capitán que pronto estarían rodeados. La fusilería que los defendía desde las trincheras del Retiro y parapetados en la Plaza de Toros, se habían retirado, bajándose a la Puerta de Atocha.
Viendo el enmascarado que pronto caería Recoletos, se dirigió corriendo por la calle de Alcalá, hasta la gran barricada más arriba del Carmen. Allí encontró al Marqués de Castelar mirando con un catalejo, se quitó el pañuelo para darse a conocer ante el general, que sin hacer ningún comentario, le pasó el instrumento con el que miraba.
Subió a lo alto de la barricada con el catalejo, observó que se habían formado dos frentes; uno, en el Retiro y la Plaza de Toros y el otro, entre La Veterinaria y Recoletos. Entre ellos, distinguió un personaje montado en un caballo blanco, que como él también miraba por un catalejo; no tuvo dudas de quien se trataba, era Napoleón. Bajó de la barricada y al entregarle el instrumento al general, éste le preguntó:
         Pedro, ¿le has visto?.
         Sí D. Ramón, ¿pero qué va hacer Vd.?.
         No me rendiré ante ese canalla, tengo pensado recuperar las fuerzas que mis jefes y oficiales encuentren útiles para el combate y salir de Madrid esta noche.
         Como veo que no se ha traído su caballo, voy por el mío para que salga de aquí. De paso me cambiaré de ropa, le acompañare a donde vaya Vd..
En media hora volvió al mismo sitio con su ropa usual, dejaba su nombre guerra, El Diablo, por el verdadero. La situación era insostenible, los franceses se aproximaban a la barricada disparando, entraban por la calle de Alcalá y la del Turco. Los españoles se batían con arma blanca, los que no tenían de fuego; el general gritaba, queriendo poner fin a la masacre, pero aquella gente enfurecida no le hacía caso. Se le acercó el amigo para decirle:
         D. Ramón, monte en mi caballo y salga para la Casa de Correos, allí estará seguro, no creo que esta soldadesca asalte la sede de la Junta.
         Allí te espero Pedro.
No tuvo problemas para entrar en la Casa de Correos por la puerta de las cuadras, aunque estaba cerrada, el general había dado su nombre al jefe de la guardia. Subió a la primera planta, solamente había soldados en la puerta donde se reunía la Junta Militar y Política. Después de golpear la puerta del despacho con la contraseña concertada, el propio Capitán General le abrió. Se ocupaba en recoger papeles y objetos que guardaba en los cajones de la mesa, de uno de ellos, sacó una bolsa y entregándosela, le comunicó:
         Con esta bolsa paga el ejército los servicios que has prestado, por tu seguridad, no le dije a nadie que me pasabas información, aquí se te conoce como un amigo mío de la juventud. Información que por cierto para nada ha servido y eso que se la pasé a los generales que tenían que haber acudido a la defensa de la Capital de España. Mis compañeros, nos han dejado solos, sabiendo que no teníamos fuerzas para defenderla.
         No tiene porque pagarme nada, D. Ramón, nunca pensé en cobrar por defender a mi patria.
         Esas palabras te enaltecen, pero coge este dinero, está intervenido y anotado. Si los militares cobramos por cumplir con nuestra obligación, más derecho tienes tú como civil, habiendo desempeñado una misión que te ha podido costar la vida.
Cogió el dinero y se quedó sentado, mientras el general metía en dos bolsas sus pertenencias, se le veía entristecido y por lo que dijo de sus compañeros; pensó, que también debía estar defraudado, incluso, despechado. El silencio se interrumpió, al oírse unos golpes en la puerta; autorizó el paso el general, entrando D. Tomás Morla, que le dijo a su compañero:
         Ramón, te traigo un borrador de las capitulaciones, todos los miembros de la Junta quieren que lo leas para saber tu parecer.
         Mira Tomás, sé que lo redactado es lo más conveniente para defender la vida de muchos madrileños, debéis impedir, que los exaltados se enfrenten con los soldados franceses, yo no lo pude conseguir esta mañana.
         Entonces no quieres leerlo.
         Como te he dicho, prefiero no hacerlo, pero le dices a los miembros de la Junta que estoy conforme, siempre que se evite que corra sangre española.
         Hemos acordado con el Duque de Neuchetel, que mañana D. Tomás Iriarte y yo, suscribiremos con el Emperador las capitulaciones; si éste, acepta el articulado. Si no, tendremos que negociar, no nos queda otro remedio.
Hizo una pausa, dándose cuenta de la presencia del amigo del Marqués, que permanecía callado mientras dialogaban los generales. Dirigiéndose a él, le propuso:
         D. Pedro, sé que Vd. habla francés y he tenido conocimiento de su actuación esta mañana, gracias a que avisó a los artilleros, estos pudieron salvar la vida. Le quiero pedir un favor, ¿me quiere acompañar mañana al Cuartel General del Emperador?.
         Por mí no hay ningún inconveniente, si el Marqués no me necesita y no soy un estorbo.
         Diablo – intervino D. Ramón, llamándole por su nombre de guerra –, si Morla te ha pedido que le acompañes, con seguridad, te confiará una misión importante.
         Entonces – concluyó el general –, mañana a las ocho en punto saldremos, me espera en la puerta trasera que da a las cuadras. Nadie debe enterarse de esta visita al Emperador, el pueblo de Madrid sigue soliviantado y es posible que, después de enterrar a las víctimas y curar a los heridos, se eche otra vez a la calle.
Bajaron a las cuadras D. Ramón y su amigo, allí cogieron sus caballos, cargaron las bolsas y salieron a la calle. El general iba delante, su acompañante se extrañó, que no siguiera la dirección de su casa, tomaron la calle Mayor para después torcer, antes del Palacio Real, por la calle Nueva, que dejaron, para seguir camino del río y próxima a su orilla, pararon en una Quinta rodeada de una esplendorosa arboleda. Un criado se hizo cargo de las bolsas y otro del caballo del Marqués, que comunico a su amigo:
         Pedro, esta noche salgo para Toledo, mis jefes y oficiales traerán la tropa que hayan podido reunir a la Puerta de Segovia.
         Esta noche, allí estaré para despedirme de Vd..
         No será necesario, tú que me conoces, sabes el mal trago que estoy pasando. Aunque nadie podrá decir que me he rendido ante ese canalla de Napoleón, pero mi nombre pasará a la Historia, como el Capitán General que entregó Madrid a los franceses.
Se abrazaron los dos amigos, los ojos del Marqués estaban humedecidos. Mientras Pedro cabalgaba camino de la posada de la Plaza de la Cebada, iba reflexionando sobre las últimas palabras del general; seguramente, pensó, que dejaría el ejército. Sus antecesores por línea materna, los Patiños, de la misma familia que su amigo de Aranjuez el Conde del Arco, prestaron servicios relevantes como militares por más de un siglo. Si para la gran mayoría de los españoles, era muy duro que el rey intruso ciñera de nuevo la corona, para el Marqués sería insoportable.
Dejó su caballo en la cuadra de la posada, al echarle de comer, sintió un hormigueo en las tripas, hacía 24 horas que no probaba bocado, se fue al Mesón Leonés, encontró a Remedios y a Rita hablando con el mesonero. La amiga de Fernando, el maragato, estaba indignada; decía en voz alta – con la intención de que la oyera el amigo de su amante, que se sentaba en una mesa para comer sólo –: “los generales y los miembros de la Junta son unos cobardes, estoy segura que mañana entregarán Madrid al Córcego”.
Estaba terminando de comer y se le acercó Rita, sentándose en la mesa, le sirvió un vaso de vino, por las insinuaciones de la joven, supuso que quería acostarse con él, aunque no se lo propuso. Se acordó que no le vendría mal un planchado a la ropa que llevaría al día siguiente, pidiéndole el favor a la mujer, que aceptó encantada.
De vuelta a la habitación que le dejó su amigo Fernando, sacó de la bolsa de cuero repujado, una camisa blanca, la ropa estilo francés que hacía meses no se ponía, y unos zapatos con hebilla de plata. Pronto llegó Rita, ya con las planchas calientes; terminada la faena, le dijo que se probara la ropa. Viendo la joven lo bien que le sentaba, se le acercó para abrazarlo, no la rechazó y enlazados como estaban, se fueron a la cama. Con el ajetreo amatorio, la relajación corporal y el cansancio acumulado, se quedó dormido, Rita se vistió y sin hacer ruido, salió de la habitación.
Media hora antes de las ocho de la mañana, ya estaba esperando Pedro en la puerta cerrada de las cuadras de la Casa de Correos. A la hora prevista, salió el general Morla, presentándole a D. Tomás Iriarte, montaron en los caballos y rodeados de una escolta que mandaba un capitán, cabalgaron hacia Recoletos. Allí les esperaba el Duque de Neuchetel, cambiaron la escolta española por otra francesa, para dirigirse al Cuartel General del Emperador.
Llevaban medio camino recorrido, todavía no le había dicho el general a su acompañante para lo que le necesitaba. Observó que hablaba con el duque y acto seguido se le acercó para comunicarle:
         Le he dicho al duque que eres mi secretario, le he pedido que me extienda un salvoconducto para salir de Madrid, después que las tropas francesas ocupen la ciudad. Tu misión será conseguir ese salvoconducto, mientras Iriarte y yo nos entrevistamos con el Emperador.
         Así lo haré D. Tomás – le contestó.
Llegaron a la Quinta del Recuerdo, era la residencia que le habían preparado al Emperador, estaba reunido con sus generales, los que salieron al ante-despacho, nada más anunciarle la llegada de los parlamentarios. Pasaron acompañados del duque a la estancia donde se encontraba Napoleón, un general cerró la puerta tras ellos. Al poco rato, salió el duque para volver con un personaje que los generales saludaban bajando la cabeza a su paso con respeto. Pedro, permanecía de píe en un rincón de la sala, por lo que hablaban, pudo enterarse que se trataba de José Bonaparte. Le pareció un hombre bien parecido, alto y elegantemente vestido, su figura mejoraba bastante la que se decía de su hermano.
No entró nuevamente el duque en el despacho, se limitó abrirle la puerta a su acompañante, se le acercó el que hacía de secretario de Morla, para recordarle lo del salvoconducto. Fueron a una estancia del ala norte de la Quinta, donde estaban unos escribanos, a uno de ellos, empezó a dictarle el duque los datos personales de D. Tomás, los iba mirando de una nota que se sacó del bolsillo.
Cuando el escribano terminó de rellenar el impreso, le estampó el Escudo Imperial y se lo dio al duque que lo firmó, para después entregárselo al que le había acompañado, que se atrevió a decirle:
         Señor Duque de Neuchetel, como secretario del general Morla, tengo que preparar su salida de Madrid. Si no le parece mal, necesitaría también un salvoconducto para no tener tropiezo con los controles que se establezcan.
         Si así lo desea, puede dictarle al escribano sus datos personales.
Repitió el mismo nombre y filiación del primer salvoconducto francés, que consiguió del capitán, hijo del botánico amigo de Sandalio, cuando fue con éste al cuartel de Fuencarral, después del Motín de Aranjuez. Con los dos impresos firmados por el duque, volvió con él al ante-despacho del Emperador. Por los nombres que oía, identificó al Mariscal Ney y al general Bessiers, los dos que mandaban las tropas que atacaron por Recoletos y Fuencarral.
Por el tiempo que tardaban los parlamentarios en hablar con los dos hermanos Bonaparte, dedujo, que el articulado de las capitulaciones, posiblemente no le parecía  bien al Emperador. Nada más salir Morla e Iriarte, emprendieron camino de vuelta a Recoletos, el que hacía de secretario, iba intrigado por conocer el resultado de las negociaciones. Por esto al cambiar la escolta, preguntó:
         General, ¿ha sido complicado que el Emperador aceptase el articulado de las capitulaciones?.
         No creas, Pedro, solamente se opuso a un par de artículos, pero para ponernos de acuerdo, como sólo hablaba él, nos ha llevado su tiempo.
         Gracias a que tú – intervino Iriarte –, te entrevistaste antes de ayer con el Emperador, hoy, no nos ha ido mal la negociación.
         Entonces me amenazó con fusilarme, si la población no se rendía antes de las seis de la mañana del día siguiente. Ayer, mientras discutíamos los miembros de la Junta, el borrador que redacté con sus exigencias; sabía, que con los ataques sólo quería intimidar, incluso, el de las tropas que él mismo mandaba. Apenas utilizó la artillería, no quería dejarle a su hermano, como rey de España, la Capital destrozada.
         Vuelvo a repetirte – insistió Iriarte –, que gracias a ti, hemos firmado una capitulación honrosa; según me dijiste, tu primera entrevista duró más tiempo.
         No me lo recuerdes, me trató como sé que lo hace con sus generales derrotados. Me hizo responsable del incumplimiento de las capitulaciones pactadas por Castaños y Dupont, después de la Batalla de Bailén. Como sabes, no tenía barcos en Cádiz para llevar a su país a los prisioneros franceses.
         ¿También te recordó la rendición del almirante Rossilly, ante la flota mandada por D. Juan Ruiz de Apodaca, entonces a tus órdenes?
         Por supuesto y lo consideraba una afrenta vergonzosa de la que también me hacía responsable; según él, había engañado al almirante. De lo que no me acusó y es por lo que más se me conoce en Francia, fue del rumor que se extendió por su país, a raíz de la Campaña del Rosellón, los años 1792 y 1793. Decían tanto del general Ricardos, mi jefe, como de mí, que habíamos alentado a la tropa al saqueo de las ciudades que ocupamos y lo más inverosímil, que permitimos que los soldados se repartieran mujeres. Después se pudo demostrar que era una calumnia.
El diálogo entre los dos parlamentarios, lo siguió Pedro con gran interés; especialmente, le impresionó la inquina que le guardaba Napoleón al general Morla. Que dio por terminada la conversación con Iriarte al llegar a la Casa de Correos. En un aparte, el que hacía de secretario, le entregó el salvoconducto, pero le ocultó que él había conseguido otro, el general le dijo que le esperara.
Mientras lo hacía, reflexionó, comparando el carácter de los dos generales con los que había colaborado. ¡Qué distintos eran!, aunque ambos estuvieran unidos por el mismo sentimiento patriótico. Morla, era de carácter frío y calculador, como demostró ante el Emperador; primero, soportando su ira, y después como hábil negociador. Llegó a una conclusión, el Marqués de Castelar posiblemente se retiraría del ejército; no pasaría lo mismo con el general Morla, estaba seguro que continuaría su brillante carrera como militar y político.
Esto lo confirmó al despedirse de D. Tomas, le dijo que al día siguiente se marchaba a Cádiz. También, que estaban en camino de dicha ciudad, la mayoría de los miembros de la Junta Central, el día anterior abandonaron Aranjuez. Sus últimas palabras fueron:
         D. Pedro, espero contar con su colaboración, la guerra contra los franceses será larga. Hombres como Vd., valientes y hábiles, son piezas clave en la defensa de nuestra patria. Ya sabe dónde me encuentro, le insisto, me gustaría encargarle misiones como las que ha desempeñado, sé que ha sido el espía de D. Ramón.
         Me marcho a mi tierra D. Tomás, un pueblo de la Sierra de Segura llamado Siles, allí se encuentra mi familia. Tan pronto me comunique que necesita mis servicios, saldré a su encuentro.
Se fue a la posada de la Plaza de la Cebada, mientras comía su caballo, él hizo lo mismo; al terminar, cargó su equipaje, la ropa que vestía de afrancesado la cambió por la usual y salió camino de Aranjuez. No encontró controles, a los franceses todavía no le había dado tiempo, llegando a su destino sin novedad. Antes de pasar por su casa, fue al cuartel del Regimiento de Órdenes, estaba de jefe de la guardia el sargento que mandaba la escolta de la carretería, el amigo de Roque. Nada más verlo, le comunicó:
         D. Pedro, si busca Vd. al coronel, siento decirle, que ayer salió mandando la escolta que acompaña a los miembros de la Junta Suprema hacía Andalucía, con ella iba su hijo.
         Sargento, ¿sabe si Roque seguirá todavía en Noblejas?.
         Después que cobró, me invito a comer, en el almuerzo me dijo que al día siguiente, por ayer, salía para La Roda con la carretería.
         Entonces me dará tiempo a alcanzarle, tengo que decirle que por ahora, no se trasporten más víveres a Noblejas. La caída de Madrid ha hecho cambiar los planes.
         Si quiere Vd., mando un soldado mañana al encuentro de mi amigo Roque, para darle el recado que me ha dicho.
         Me hace un gran favor sargento, que he de pagarle, aunque se la amistad que le une a mi socio.
         Basta con que costee Vd. los gastos del viaje del soldado y del caballo que lleve.
Sacó de una bolsa los reales que le dijo el sargento y una vez que éste se los guardó, nuevamente sacó otro tanto, dándoselo. No quería coger el dinero, pero tanto le insistió, que acabó aceptándolo.
Los días siguientes, los pasó descansando, era mucho el cansancio acumulado en sólo tres días. Escribió varias cartas, sabía que los franceses, no tardarían en impedir el paso de correos hacia el sur y levante. En la carta que envió a Valdepeñas, le comunicaba a su amigo Paco las razones que motivaban se suprimiera el envío de suministros. Con esta carta, unió la que le dirigía a su mujer, pidiéndole a su amigo, que con un propio se la hiciera llegar a Siles, le anunciaba a Luciana que llegaría antes de Navidades. Otras dos cartas eran para sus amigos, Fulgencio y Fernando, la de este último dudaba que le llegara.
Al tercer día de su estancia en el Real Sitio, decidió visitar a Sandalio, no podía hablar con persona notable, todas se habían ido, siguiendo los mismos pasos que los miembros de la Junta Suprema. Llegó al medio día a Morata de Tajuña, lo encontró en el caserío, y como esperaba, ocupado en las prácticas agrícolas, a pesar de ser pleno invierno. Plantaba esquejes de viñas y acodos de olivos en tierras de secano.
Al enterarse el amigo que consiguió un salvoconducto firmado por el Duque de Neuchetel y que José Bonaparte estaba en Madrid, le propuso:
         Si tú pudieras acompañarme, volvía a mi casa de la calle del Arenal, allí seguirá mi ama, Encarna, no quiso acompañarme a Morata. Los libros que me traje de Agricultura me los se de memoria. Ahora, con la vuelta del rey José, no sufriré persecución por afrancesado, pero no me atrevo a ir a Madrid, tengo mucho miedo.
         Yo te acompañaré Sandalio, con mi salvoconducto no tendremos problemas, si viajamos juntos.
         Pero necesito un carruaje para transportar mis libros y escritos, así como los enseres que me traje.
La mente matemática del amigo pronto ideó un plan para el viaje, aquella tarde volvería a Aranjuez, desde allí se iría a Noblejas y alquilaría el coche de caballos de Facundo, sabía que éste todavía lo conservaba. Aprovecharía el viaje a dicha villa para encargarle a Fabricio que le esperaba allí, comprara un par de mulos, emplearía parte de dinero que había ganado como espía. En estas caballerías cargarían lo que pudiera llevarse de la casa de Aranjuez, lo que más le interesaban eran los libros.
El plan salió como tenía previsto, tanto a la ida a Madrid como a la vuelta, no tuvo problemas con los controles de soldados franceses, al enseñar el salvoconducto. El último día que durmió en Aranjuez, le pagó al propietario de la casa el resto del alquiler que tenía apalabrado hasta final de año. Por la mañana, le esperaba Fabricio en la puerta con su caballo y el par de mulos, los dos serranos salieron camino de su tierra..
En Valdepeñas, por la carta que le había escrito, hacía dos días que le esperaba Paco Frías, le explicó que el retraso se debía al viaje que hizo a Madrid acompañando a Sandalio. En las largas conversaciones que mantuvieron los dos amigos, el visitante relató los acontecimientos vividos, sin omitir su misión de espía. El abogado y bodeguero, quedó asombrado por la valentía y osadía del que conocían por su nombre de guerra como El Diablo.
Fabricio se enteró por Nicasio que D. Fermín Frías estaba en la Carolina, había ascendido a teniente. Le pidió a su hermano una carta de presentación, pensaba alistarse en el ejército y ponerse a las órdenes del teniente Frías.
Cumplió Pedro lo que le anunciaba por carta a su mujer, llegando a Siles antes de Navidades, el 21 de diciembre. La alegría de Luciana y de sus hijas, si fue grande, aumentó al saber que lo tendrían en casa por lo menos, según les dijo, hasta que acabase la guerra.


– XIII –

Terminaba el proceloso año de 1808, las Navidades, la familia Martínez las celebró de la forma acostumbrada años pasados, antes de irse a Aranjuez. Asistió a la cena de Nochebuena, Gregorio, su vecino el escribano, también se sentaron a la mesa, la cocinera y la niñera del pequeño José, únicamente faltaba de la familia Pedro Juan, seguía en el ejercito. También faltaron aquel año, los antiguos criados, Roque y Eulalia con sus hijos, tenían casa propia y la estrenaban en esas fechas. Invitaron a sus antiguos amos, para que fueran almorzar a su nueva casa con la familia al día siguiente.
A Roque le fueron muy bien los negocios del transporte de provisiones para el ejército. Asociado a Fulgencio, el comerciante de Lorca, seguía con los carros y mulos, ya de su propiedad, llevando víveres a los pueblos de La Mancha, a los de su tierra, la Sierra de Segura y hasta la villa de Beas, donde decían los serranos que empezaba Andalucía. Comentaban los vecinos del pueblo, que el antiguo criado se había hecho rico, lo decían, por la casa que compró y por la ropa que vestía él y su familia.
En el cortijo de Peñardera había sustituido a Roque y Eulalia como cortijeros, el hermano de ésta, Victorio Malaparte. La familia Malaparte la formaban, el padre, conocido por el tío Bullas y sus tres hijos, Fabricio, Victorio y Eulalia. Familia que procedía de Sicilia, el abuelo vino como jornalero a las Fábricas de Ríopar, fundiciones creadas por Carlos III, que mandó traer de Italia personal metalúrgico.
Nada más llegar el propietario a su cortijo, abrazó a Victorio, al tiempo que le decía:
         No podía encontrar tu cuñado mejor persona para sustituirlo que tú, Victorio, nos conocemos desde hace muchos años y sé lo trabajador que eres, así se lo dije a mi mujer, alegrándome que fueses nuestro cortijero.
         Yo también me alegro de servirle a Vd., amo.
En el recorrido del huerto, su propietario pudo comprobar el estado de abandono en el que se mantenía. Lo que comprendió, al estar su antiguo criado, Roque, ocupado en el comercio y su mujer, Eulalia, siempre pariendo. Ya tenían dos hijos más que él, y eso que se casaron tres años después. Mientras recorrían los regadíos, le daba instrucciones al cortijero que llevaba dos azadas y cavaba donde le decía su amo, la última fue:
         Victorio, mañana subes al pueblo, esta noche hablaré con Roque para que te deje una pareja de mulos y con los que te ha traído tu hermano Fabricio, acarreas el estiércol de la cuadra donde encierra las bestias tu cuñado.
         Lo que Vd. mande – contestó.
Unos olivos viejos que crecían al pie de la alberca, según se decía, con edad de más de dos siglos, estaban rodeados de numerosos brotes, no se cortaron en el tiempo oportuno. A cada uno de los brotes, Pedro, le fue haciendo una incisión con la faca en su píe, terminados los cortes, con la azada, ayudado por el cortijero, fue tapando los varas hasta acumular como dos cuartas de tierra alrededor de cada pestuga.
En el almuerzo amo y criado comieron en el cortijo unas migas que cocinó Victorio y por la tarde, recorrieron las tierras de secano, hacían dos años que no se labraban, estaban llenas de matojos y hasta crecían pinos. En algunos sitios, el propietario cavaba con la azada hasta media vara y desmoronaba los terrones con las manos, comprobando la calidad de la tierra y diciéndole al criado:
         Victorio, esto que me ve hacer, es sólo una prueba, dentro de unos meses se harán hoyos más grandes para plantar olivos. Si me salen bien los acodos que he hecho en el huerto y otros que prepare.
         Amo, ¿qué son los acodos?.
         Las varas que se han tapado después de darle un corte, en cuanto se mueva la savia, echaran raíces, eso son los acodos, con los que se puede hacer una plantación de árboles, pero solamente de los que brotan de raíz. También se emplean en jardinería, como por ejemplo en los claveles.
De vuelta al pueblo, Pedro se llegó a casa de Roque para entregarle una carta para su socio Fulgencio y decirle, que necesitaba dos mulos para acarrear el estiércol. El antiguo criado se prestó a labrar la tierra con sus hijos mayores, los gemelos, tan pronto volviera del viaje que preparaba para primeros de año.
Aunque el que conocían como El Diablo, su nombre de guerra, no se le había olvidado ésta, trataba de no recordar los acontecimientos vividos, pero le era imposible, su amigo Gregorio no hablaba de otra cosa. Por él supo, que el mismo día que llegó, el 21 de diciembre, comenzó el segundo sitio de Zaragoza. Pocos días después, el escribano le informó lo que le contaba por carta su compañero de Infantes, D. Adalberto Frías. Le comunicaba, que ya estaban los ingleses en España, 18.000 hombres al mando del general Moore. Habían pasado de Portugal y en el primer enfrentamiento en Benavente con la avanzadilla francesa que se dirigía a Galicia, salió victorioso el general inglés, haciendo prisionero a Lefebvre.
Nada más llegar Roque, el 18 de enero, él y sus dos hijos gemelos, conjuntamente con el cuñado, Victorio, labraron la tierra. Aquel trajo tres cartas a su antiguo amo de otros tantos amigos: Paco Frías, Fulgencio y Fernando Díaz, el astorgano. ¿Cómo se habría ingeniado éste para enviarle la carta?, se preguntó. Encontró la contestación en la de Paco, los maragatos se la llevaron a Valdepeñas para que la hiciera llegar a su destinatario.
Fernando le contaba, que el 1 de enero entró Napoleón en Astorga, le escribía con fecha del día siguiente, iba camino de Galicia. Allí estaban los ingleses, que unidos a los gallegos, según le decía, plantearían cara al ejército Imperial. No le sería fácil ocupar aquella tierra – resaltaba el astorgano –, sus montañas eran refugio de guerrilleros, a ellos se uniría él. Seguía con el comercio, en la carta le explicaba, que la experiencia de los dos en Burgos buscando información militar, le había animado a hacer lo mismo el sólo.
Con la carta de Paco, recibió una buena noticia, Napoleón se marchó a su país, dejando al mando del ejército al Mariscal Soult, y encargándole a éste, que siguiera las operaciones contra los ingleses. La estrategia de éstos, según le explicaba su amigo, era cortar al enemigo las comunicaciones con Francia; mientras siguieran recibiendo refuerzos, no se podrían echar de España y Portugal. Sobre todo, después de haber pactado el Emperador con los prusianos.
Fulgencio le decía, que seguía considerándole su socio, recordándole que la idea del negocio fue suya, por lo que tanto él como Roque, estaban ganando mucho dinero. Le apremiaba que le contestase a vuelta de correo si aceptaba, si no lo hacía, vendría él a Siles para convencerle. Al terminar de leer la carta, le escribió diciéndole que no aceptaba ser socio suyo. Se reservó el motivo de no seguir con el negocio, no le parecía bien que sus antiguos socios se aprovechara la carestía que había traído la guerra para hacerse ricos. La gente pobre, como eran la inmensa mayoría de sus paisanos, sólo abastecían sus casas con los productos del país, que escaseaban por días.
Una idea le obsesionaba, sin duda heredada de su padre, mejorar las condiciones de vida de los serranos. Para esto, sus conocimientos sobre Agricultura podían valer, pero sabía, que si sus paisanos no veían en su propia tierra como se cultivaba ésta racionalmente, no se conseguiría nada. Recordó lo que hizo su padre, introduciendo en la Sierra el cultivo de patatas, las de la villa de Santiago, que se empleaban para simiente, se denominaban “serranas”, de las que salían carros para la venta en Andalucía.
Acabada las siembras en los regadíos a mediados de febrero, una vez que pasaron los fríos, se fue con Victorio a Sierra Morena. Estuvo una semana comprando ovejas y vacas, en los tratos le acompañaba el tío Luis, el mayoral de su padre, que pasó a serlo de Fulgencio cuando éste le compró el ganado. Reunió un buen atajo de cabezas, le costaron caras, el precio en vivo del ganado, como el de la carne, se había encarecido a causa de la guerra. Contrató unos pastores  para que cuidaran del ganado, apalabrando la hatería hasta San Miguel. Dos días después de su llegada a Siles, se presentaron en su casa sus antiguos socios, Roque y Fulgencio.
Por más que le insistió su amigo de Lorca, no consintió en meterse en el negocio. Al enterarse éste que había comprado ganado y saber el número de cabezas, que casi igualaban a las suyas, le propuso:
         Pedro, si no quieres ser mi socio en el transporte y venta de víveres, ¿porqué no juntamos las cabezas tuyas y mías y vamos a medias?.
         Tu propuesta la condiciono, a que el ganado de los dos, esté a cargo del tío Luis, el mayoral que te cedió mi padre, era su hombre de confianza. Aunque está viejo, sus dos hijos son tan conocedores del ganado y buenas personas como el padre, buscan los mejores pastos tanto en esta Sierra como en la Morena.
         Eso está hecho, era lo mismo que te iba a proponer yo. Como vivo lejos de las dos Sierras, si tú que estas cerca de los pastores, te encargas de la hatería y de seleccionar las cabezas que queden de vientre, yo me encargaré de la venta del resto. Por supuesto, los gastos y ganancias a medias.
         Fulgencio, te explico porque me he hecho ganadero. De los bienes que peligran con la guerra, el que menos riesgo corre es el ganado, puede trasladarse de un sitio a otro. Esto me lo enseñó mi padre y me ponía el ejemplo de la guerra entre moros y cristianos en la Reconquista. Unos y otros, trasladaban el ganado cuando corría peligro, los pastores siempre estaban enterados del movimiento de los ejércitos.
         Nunca había pensado en lo que me has dicho y no me extraña viniendo de tu padre, para mí, el hombre más inteligente que he conocido. ¡Cuanto sentí su muerte!.
El 10 de marzo, nuevamente Roque le trajo dos cartas de Valdepeñas, una era de Paco y la otra del astorgano. En la primera, su amigo le comunicaba que el 20 de febrero cayó Zaragoza y otras noticias de la guerra. La carta de Fernando tenía fecha del 31 de enero y la mandaba desde Verín, población cercana a la frontera portuguesa. Le contaba que participó en la batalla de La Coruña el 18 de enero, y que en ella murió el valeroso general Moore, los ingleses embarcaron en el puerto para volver a Portugal.
En la carta le explicaba el astorgano, que estaba cerca de la frontera después del levantamiento de los portugueses contra los franceses que siguió al de los gallegos. Los guerrilleros estaban desgastando el ejército invasor de Galicia que mandaba Ney, no lograrían someter aquella tierra, según decía en la carta. Los refuerzos franceses tenían que recorrer un camino largo y entre montañas, y las guerrillas, o los deshacían totalmente, o los que se salvaban, eran pocos efectivos.
Terminada la plantación de hortalizas y olivos, éstos con los acodos preparados, por un pastor que vino por la hatería, supo que cuando terminase la paridera subía el ganado de Sierra Morena. La primavera fue lluviosa, el agua y el buen estercolado de la tierra, propiciaron que las siembras estuvieran esplendorosas, se esperaba una gran cosecha.
Entre la crecida y verde cebada, sobresalían los olivos, todos habían arraigado, la experiencia le demostraba, al conocedor de la nueva Agricultura, que el olivar, tal como decía la Cartilla Elemental de Agricultura de su amigo Sandalio, podía cultivarse en secano, a pesar de que los terrenos de la Sierra no tenían el fondo de los de la campiña andaluza. Pero los olivos no podían plantarse en sitios altos, con los fríos prolongados le afectaba la helada, según le había comentado el referido amigo, profesor de Agricultura.
En una carta de Fulgencio que le trajo Roque, fechada el 10 de mayo, su socio le comunicaba el fallecimiento del general Reding en Tarragona, hacía un mes. La muerte se produjo a consecuencia de las heridas sufridas en la batalla de Valls, el 24 de febrero. El general pasó de Cataluña a Valencia para enfrentarse con Gouvión, saliendo victoriosos los franceses. Al ser herido Reding en el combate, lo trasladaron a Tarragona y allí murió el estratega, principal autor de la victoria de Bailén.
Antes que los bienes raíces bajaran más el precio a causa de la guerra, decidió subir a la villa de Santiago para vender los heredados de su padre: la huerta, mesón y molino. No se le dio mal el trato de la venta de los dos últimos, se los compraron los propios arrendatarios. No pasó lo mismo con el aparcero de la huerta, éste no tenía el dinero que le pedía, pero le informó, que el más rico de la villa, D. José Ruiz, hacía años, que quería comprarle la huerta a su padre. Al rico de Santiago le sacó el doble de la oferta que le hizo al aparcero.
Subió a los Campos de Hernán Pelea donde pastaba el ganado, estuvo una semana retirado del mundo, como decía el padre Efrén, carmelita que tuvo de profesor en el colegio de Beas en su infancia. Esto lo decía el fraile, cada vez que se retiraba al Santuario del Calvario, lo mismo que hacía San Juan de la Cruz. Pero el retiro no lo dedicó a la oración, por el mal ejemplo de los curas estaba alejado de la Iglesia, sino a plantearse su futuro en relación con la guerra, claramente favorable para los franceses.
La idea central de sus reflexiones era el patriotismo del que estaban dando muestra los españoles. El chispazo de pueblo de Madrid en el Dos de Mayo, había prendido una hoguera de amor fervoroso a la patria, que se extendía hasta el último rincón de España. El fuego era alimentado por la sangre de los caídos en las batallas. Todas las regiones y provincias, cuyas diferencias en costumbres y habla, no se anularon con el centralismo de los Austrias y el despotismo ilustrado de los Borbones, habían formado una piña en la lucha contra los franceses. Ahora si podía hablarse de la unidad de España, los Reyes Católicos sólo consiguieron la de sus Reinos.
De sus reflexiones concluyó: que no se necesitaba el apoyo de los franceses, como pensaba su amigo Sandalio, para que cuajaran las ideas liberales, se estaba consiguiendo en la lucha contra ellos. De dichas ideas eran portadores los más significados guerrilleros, Espoz y Mina y su sobrino conocido por el Mozo, que luchaban en el país vasco-navarro, pero sobre todo, Juan Martín El Empecinado, que guerreaba por tierras de Castilla. También tenía noticias de otros con ideas absolutistas, como el cura Merino.
En los meses siguientes, todas las mañanas bajaba a Peñardera, las esperanzas de buena cosecha se confirmaban. Las tardes las pasaba en su despacho, dedicado al estudio de los libros que le regaló Sandalio sobre Agricultura, también de los de Matemáticas que se trajo de Aranjuez.
Por aquellos días, empezó a escribir sus Memorias, que inició con el relato del Motín de Aranjuez. El motivo que le llevó a dejar constancia escrita de los acontecimientos que había vivido era, que su familia los conociera después de su muerte. A su mujer, aunque sospechara los peligros que había corrido, sólo la tenía al corriente de los asuntos económicos y con sus hijas no hablaba de la guerra. Sólo escribía de ésta al contestar las cartas de su hijo Pedro Juan, en la última le comunicaba su ascenso a cabo.
Pedro, de la guerra estaba informado, seguía recibiendo cartas de sus amigos Fulgencio y Paco, que contestaba a vuelta de correo. El primero, aparte de sus negocios, le informaba de las noticias sobre los combates por tierras de Levante, que recorría en sus frecuentes viajes. Pero de la guerra, su principal informador era el amigo abogado, al vivir en Vadepeñas, por donde pasaba el camino real de Madrid a Andalucía, estaba bien enterado. Le decía el movimiento de los ejércitos español y francés, de éste, por sus negocios de la venta de vino y aguardiente, los franceses eran sus mejores clientes. La información por las cartas de su amigo, se resumía así:
Si Zaragoza cayó en febrero, el Sitio de Gerona iniciado el 5 de mayo, se mantenía. La defensa de esta ciudad, bajo las órdenes del general Álvarez de Castro, todo el mundo la calificaba de heroica. En ella participaba un general que conoció en Bailén, Coupigny.
Al Mariscal Soult no le iba bien la invasión de Portugal, el ejército inglés mandado por el general Wellesley, salió victorioso en Vimiero. Pero sobre todo, las fortificaciones construidas para la defensa de Lisboa, habían parado a los franceses, eran inexpugnables, se decía, que pronto Soult dejaría el país vecino.
El general Victor, al considerar imposible la invasión de Andalucía, después de vencer a Cuesta, estableció una línea defensiva en el Guadiana, de Medellín a Mérida. Allí esperaría al general Lapisse para unir sus fuerzas con las de Soult.
Para la Virgen de Agosto, se habían acabado las faenas de recolección y la nueva puesta en cultivo de los regadíos, por lo que la familia se subió al pueblo para celebrar la fiesta del patrón, San Roque. Se corrieron toros, más bien novillos, pero por la falta de mozos, estaban en la guerra, las fiestas resultaron deslucidas. No pasó lo mismo con la fiesta del caldero, en el que se guisaba la carne de los novillos, estuvo muy concurrida, el hambre apretaba. Los novillos los regalaron D. Gregorio y D. Pedro, todos los vecinos les decían a las hijas de éste lo agradecidos que le estaban a su padre.
Pero el cabeza de familia seguía preocupado por la economía de su casa, sobre todo, si se decidía a prestar su colaboración al ejército, aunque la misión que le encomendaran se la pagasen, como hizo el Marqués de Castelar. A pesar de la buena cosecha, los ahorros se habían quedado en la mitad con la compra de ganado, por lo que decidió subir a los Campos de Hernán Pelea para ver como iba la paridera. Nada más llegar, le dijo el tío Luis, el mayoral, que con las crías de primavera y las que estaban pariendo ovejas y vacas, podía recuperar el dinero gastado e incluso aumentarlo al precio que se cotizaba cada cabeza.
Si en la anterior estancia en los pastaderos, solamente habla con el mayoral, su hombre de confianza y el de su padre, en los días que pasó en los Campos, hacia corro con los pastores en las comidas y en los trasnoches. Aquellos hombres lo que más le interesaba era el desarrollo de la guerra y especialmente, lo que se contaba de los guerrilleros. Los pastores trashumantes que venían de Castilla, conocían las hazañas del Empecinado y su partida. Un soriano contó lo siguiente:
“Juan Martín, al que llaman El Empecinado, porque el río que pasa por su pueblo lo conocen con el nombre de Pecina, se levantó contra los gabachos nada más pusieron los píes, mejor pezuñas, porque se comportan como animales en nuestra patria. Participó en el combate de Cabezón, y gracias a él y a sus hombres, que apoyaron la retirada de las tropas, la mayoría de éstas pudieron salvarse”.
“Su hazaña más sonada, según cuentan – continuó el pastor –, fue el apresamiento de una dama francesa, parienta de un Maricón del Córcego, la gente fina dice Mariscal del Emperador. También hizo prisioneros a toda la escolta, pero lo mejor fue, que hospedó a la señora en su propia casa”.
Al despedirse Pedro del tío Luis, éste le aconsejó bajar el ganado para la venta a la feria de la villa de Beas a mediados de septiembre. Allí acudían tratantes de Andalucía, la mayoría proveedores del ejército, por lo que los precios de venta eran altos. En el camino de vuelta a su casa, una idea iba cuajando en su cabeza, el ejemplo de Juan Martín le subyugaba. Tenía su misma edad y de él supo en el viaje a Burgos, pero sobre todo, de lo que se comentaba en los mentideros de Madrid, le tenían por un ídolo. No sabía lo que contó el pastor sobre la dama francesa. De una cosa estaba seguro, que se echaría al monte a luchar contra los franceses, si éstos invadían su tierra.
Le escribió a su socio Fulgencio, proponiéndole bajar el ganado a la feria de Beas como le dijo el mayoral. El socio le contestó a vuelta de correo, emplazándole para el día 16 de septiembre, que estaría en Beas. El comerciante de Lorca llegó al medio día al mesón donde paraba su amigo, preguntó por él, le dijeron que se encontraba en la casa de la Encomienda, donde encaminó sus pasos.
En el nuevo encuentro de los dos amigos, después de darse un fuerte abrazo, Pedro le presentó su socio a D. Bartolomé Ibañez, Administrador de la Encomienda, diciéndole que era amigo íntimo de su padre, a lo que contestó el comerciante de Lorca:
         A un amigo de D. Pedro Fernando Martínez, también lo hago amigo mío.
         Os invito a comer en mi casa – propuso D. Bartolomé –, por ser fiestas y por la visita de Pedro, mi mujer ha preparado borrego asado para el almuerzo.
         Por mí encantado – contestó el comerciante –, así pruebo ese rico asado y podemos hablar de los precios del ganado que acude a la feria.
         Fulgencio, hasta esta tarde no llega nuestro ganado – intervino el socio –, viene el tío Luis, como lo conozco bien, es conveniente que le dejes a él cerrar los tratos.
Al terminar el almuerzo, D. Bartolomé le dijo a su amigo en la sobremesa, que había recibido carta del Marqués de Castelar, anunciándole la llegada a Beas para San Miguel, venía a despedirse del personal de las casas de la Encomienda que estuvieron a su cargo, como Comendador de las Órdenes. Pedro le contestó que vendría a saludar al Marqués, pero obvió decirle los servicios que le había prestado.
Los dos primeros días de feria no se vendió una cabeza de ganado, el tío Luis no aceptaba los precios que le ofrecían, llevaba razón, al tercer día se consiguió el doble de los primeros que lo vendieron. Los dos socios convinieron, darle el diezmo al mayoral de lo que habían sacado, la mitad para él y el resto para que lo repartiera entre los pastores, el negocio le salió mejor que esperaban.
En el camino de vuelta a su casa, Pedro iba satisfecho, no sólo había recuperado sus ahorros sino que los había aumentado apreciablemente. Por esto estaba casi decidido a volver a desempeñar la misión de informador militar, le pediría consejo al Marqués de Castelar, cuando se entrevistara con él en Beas.
El día 27 de septiembre, volvió nuevamente a dicha villa, los días anteriores los dedicó al ajuste con el cortijero Victorio y con los pastores, a todos los que trabajaban pera él, les aumentó lo que se le pagaba en dinero y en especie, la hatería. Llegó al anochecer a la casa de D. Bartolomé, que le abrió la puerta y le dijo que por la mañana llegó en un coche de caballos D. Ramón, aquella tarde la pasaba en su casa. El Marqués se llevó una gran alegría al verle y por su cara también sorpresa, el dueño de la casa no le había anunciado su llegada, lo esperaba al día siguiente. Por lo que le dijo el general:
         Pedro, pensaba mañana enviar un criado a Siles para decirte que estaba aquí, me hubiera presentado en tu casa sin avisarte para darte una sorpresa, por la confianza que nos une, pero me enteré que no podía llegar en mi coche. A caballo cada vez monto menos, los años no perdonan.
         General, yo le encuentro con el mismo aspecto que lo dejé, me cuesta creer que valla dejando de montar a caballo, sobre ellos se ha pasado Vd. media vida.
         No me llames general he dejado el ejército, pero volviendo a mi salud, no tengo la naturaleza de tu padre, que puede decirse que murió montado a caballo, según me dijeron, a consecuencia de una caída falleció. Y hablando de caballos, mañana, si no te importa, quiero que me acompañes al Cornicabral, allí sigue mi yeguada, ahora en plena producción por las necesidades de la guerra.
         Perdone Vd. D. Ramón – intervino Pedro, preguntándole –, ¿se puede saber los motivos por el que ha dejado el ejército?.
         Os lo cuento – iniciando seguidamente el relato siguiente:
“El primero, porque Venegas, nombrado general en jefe de la Mancha, con una fuerza de 19.000 infantes, 3000 caballos y 26 cañones, inició un movimiento ocupando las llanuras manchegas. Pero no quiso enfrentarse con una división que mandaba el rey intruso, inopinadamente y en contra de mi voluntad, se replegó nuevamente a Andalucía de donde procedía el poderoso ejército. Las fuerzas enemigas ocuparon Ciudad Real sin ninguna resistencia”.
“El segundo motivo fue, los resultados de la batalla de Talavera, los días 27 y 28 de julio, pero eso lo dejo para mañana, me están esperando casa de los Sandoval donde me alojo y estoy cansado del viaje”
El viaje al Cornicabral lo hicieron los dos amigos en el coche del Marqués, que como sabía que estaba intrigado su acompañante por conocer los resultados de la batalla de Talavera le hizo el resumen siguiente:
“Después de la batalla discutí con mi compañero Cuesta, lo que él consideraba una victoria, al decirle que las bajas españolas se estimaban en 7.500 hombres y la de los franceses no llegaban a esa cifra, se molestó saliendo de mi despacho dando un portazo.
Tanto Cuesta como el general inglés Wesllesley equivocaron la estrategia  y eso que estaban informados por el Empecinado, que con su partida dominaba las Sierras de Guadarrama y Gredos, y les pasaba información sobre el movimiento del ejército francés”.
“La realidad fue, que no se entendieron los dos generales, desde su encuentro en el puerto de Pinabete, discutieron y no estando de acuerdo, se perdió la gran ocasión de deshacer las fuerzas mandadas por el rey intruso, al que acompañaban los mejores generales de Napoleón. Pero la Junta Suprema consideró un gran triunfo el del ejército aliado, promocionando a Capitán General a Wesllesley, y su Gobierno le concedió el título de Lord Vizconde de Wellingtón de Talavera. Sin tener en cuenta la espantada que dio el general inglés, que volvió con sus fuerzas a Portugal”.
Como comprendió Pedro que su amigo seguía afectado por lo que había motivado su salida del ejercito, no le quiso preguntar más detalles sobre la batalla, el resto del día, sólo hablaron de caballos. El Marqués se empeñó en regalarle uno a su amigo, un angloárabe de lámina preciosa, no quería aceptarlo pero al final lo montó, comprobando que a la carrera, como aquel animal no había otro, se lo agradeció encarecidamente a D. Ramón.


– XIV –

En camino de vuelta a Beas en el coche, el que tenía como nombre de guerra El Diablo, le informó a D. Ramón su intención de volver a prestar al ejército la misión que había desempeñado como informador militar. El Marqués le contestó, que ya hablarían de ese asunto al día siguiente, bajándose del coche en la puerta de la casa de los Sandoval donde se alojaba. Desde allí Pedro fue al taller de un talabartero, compró una montura y los arreos para el caballo que le habían regalado.
A la mañana siguiente fue a despedirse del Marqués de Castelar, que intrigado por lo que le había dicho, de volver a desempañar la misión de espía, le preguntó:
         Pedro, ¿de qué medio te valdrás para recoger información militar de los franceses?.
         D. Ramón, el día de nuestra despedida en Madrid no le informé que conseguí un salvoconducto firmado por el Duque de Neuchetel, cuando acompañé al Cuartel General del Emperador a su compañero Tomás Morla. El que me encargó, que mientras mantenía la entrevista con Napoleón, le consiguiera un salvoconducto para él firmado por el duque, lo tenía concertado con éste.
         No me extraña lo que me dices de Morla – le interrumpió –, es listo como él sólo, como se dice, “sabe nadar y guardar la ropa”, esto explica que pudiera salir de Madrid a cara descubierta, no como yo, que lo tuve que hacer camuflado aquella noche aciaga, como sabes. Tomás fue nombrado Presidente de la Junta Central, cuyos miembros se marcharon como él a Cádiz, pero a los pocos meses cayó en desgracia. Para mí, de lo que le acusaron era una patraña, por eso no te lo cuento.
         Como le decía – continuó el visitante –, logré engañar al Duque de Neuchetel, diciéndole que era el secretario del general Morla. Picó en el anzuelo que le puse y conseguí otro salvoconducto para mí con nombre francés, Pierre Martín.
         Desde luego está bien puesto tu nombre de guerra, El Diablo, tu osadía y habilidad lo confirman. Estas dotes no las heredaste de tu padre, él no las tenía, pero no puedes abusar Pedro, de la suerte que has tenido hasta hora. Ten en cuenta, que la misión de espía es muy peligrosa y más ahora, que la guerra se extiende por toda España. Obvio decirte que puedes dejar a tu mujer viuda y huérfanos a tus hijos.
         Seguiré su consejo D. Ramón, de Vd. me puedo fiar, pero por lo que me ha contado de sus compañeros generales, si no encuentro uno de confianza, mejor no me muevo de mi pueblo. Sí le digo, que tan pronto pongan los pies los franceses en mi tierra, organizaré una partida de guerrilleros.
         Eso si me parece acertado, en estas sierras los guerrilleros tienen todas las ventajas. Además, en su lucha contra los invasores, los guerrilleros le están dando lecciones al ejército regular. Si los generales siguieran el ejemplo del Empecinado, otro gallo nos cantaría.
Los dos amigos se despidieron dándose un fuerte abrazo. Pedro se dirigió a la casa de la Encomienda donde tenía su antiguo caballo, allí se encontraba el Administrador, su amigo Bartolomé. No le comentó que venía de visitar al Marqués, pero sí, que le había regalado un caballo angloárabe de su yeguada y que iba al Cornicabral a recogerlo.
El mayoral de la yeguada y un mozo le pusieron la silla al potro, sólo tenía dos años, y por las muestras que dio, no aceptó de buen grado montura y bocado. Esto le hizo preguntar al mayoral:
         D. Pedro, ¿qué camino piensa seguir para volver a su tierra?
         Pensaba irme por la Sierra pasando por Cañadacatena, a partir de esta aldea, pretendo ir montado en este potro, una vez que se canse de ir detrás del viejo y vaya aprendiendo de la docilidad de éste.
         Me parece bien que lo canse antes de montarlo, los resabios que le quedan de la doma se le pasarán pronto – le advirtió el mayoral –. Pero sería mejor que siguiera el camino real hacía Albacete, el animal lo conoce de varios viajes que ha hecho con el domador hasta la Venta de la Agracea.
         Le haré caso, si no me da problemas el potro, esta noche dormiré en la venta que ha dicho. ¿Tiene algún nombre el caballo? – le preguntó.
         En contra de mi voluntad el domador, por su sangre, le puso el nombre de un general inglés, Velintón le llamamos.
Le hizo gracia la pronunciación del título del Vizconde de Wellington y atando las bridas del bocado del potro a la montura de su caballo viejo, montó en éste emprendiendo el camino. A las dos leguas, Velintón empezó a tirar de las bridas, por lo que el jinete comprendió que estaba harto de ir detrás. Descabalgó y después que los caballos abrevasen en el río Guadalimar, montó en el potro, lo que éste aceptó sin protestar. Pero emprendió un paso ligero que le costaba seguir al caballo viejo, el jinete no se lo consintió y cuando le quitó el bocado en la Venta de la Agracea, donde llegó al anochecer, la boca del potro echaba espumarajos.
Era la hora de almorzar cuando paró en la puerta de su casa, Pilar y Dolores nada más oír los cascos de los caballos salieron, les seguía el pequeño José, que tuvo que esperar para besar a su padre, a que sus hermanas se despegaran de él. El recién llegado, después de abrazar a su mujer, llevó los caballos a la cuadra de la casa de la Tercia. Al volver, subió al piso de arriba para lavarse y cambiarse de ropa. Le siguió Luciana y una vez que terminó de asearse, le comunicó:
         Pedro, puedo darte una buena noticia, después de cuatro años de parir a José, nuevamente estoy embarazada. Mis oraciones a la Virgen del Carmen y a San Roque han dado fruto.
         Más bien mujer sería, que el fruto que llevas en tu vientre lo concebiste por las fiestas de San Roque. Este año todas las semillas han fructificado, los aires de Peñardera no son como los de Aranjuez, te debieron sentar bien, así como los baños en la alberca.
         ¡Qué descreído eres! – exclamó –, los hijos los manda el Señor. ¿Sabes lo que me dijo el párroco el domingo pasado?, muchas mujeres de Siles están preñadas porque el Señor quiere que nuevas vidas reemplacen las que se pierden en la guerra contra esos malditos franceses.
         Puede que sea así Luciana, pero ni el párroco ni nadie, sabe los designios de la Providencia.
Al terminar de almorzar se echó una siesta, al cansancio del viaje se unió la mala noche pasada en la venta. Sólo durmió una hora, la misma costumbre que tenía su vecino Gregorio, por eso lo encontró en su despacho. Le contó su entrevista con el Marqués de Castelar. Sobre la guerra, le dio cumplida información el escribano, por las noticias que le llegaban por carta de su compañero de Infantes. En La Mancha se decía, que pronto la ocuparían las tropas francesas, como movimiento previo a la invasión de Andalucía, si las fuerzas del sur no se dirigían hacia Madrid para hacerle frente al enemigo. Por esta noticia se vio obligado a decirle a su amigo:
         Gregorio, me preocupa lo que dices, si los franceses invaden La Mancha vendrán a esta tierra y sin duda someterán a los vecinos al pago de contribuciones. A mí pronto se me acabarán los ahorros y con lo que saco de la agricultura y ganadería no tengo suficiente.
         Hablando de dineros Pedro, he pensado que recuperes tu cargo de Regente, puesto, que yo he ocupado en tu ausencia, con él tendrás de nuevo un sueldo, que aunque sea pequeño, ayudará en la economía de tu casa y más ahora, que Luciana está embarazada y pronto necesitará una ama de leche.
         Por ahora no pienso recuperar ese cargo, ya que posiblemente me ausente por causa de la guerra, yo espero que en dos años podamos ganarla, antes lo veo difícil. El ejército aliado debe organizarse mejor y si el Zar de Rusia consigue frenar a Napoleón, no podrá mandar tropas tan numerosos a España y Portugal como hasta hora.
Aquella noche después de cenar, llamaron a la puerta, era Roque, pasó al cuarto de parar, las niñas y el pequeño estaban en la cama. Después de saludar a sus antiguos amos, les entregó dos cartas y un canuto de cuero, una de las cartas era de Fulgencio, la empezó a leer el destinatario, la otra iba dirigida a la familia Martínez Ruiz y la abrió Luciana, que esperó que su marido terminase de leer la carta del amigo. Cuando lo hizo, acompañó a Roque a la puerta y le preguntó:
         ¿Cuándo sales con los carros para La Mancha?.
         Pasado mañana si Dios quiere, me pongo en camino a Valdepeñas.
         Si no te importa, mañana vuelves otra vez, te daré una carta para D. Francisco Frías.
         Lo que Vd. ordene D. Pedro.
De vuelta al cuarto de parar, oyó que su mujer exclamaba:
         ¡Que buena es Teresa!, he abierto el canuto y venía dentro una llave y una escritura, por ella, dona a nuestros hijos la casa que le dejó tu padre en la villa de Santiago.
         En la carta de Fulgencio, no me decía nada de dicha herencia, sólo que había visitado a la viuda de mi padre y que ésta le entregó la carta y el canuto que ha traído Roque. Lee en alto la carta de Teresa.
En ella decía la viuda de D. Pedro Fernando Martínez, que enterada por Fulgencio que se había liquidado la herencia que le dejó el marido a sus hijos, ella quería hacer lo mismo y en vida, le dejaba la casa de Santiago a sus nietos. También le decía que cuando muriera, su nieta Dolores, su preferida, heredaría la casa de Caravaca.
No quiso Pedro decirle a su mujer las noticias que le daba Fulgencio sobre la guerra. Le comunicaba, que después de las derrotas sufridas por Blake en Alcañiz y Belchite, así como la de Reding en Valls, se esperaba que el general vencedor, Suchet, invadiera Valencia. Gracias a Dios – continuaba la carta –, la resistencia de los catalanes, el sitio de Gerona continuaba, había impedido que el general francés siguiera la invasión por tierras levantinas. Por esto, su comercio se mantenía floreciente, pero si los franceses se dirigían al sur, se le acabaría el negocio.
A los dos días  de recibir la carta de Teresa salía Pedro para la villa de Santiago, le acompañaba el cortijero Victorio, que montaba el caballo viejo de su amo. En la aldea de Pontones almorzaron en el mesón, mientras los caballos descansaban y comían, después de abrevar en el río Segura. Al reanudar la marcha el amo le dijo al cortijero:
         Victorio, toda la mañana he venido sujetando a Velintón, no quería seguir el caballo que montabas, estaba empeñado en ir el primero, es su costumbre.
         Ya me di cuenta, lo mejor es, que en cuanto lleguemos al llano, lo ponga Vd. al galope, es lo que está pidiendo. Necesita una lección y la mejor es cansarlo.
Así lo hizo el jinete y cuando llegó al mesón de la villa de Santiago, el caballo sudaba desde la cabeza hasta la cola, se bebió tres cubos de agua, antes que Pedro lo dejara en la cuadra. Alquiló dos habitaciones y se dirigió a la casa de su padre, que  su segunda mujer, Teresa, había donado sus hijos.
Por los materiales que empleó D. Pedro Fernando en la construcción, piedra caliza, la casa se encontraba en buen estado por fuera, así como muebles y enseres, incluso la ropa de cama. Teresa, antes de irse a Caravaca, después de la muerte de su marido, dejó los muebles cubiertos con lonas y la ropa guardada en baúles con hierbas aromáticas para que no se apolillara. Mando a Victorio a casa del tío Luis, el mayoral, para que viniera al mesón a cenar aquella noche. Antes de salir el cortijero le preguntó:
         ¿ Don Pedro, no me habías dicho cuando volvió de la feria de Beas, que el tío Luis se despedía para San Miguel?.
         Eso me dijo después que le dimos la décima parte de lo que sacamos por el ganado Fulgencio y yo, añadiendo, que su hijo mayor, Remigio, lo sustituiría como mayoral. Dio como disculpa su vejez, pero yo sé que sigue subiendo a los Campos y lo hará todavía por muchos años. Hasta que muera seguirá con su oficio, aunque ahora no cobre.
Llevaba razón el amo, nada más decirle al tío Luis durante la cena que les acompañara al día siguiente, le brillaron los ojos, contestando:
         Amo, Vd. sabe que hasta que muera estaré a su servicio, que para mí es prolongar el que le presté a su padre, que en gloria esté.
Al amanecer estaba el tío Luis con un mulo cargado de dos aguaderas en la puerta del mesón, Victorio salió con los caballos ensillados de la cuadra. Vio que su amo montaba en el potro y que este protestaba, subiendo la cuesta por la que se ascendía a los llanos de los Campos, Velintón intentaba aligerar el paso para adelantar al caballo que iban delante, por lo que el mayoral previno al jinete:
         D. Pedro, ese potro por el genio, se parece al que derribó a su padre, con la mala suerte de que se diera en la nuca con un peñasco. No recobró el sentido hasta el día antes de su muerte, sólo preguntaba por Vd. y por su hermano Lucas. Pero mejor me callo, estos recuerdos si son tristes para mi, ¡qué no serán para Vd.! – exclamó.
         Siga tío Luis, que me hablen de mi padre, aunque sea de los últimos momentos de su vida, me interesa. Como sabe, por desgracia no pude llegar antes de su muerte.
         Su mujer, me permitió estar a su lado, tanto ella como yo, no hacíamos otra cosa que llorar. A las dos horas de llegar su hermano de Murcia y darle los Santos Óleos, parecía que se había quedado dormido. El sueño sería eterno, murió tranquilo, no hubo necesidad de cerrarle los ojos.
         Todavía me queda el regomello de no haber llegado entes de su muerte por unas horas. Reventé mi caballo antes de llegar a Infantes, allí D. Adalberto Frías que Vd. conoce, me prestó un caballo, pero por mucho que le apreté, sólo pude llegar al entierro.
         Su padre era el mejor jinete que he conocido, media vida se la pasó montado a caballo. Subiendo estas cuestas, como hoy hago con Vd., su caballo y mi mulo formaban collera. Perdone D. Pedro, se me ha hecho un nudo en la garganta y se me saltan las lagrimas, serán cosas de la vejez.
         Continúe tío Luis, que me hablen de mi padre me llena de orgullo. ¿Sabía Vd. que era El Maestre?.
         Algo sospechaba, pero me creí lo que dijo el capitán moro de su partida en la plaza de la villa de Hornos, después de que me sacaran del calabozo donde me metieron las tropas de la Marina. Sus palabras fueron: “Pastores, esta noche han matado al Maestre en la Garganta de Hornos”.
         El capitán moro era yo, a mi padre sólo le hirieron, se me ocurrió esta estratagema para que El Maestre no pusiera más en peligro su vida. El secreto de que mi padre encarnaba ese personaje legendario, conmigo, lo compartían dos personas que Vd. bien conoce, Saturnino el de los Baños del Tus y el criado de mi padre, el Andaluz. Después de su muerte quiso que se conociera que era El Maestre, así lo dispuso en su testamento. Creo que lo hizo por mí, en más de una ocasión se asoció mi nombre con dicho personaje, nos parecíamos como jinetes.
         No me extraña, su figura a caballo es calcada a la de D. Pedro Fernando. Pero descuide Vd., que el secreto que me ha revelado de los que conocían al Maestre en vida, quedará enterrado en mi tumba. Como no tengo que hacer testamento, eso no va con los pobres, sólo tengo dispuesto que me amortajen con el hábito de Santiago. No haré como su padre, descubrir el secreto que bien guardó durante su vida.
         Hace Vd. bien, cuanto menos disposiciones deje, menos quebraderos de cabeza tendrán sus hijos. Yo he liquidado la herencia de mi padre y he venido a esta villa, a hacerme cargo de la casa que compartió con su segunda mujer, Teresa, que ésta le ha donado a mis hijos.
         Se me olvidaba decirle una cosa, por si mis hijos no la tienen en cuenta. Quiero que me ciñan el hábito de Santiago con mi honda en la cintura. Pienso que a lo mejor me sirve en la otra vida para derribar algún demonio de los que dicen hay por allí, aunque yo creo, que los demonios están en este mundo, su padre me decía que contra ellos luchaba.
 Victorio se habían adelantado, para no seguir cuesta arriba el paso cansino del mulo, no pudo oír la conversación mantenida por los que le seguían. Al llegar a la majada de los pastores, de un lado y otro de la puerta del chozo colgaban dos canales de borrego.
Como la otoñada se había adelantado, los pastaderos estaban verdes, se tendría hierba hasta que vinieran las nieves y con ellas la bajada a Sierra Morena para invernar. Una vez reconocido el ganado por su propietario, de vuelta al chozo, un pastor estaba haciendo caldereta en una sartén y en otra, el tío Luis volteaba la gachamiga como sólo saben hacer los serranos. En el almuerzo los pastores no pararon de hacerle preguntas al amo sobre la guerra. Se las fue contestando, omitiendo intencionadamente las derrotas sufridas por el ejército español. Al decirle que éste se había aliado con el ejército inglés, uno de los hijos del tío Luis, Lucas, le preguntó:
         Amo, ¿los ingleses no eran nuestros enemigos?, su padre nos decía que robaban nuestro barcos que venían de las Indias.
         Así era Lucas y no sólo eso, también hundieron la mayor parte de los de nuestra Armada y de la francesa en la Batalla de Trafalgar. Entonces, los franceses eran nuestros amigos, pero se han cambiado las tornas desde que Napoleón decidió invadir nuestra patria. Si se adueña de ella, piensa saltar el charco e invadir Inglaterra, pero antes tiene que derrotar la Armada inglesa, lo que veo difícil.
Desde los Campos bajaron aquella tarde Pedro y Victorio a Pontones donde cenaron, durmiendo en el mesón. Durante la cena, continuó dándole instrucciones al cortijero, como había hecho desde que salieron de Siles, para  que, como encargado, las cumplieran si él tenía que ausentarse. Al medio día de la jornada siguiente llegaron al pueblo, Victorio se quedó en Peñardera, el amo vino montado en Velintón, el potro estaba más suave, pero todavía mantenía el resabio de no querer ir detrás.
A finales de octubre se había terminado la siembra de grano en regadíos y secanos, que se habían alzado y estercolado previamente, en parte de ellos, las mejores tierras, crecían los olivos conseguidos con acodos, no se había perdido ninguno.
Roque le seguía trayendo cartas de Paco y Fulgencio, a través de estos dos amigos, Pedro recibía noticias de la guerra. Nunca comentaba con su mujer estas noticias, se limitaba a informarle las novedades de los Frías. Que también le escribían a Gregorio, el que si la tenía al corriente a Luciana de las noticias que le transmitía su compañero D. Adalberto sobre la guerra. Pero de ella, el marido no le comentaba nada.
Cuando se enteró el amo por el pastor Lucas, vino por la hatería a Siles, que bajaban el ganado a Sierra Morena, decidió hacerle caso a su mujer e irse unos días de caza. No podía contar con Roque para que lo acompañara como años pasados, se ocupaba en sus negocios, el transporte en la carretería de víveres a los pueblos de Andalucía y La Mancha. Pensó que podía sustituirle como compañero de caza, su cuñado Victorio, el cortijero. Bajó a Peñardera a decírselo y cuando se lo propuso, le contestó:
         D. Pedro, aunque manejo la escopeta como el primero, mi puntería no es como la de mi cuñado, que siendo su criado le enseñó a cazar, él no falla una pieza como sé que hace Vd..
         Por eso no te preocupes, te prestaré la escopeta de mi hijo que es mejor que la tuya. Nos llevaremos también los fusiles franceses que se trajo Roque de la Batalla de Bailén, los probé con él la pasada temporada, tienen gran alcance y se puede derribar a los venaos a más de 200 pasos.
         Por cierto amo, esta tarde pensaba pasar por su casa, mi padre me ha dicho que le lleve la carta que ha recibido de Fabricio, se la trajo un paisano soldado desde la Carolina, a mi hermano lo han ascendido a sargento.
         ¿Dónde tienes la carta del sargento Malaparte?.
         La tengo en el bolsillo de la blusa, tómela.
La leyó, decía que su cometido era vigilar el paso de Despeñaperros, también explicaba las acciones por las que había ascendido a sargento, se lo debía al teniente Frías que mandaba recuerdos para D. Pedro. También le informaba para que se lo dijeran a sus padres del ascenso a cabo del cadete Martínez, Pedro Juan.
Al día siguiente de esta conversación entre amo y criado, salieron los dos para Sierra Morena. Como pasó el año anterior, la caza abundaba, en tres días mataron otros tantos venaos y tantas perdices y conejos que completaban la carga del mulo que se habían llevado para traerse la carne frita en orzas.
Decidió Pedro, mientras los pastores adobaban la carne, irse con el cortijero a la Carolina, faldeando la sierra por la orilla derecha del Guadalimar. Así Victorio podía encontrarse con su hermano y él abrazar a su hijo, ambos a las órdenes del teniente Frías, su antiguo enlace. Pensaba que de esta forma mataba el gusanillo de la guerra, que llevaba dentro desde que le pusieron el sobrenombre del Diablo.
En el encuentro con su hijo le sorprendió el cambio experimentado por éste, desde que se vieron por última vez en Aranjuez. Pedro Juan, casi tenía su misma estatura con sólo diez y seis años e incluso, le aventajaba en la anchura del pecho, estaba muy orgulloso por su ascenso a cabo y por lo que hablaron, el padre pudo comprobar que aquel muchacho que entró en el ejercito como cadete se había hecho un hombre.
La llegada D. Pedro al destacamento de la Carolina donde se encontraba la división mandado por el general Zayas, fue una sorpresa para antiguo enlace, Fermín, y de ello dio muestras sobradas desde que se abrazaron los dos amigos. El teniente Frías, le repetía una y otra vez que el ascenso se lo debía a él. El coronel del Regimiento de las Órdenes, D. Francisco de Paula Soler, amigo de Pedro, informó al general Zayas de la misión de enlace que desempeñó en los días previos a la Batalla de Bailén. Esto fue lo que más contribuyó al ascenso de sargento a teniente, según el interesado.
Se empeñó el teniente que su amigo le acompañara a visitar a su general, pero éste se negó, alegando, que su colaboración con el ejército terminó con la toma de Madrid por Napoleón y explicando, que la información que pasó a un general, sin decir su nombre, no sirvió para nada. Debió suponer el teniente a quien le pasó la información, por lo que le contestó:
         El general Zayas estuvo a las órdenes del Capitán General de Castilla la Nueva, antes de su nombramiento como jefe de una de las divisiones del ejército de Andalucía. Me consta, porque así me la ha dicho, que es muy amigo del Marqués de Castelar.
         Hace poco más de un mes, me entrevisté con el Marqués, las razones con la que justificó su salida del ejército, así como su consejo, disiparon mis dudas sobre desempeñar nuevamente la misión de espía.
         Lo comprendo D. Pedro, había supuesto que su visita, aparte de este encuentro y de abrazar a su hijo, se debía, a su interés por conocer las acciones que estamos preparando. La más importante es que salimos dentro de unos días para Madrid.
         Eso que me dices, si me anima a entrevistarme con tu general, cuando quieras me lo presentas.
El general Zayas estaba al corriente de las misiones que había desempeñado el que tenía por nombre de guerra El Diablo. Por esto, nada más presentarle a D. Pedro Martínez, al tiempo de darle la mano, le decía:
         D. Pedro, ardía en deseos de conocerle, su amigo el Marqués de Castelar, antes que abandonase el ejército, me contó la información que pasó a Reding, previa a la Batalla de Bailén, y su participación en el duelo artillero.
         En esa batalla, general, encontró la muerte mi hermano. El teniente Frías y un criado mío rescataron su cuerpo entre una lluvia de balas, por esto he venido a visitar al referido teniente, nos une una gran amistad.
         El teniente Frías y su hijo, el cabo Martínez, saldrá mañana acompañados de un sargento de su tierra, camino de Aranjuez. Sí Vd. pudiera acompañarlos, prestaría un gran servicio a su patria, su experiencia como informador le facilitaría la misión a los tres soldados de la comitiva.
         General, le agradezco la confianza que ha puesto en mí. Estoy seguro, que las tres personas que ha escogido para misión tan importante, la sabrán desempeñar. A los dos primeros los conozco bien y el tercero tiene toda mi confianza. Los tres son jóvenes, valientes y prudentes, a ellos le corresponde relevar a los mayores. Este ejemplo es el que ha seguido su antiguo jefe, con el Marqués me entrevisté hace un mes. Como él ha dejado el ejército, yo también he abandonado la misión de informador.
         Lo siento D. Pedro y comprendo lo que me dice, a todos nos llegará el relevo.
Aquella tarde al despedirse, en un aparte con el sargento Malaparte, le pidió:
         Fabricio, no te separes de D. Fermín y de mi hijo: ni a sol ni a sombra, ni de día ni de noche, tu misión es proteger sus vidas.
         Así lo haré D. Pedro, puede estar Vd. seguro.
Recordó, que había pronunciado las mismas palabras que le dijo a Roque para que protegiera a su hermano, antes de la Batalla de Bailén.


– XV –

En los días siguientes de vuelta de Sierra Morena, Pedro no podía disimular su intranquilidad, lo que notó su mujer y preocupada, le preguntó:
         Pedro, ¿qué te pasa?, creía que los días que has echado de caza, acabarían con tu desazón de estar sin trabajo, pero has vuelto más intranquilo.
         Me enteré que el ejército de Andalucía se dirige a Madrid para enfrentarse con los franceses. Hasta que no conozca el resultado de la batalla que se prepara no me quedaré tranquilo.
Muy preocupado debía estar el marido para que por primera vez le hablara de la guerra, pensó Luciana. Que enterada del posible enfrentamiento entre el ejercito español y francés se lo comentó a Gregorio, su confidente no sabía nada del avance del ejército español hacia Madrid. Fue precisamente el escribano, el 22 de noviembre, el que llevó a la casa de los Martínez la noticia de la derrota del ejército de Andalucía. Entró sofocado y se encontró con Luciana en el zaguán, le preguntó:
         ¿Dónde está Pedro?.
         En su despachó, Gregorio te veo muy alterado.
         Pasa conmigo al despacho de tu marido, de la noticia que traigo te debes enterar.
El escribano se sentó en una silla y sin saludar a su amigo, empezó a hablar:
         Hace un momento ha salido Pascual, el herrero, de mi despacho. Me dijo que esta madrugada llegó su hijo, pudo escaparse, aunque le dieron en tiro en el brazo cuando huía, entre los prisioneros que han hacho los franceses, después de la batalla del día 19 en Ocaña.
         Entonces, el ejército español ha salido derrotado de la batalla que dices – le interrumpió el amigo.
         Según el hijo de Pascual, aquello fue un desastre, la mitad de las tropas españolas salieron huyendo hacia el sur y la otra mitad, se distribuye entre muertos, heridos y prisioneros.
         Esta derrota supone que pronto los franceses ocuparán La Mancha, le seguirá Andalucía con la que limita nuestra Sierra. Calculo que antes de un año estarán aquí esos canallas.
         Lo mismo pienso yo, Pedro. Pero antes ocuparán las ciudades y poblaciones importantes para llevarse todo lo que puedan, como hicieron en 1808 en Córdoba y Jaén.
         ¡Qué va a ser de nosotros! – exclamó Luciana.
         Nos iremos a la casa de Santiago, allí no llegarán los franceses, no se atreverán a adentrarse en la Sierra, se poblará de guerrilleros. Que, amparados por los pinares y los cortados del terreno, desde lo alto de los poyos pueden causarle muchas bajas al enemigo, tienen todas las de ganar. Gregorio, ¿porqué no te vienes con nosotros a la villa de Santiago?, en la casa que heredaron mis hijos de su abuela cavemos todos.
         Yo no me moveré de Siles mientras ocupe la plaza de Regente, aquí puedo ayudar a mis paisanos, aunque el capital que tengo me lo roben los invasores.
         Gregorio, dicha plaza de Regente la recuperaré yo tan pronto los franceses se aproximen a nuestra tierra, - contestó el amigo.
         ¿ Habrá participado Pedro Juan en la batalla contra los franceses?, - preguntó Luciana.
         Nuestro hijo, según la última carta, se encargaba de vigilar el paso de Despeñaperros, junto con Fabricio y a las órdenes del teniente Frías, Fermín, al que tu conoces. – Contestó el marido ocultando la visita que había hecho a la Carolina días pasados.
Desde aquel mismo día la mente matemática de Pedro empezó a planear el futuro de su familia. Una cosa le obsesionaba, conseguir dinero, no quería que pasaran privaciones, pero el futuro se le presentaba negro. Le vino a la mente un negocio, preparar maderas y transportarlas a los pueblos para venderlas. Empezó a madurar el plan, sin descartar, el hacerse guerrillero con los hombres de confianza que formaron la partida del Maestre.
Una noche se despertó sobresaltado, tuvo la misma pesadilla que la noche siguiente a la Batalla de Bailén. Pero en el sueño no se le aparecía su hermano, lo hacía su amigo Fermín, ¿le habría pasado algo al teniente Frías? y ¿a su hijo Pedro Juan que era su ayudante?, volvió a preguntarse. Desde esa noche estaba preocupado, pero confiaba que Fabricio hubiera cumplido lo que le recomendó.
El día 28 de noviembre se presentó Victorio en casa de sus amos, llovía a mares y estaba anocheciendo. El cortijero, después de saludar a su ama le preguntó, dónde estaba D. Pedro. Le contestó que en su despacho, entró, después de pedir permiso, para decirle:
         Hace una hora llegó mi hermano Fabricio al cortijo, me manda con el recado que quiere hablar sólo con Vd., mi padre y mi hermana no se han enterado todavía de su llegada. Me insistió repetidamente que debe guardarse en secreto que ha abandonado el ejército.
         Vamos a la Casa de la Tercia a recoger mi caballo.
Cuando salía su mujer le preguntó:
         ¿Pero dónde vas con lo que está cayendo?.
         Victorio me ha dicho que se han formado unas torrenteras en los olivos, me voy a Peñardera, dormiré allí, para mañana temprano cortar las aguas – mintió para no decirle la noticia que le trajo el cortijero.
En el camino Victorio le informó que su hermano vino acompañado del pastor Lucas, venía por la hatería, lo alcanzó pasado el río Guadalimar y habían hacho el camino juntos. En la lumbre de la chimenea del cortijo, estaban sentados los dos. Fabricio, al entrar su antiguo amo, se levantó y fue hacia él abrazándolo, no pudo contener, dos lágrimas que se le saltaron, al decirle:
         ¡Qué desastre D. Pedro!, pero como me encomendó: no dejé ni a sol ni a sombra, ni de día ni de noche al teniente Frías y a su hijo.
         ¿Dónde está Pedro Juan?, ¿cómo están Fermín y mi hijo?.
         Los dos se encuentran bien, están en Infantes, de donde salí ayer por la mañana. Se encuentran en la casa del padre del teniente Frías, al que hirieron gravemente en la batalla, de ella salimos su hijo y yo sin un rasguño.
         Fabricio, ¿cómo trasladasteis al herido desde el campo de batalla hasta Infantes?.
         En el caballo de su hijo, que con una mano taponaba la herida del teniente y con la otra sujetaba las bridas, trasladamos el herido hasta Noblezas y desde esta villa a la de Infantes, en el coche de caballos de Facundo. Echamos cuatro días porque perdía sangre, estuvo al borde de la muerte, con el traqueteo del coche se le abrió la herida, cuya primera cura se la hizo un médico paisano del cochero; otro, en Quintanar de la Orden, logró cortar la sangría.
         Serénate Fabricio – le interrumpió –, me imagino lo que pasaríais Facundo, tú y mi hijo en el traslado del herido, hasta que lo llevasteis junto sus padres.
         Estos querían que permaneciera en su casa, pero viendo que ya no corría peligro D. Fermín, me vine para Siles para comunicarles que su hijo seguía bien y que vendrá dentro de unos días. Facundo se volvió a su pueblo, le dieron 1.000 reales, a mí me querían dar lo mismo, no los acepté, ni tampoco el ofrecimiento de su amigo D. Francisco para que trabajara en el mismo puesto que Nicasio, su encargado.
Viendo que al relator se le hacía un nudo en la garganta, Pedro le ordenó al cortijero:
         Victorio, saca el aguardiente que te trajo Roque para animar a tu hermano, lo está pasando mal. También nos vendrá bien a nosotros echarnos un trago.
         Lo que Vd. ordene amo.
Después de una larga pausa, en la que los cuatro hombres le dieron un buen tiento a la botella. Pedro se interesó por el desarrollo de la Batalla de Ocaña, Fabricio inicio el relato de esta forma:
“El teniente, su hijo y yo, permanecimos en Aranjuez como arrieros de pellejos de vino, acompañados de Nicasio, hasta que nos enteramos que venía al mando de un poderoso ejército el rey que llaman Pepe botella. En Dosbarrios estaba el general Zayas a quien teníamos que informar, allí también había establecido su Estado Mayor el General en Jefe, Araizaga”.
“En la madrugada del día 19, estábamos en Ocaña, hasta las diez de la mañana no se presentó en dicha villa el general Araizaga, lo que dio tiempo a los franceses para ocupar los sitios que había escogido el teniente Frías para emplazar las baterías españolas, eran los mejores. Al oír los primeros cañonazos nos dirigimos donde creíamos que estaba nuestra división, nos dijeron que seguía en Dosbarrios, formaba la Reserva”.
“Al llegar a la presencia de general Zayas, nos ordenó que fuéramos sus enlaces para que lo tuviéramos permanentemente informado. A mí me encomendó que le diera novedades de las alas y al teniente del centro. No nos separamos su hijo y yo de nuestro jefe, si lo hubiéramos hecho, no le habríamos salvado la vida”.
“Nos dirigíamos a darle la información al general, un cañonazo reventó al caballo del teniente, cayó al suelo con varias heridas de metralla, la que sangraba más era la de la ingle derecha. A mí me pasó la metralla por encima de la cabeza, a su hijo y a su caballo no les pasó nada, hizo pantalla el del teniente que se llevó el zurriagazo. Monté delante del caballo de su hijo el cuerpo del herido y éste, sujetándole como pudo y taponándole la herida, como le he dicho, llegamos a la casa de Facundo en Noblejas”.
Viendo Pedro lo alterado que estaba, le interrumpió para preguntarle
         ¿Porqué se perdió la batalla, Fabricio?.
         D. Pedro, yo sólo puedo decirle lo que me comentaba el teniente, repetidamente me insistía en que la estrategia estaba equivocada, dejaron a los franceses que ocuparan las mejores posiciones para los cañones. La artillería enemiga abrió una brecha en el centro por donde se coló la caballería francesa. Desde que pasó esto, los generales españoles no podían sujetar las tropas que mandaban, huían despavoridas.
         Por lo que has dicho, el responsable de la derrota no es otro que el General en Jefe, Araizaga.
         Eso mismo repetía D. Fermín con los delirios de la calentura en el traslado en coche hasta Infantes. También, que no comprendía como nuestra división se quedó en la Reserva, los únicos que participamos de ella en el combate, fuimos el teniente, Pedro Juan y yo.
         Entonces ¿el general Zayas no se movió de Dosbarrios – le preguntó.
         Le ordenaron que entrara en combate cuando estaba perdido, ya había puesto píes en polvorosa Araizaga. Para mí, que el general quiso que le guardaran las espaldas a él y a su Estado Mayor, nuestra división, la mejor.
El pastor Lucas, que junto con el cortijero permanecían mudos, sin duda por el efecto de la bebida, se atrevió a preguntarle a su amo:
         D. Pedro, ¿cuándo creé Vd. qué pueden llegar los franchutes a nuestra tierra?.
         Antes del verano no creo que los invasores pisen esta tierra, para entonces el ganado estará en los Campos, allí no subirán los franceses. Pero es posible que los pueblos bajos de la Sierra reciban la visita del enemigo antes, un ejército con tantos soldados necesita provisiones y si nuestros paisanos se resisten a dárselas, saquearán sus casas como acostumbran.
         En cuanto lleguen a la aldea de La Puerta o a la villa de Beas, las dos entradas a la Sierra de Segura – contestó el pastor –, me uno a la guerrilla.
         No estarás sólo – intervino Fabricio –, yo como sargento buscaré un capitán que nos mande.
         Lucas, como te veo decidido a unirte a la guerrilla – intervino nuevamente el amo –, me interesa que seas mi enlace para que me informes del movimiento de los franceses, antes que lleguen a nuestra tierra. Ponte en contacto con los pastores de D. Adalbreto Frías y cuando éstos vayan a casa de su amo los acompañas. Dices que vas de mi parte, sus hijos te darán la información que espero.
         D. Pedro, ¿Vd. qué va hacer? – intervino nuevamente Fabricio –, ¿seguirá pasando información del enemigo al ejército español?. Le hago esta pregunta por lo que le ha dicho a Lucas.
         Mi misión de informador la doy por terminada, como a ti, me han defraudado la actuación de los generales españoles. Contestando a tu primera pregunta, me pienso dedicar al comercio de maderas, transportando éstas escuadradas a pueblos de Andalucía y La Mancha. La experiencia de años pasados y más ahora con la guerra, confirma, que se puede hacer un buen negocio.
         Si como dice, las maderas se transportarán escuadradas, puedo dedicarme a mi oficio de aserrador. Eso sí, en cuanto los franceses pisen nuestra tierra me uno a la guerrilla.
         Si cuento contigo, tu hermano y los hermanos Víboras, podré reunir la cuadrilla de hace años para montar una Sierra de Agua en el río Tus. Le escribiré a Fulgencio, el socio de tu cuñado Roque, para que le compre pinos al Marqués de Torre Orgaz de sus montes del Hoyo de Peñalcón que vierten a dicho río. Si acepta la venta de los árboles en píe, antes que acabe el año estaremos preparando las maderas. Si además de esa cuadrilla cuento con Fausto y el Azafranero, que siguen de molineros en las Gorgollitas, tendré los hombres suficientes para formar una partida de guerrilleros para luchar contra los franceses, si invaden nuestra tierra.
Miró el reloj, eran las cuatro de la mañana, le dijo al cortijero que lo despertara al despuntar el sol y al pastor que subiera a su casa por la hatería, su mujer ya la tenía preparada, también que le dijera a la señora que volvería a la hora del almuerzo. A Fabricio le recomendó que no se moviera de Peñardera, no era conveniente que lo viesen por el pueblo, nadie, excepto su familia, debía saber su abandono del ejército.
A la mañana siguiente, recorrió las siembras acompañado de Victorio, tenían buena pinta. No mintió a su mujer, efectivamente, en el olivar se habían producido arroyaderos, pero las torrenteras no se habían llevado ninguna estaca, sólo habían descalzado algunas, el cortijero las cubriría de tierra, volviendo a su casa a la hora de almorzar. Allí se encontraba Pedro Juan fundiéndose con él en un abrazo, en un aparte el padre le comunicó al hijo, lo que sabía por Fabricio de la batalla de Ocaña. No tuvo que decirle, que no informara a su madre y hermanas de los peligros que había corrido, conocía la prudencia de su hijo.
Terminó de comer y se echó una siesta, sólo una hora, para desquitarse de la noche anterior. Cuando bajó al cuarto de parar, allí seguían reunidos Pedro Juan, su madre y sus hermanas. Al decirles que se dirigía a la casa de enfrente el hijo quiso acompañarle. Les abrió la puerta D. Gregorio, que al ver a su antiguo oficial de la escribanía, le abrazó exclamando:
         ¡Que alegría más grande Pedro Juan!. Pero si estás tan alto y fuerte como tu padre. La plaza que dejaste en esta escribanía sigue vacante, no he encontrado sustituto, todos los muchachos de este pueblo están en la guerra, de donde supongo que tu vienes.
         Así es D. Gregorio y por la plaza de oficial vacante no se preocupe, la cubriré yo. Antes de ayer le comunique a mi jefe inmediato, el teniente Frías, que dejaba el ejercito, hasta que los franceses no invadan nuestra tierra, entonces nuevamente me incorporaré para defenderla.
El padre no intervino en el diálogo anterior, sin duda por que le parecía bien lo que había dicho su hijo. Ya en el despacho del escribano, Pedro informó al amigo de lo que había planeado sobre la preparación de maderas y su transporte a los pueblos. Todos los asuntos económicos los consultaba con el escribano. Estaba despidiéndose de él, Pedro Juan ya se había marchado, cuando entró su hija Pilar en el despacho, diciéndole:
         Roque está en la puerta de la escribanía esperándote, me ha dicho que mañana sale con los carros camino de La Roda, antes quiere hablar contigo.
         Dile que ahora mismo salgo.
Después de saludar al amo el antiguo criado, le comunicó:
         D. Pedro, perdone que le dijera a su hija que le esperaba, me urge hablar con Vd.. Lo que me ha contado mi cuñado Fabricio sobre la próxima invasión de La Mancha por los franceses, hace cambiar los planes de transporte de víveres a Valdepeñas. En La Roda me espera su amigo Fulgencio, mi socio, él me dirá donde tengo que llevar los carros con las mercancías que se han traído de Lorca.
         Vamos a mi casa y allí hablaremos tranquilamente, quiero que le lleves una carta a Fulgencio. Le propondré un negocio como el que hicimos hace años comerciando maderas; por supuesto, cuento contigo como socio, tus carros son imprescindibles para llevar piezas escuadradas a los pueblos, ahora te lo explico con detalle.
Hasta la hora de la cena estuvieron hablando encerrados en el despacho. Bueno, sólo lo hacía Pedro, a sus propuestas de cómo planear el negocio, Roque asentía. Pero al antiguo criado le pareció de perlas cambiar la actividad del transporte de víveres por maderas, aquellos no se librarían de la requisa por los ejércitos. Antes de entregarle la carta que en su presencia escribió, se la leyó, y al despedirse le comunicó:
         Roque, necesitaría uno de tus carros para trasladar las piezas de la Sierra de Agua que desmontamos a orillas del Tus, desde la Casa de la Tercia a Peñardera. Allí tus cuñados, Fabricio y Victorio, las limpiarían del herrumbre y las engrasarían.
         Mañana estarán mis mellizos en la Casa de la Tercia para cargar en un carro las piezas de la Sierra de Agua.
En dos días, los hermanos Malaparte dejaron las piezas limpias y engrasadas, las hojas de la sierra, dentadas por ambos lados, quedaron como nuevas. No pasó lo mismo con las piezas que transmitían el movimiento de vaivén al bastidor de la sierra, acopladas al eje de la rueda hidráulica. La herrumbre prácticamente las había inutilizado, pero podían servir como modelo para que en las Fábricas de Ríopar se fundieran en bronce las que sustituirían las de hierro.
Pedro y Fabricio fueron a las Fábricas y el maestro fundidor se comprometió a realizar unas piezas nuevas, advirtiendo, que el bronce era quebradizo y no durarían mucho. También, que las piezas les costarían caras, el cobre y el estaño subieron el precio por la fundición de cañones para la guerra.
A la semana de darle la carta a Roque, recibió la que esperaba de Fulgencio, le contestaba a vuelta de correo con un propio que vino de La Roda a caballo. Aparte de aceptar el negocio que le había propuesto, el amigo le comunicaba que salía camino de Murcia para entrevistarse con el Marqués de Torre Orgaz. Pensaba que le vendería los pinos a buen precio, lo apostillaba aclarando, que la nobleza estaba sin un real por su contribución al ejército español. Finalmente le decía, que tan pronto cerrara el trato, vendría a Siles para atar con él los cabos del negocio, le hacía mucha ilusión reanudar otra vez la vida de maderero.
Como anunció Fulgencio en su carta, el día 19 de diciembre llegó a Siles. Traía buenas noticias, el Marqués de Torre Orgaz le había vendido 1.000 pinos, a escoger entre los más gruesos de sus montes, necesitaba dinero y se los puso baratos. La misma tarde que llegó, bajó con su socio a Peñardera, allí se encontraban los hermanos Malaparte haciendo las aletas de la rueda hidráulica, el bastidor de la sierra lo tenían terminado. Al saludarlos, el comerciante de Lorca se alegró de encontrarlos de nuevo y le dijo a su socio:
         Por lo que veo, piensas reunir la misma cuadrilla de hace años, ¿vendrán también los hermanos Víboras?.
         Eso tengo pensado – le contestó –, mañana sale Fabricio para los Baños del Tus con una carta para Nino. Como en invierno tiene pocos clientes para los baños, no tendrá inconveniente en que los hermanos Víboras dejen de trabajar para él y lo hagan para nosotros.
         Entonces, para completar la cuadrilla con la que preparamos y bajamos las maderas por el río Tus hasta Calasparra, sólo falta mi antiguo maestro de Río, Fausto, y mi hombre de confianza en estas sierras, Faustino, el Azafranero.
         Me he enterado que ambos siguen con el molino en el río Segura, al pie de la cortijada de las Gorgollitas. Fabricio de paso que va a los Baños del Tus les avisará, estoy seguro que tu antiguo maestro de Río no fallará y el Azafranero, si no tiene molienda, también acudirá.
         Como te dije en la carta, no sabes la ilusión que me hace recuperar mi oficio de maderero y más ahora, que no puedo ser Asentista de la Marina, ¡cómo recuerdo aquellos años!.
         Estoy preocupado Fulgencio, no sé si las piezas de bronce que se han fabricado en Ríopar resistirán, el golpeteo del bastidor puede quebrarlas.
         Eso tiene fácil solución, tú que dibujas tan bien, me das una lámina con las dimensiones y yo me encargaré que los herreros de los Arsenales de Cartagena forjen las piezas en hierro, como hicieron con el eje de la rueda hidráulica, que según me has dicho, se conserva perfectamente.
Como Fabricio había citado el 27 de diciembre en el cobertizo de la Sierra de Agua a los hermanos Víboras y a los molineros de las Gorgollitas, allí se reunieron los citados y los que vinieron de Siles, Pedro, Roque y sus cuñados. Se juntaron los mismos hombres que en el año de 1803, se encargaron de preparar las maderas cortadas en los montes del Marqués y bajarlas río Tus abajo hasta las playas de Calasparra.
No se sorprendió el antiguo jefe de la cuadrilla reunida, que en el mismo sitio donde estuvo el campamento, hacía años, estuvieran instaladas dos tiendas de campaña, y le dijo a Fausto el antiguo Maestro de río, después de abrazarlo:
         Todavía conservas las tiendas de campaña que se armaban en el monte y a la orilla del río cuando se bajaban las pinadas.
         Como oro en paño guardo todo lo de mi oficio, a mí lo de molinero no me va. Al recibir su recado, recogí los bártulos que nos son necesarios y hasta mi vara de pinero, aunque ahora no bajemos las maderas por el río. No pensaba con esto de la guerra, que volvería a las faenas de preparar maderas y menos, que Vd. nuevamente fuera socio de mi jefe por muchos años, Fulgencio.
En el trasnoche y como corrió el vino con abundancia en la cena, Fabricio contó su etapa de militar y la desgraciada Batalla de Ocaña, terminando el relato con estas palabras:
         Tan pronto los franchutes pongan los píes en esta tierra me uniré a la guerrilla, si Vd. D. Pedro no forma la partida que me prometió
         Lo mismo haré yo – replicó Fausto, añadiendo por lo que había dicho Fabricio –, estamos aquí los mismos hombres que formamos la partida del Maestre. Os pregunto, ¿podíamos encontrar mejor capitán que su hijo, D. Pedro, aquí presente?.
Todos miraron al nombrado y sus caras no dejaban duda que esperaban que éste contestase la pregunta que había hecho el antiguo maestro de Río.
         Me he comprometido con mi familia, después de la vuelta de mi hijo de la guerra – contestó el aludido –, en no ausentarme de mi casa hasta que no termine ésta. La colaboración que he prestado al ejército español para nada ha servido, después del desastre de Ocaña. El poderío del enemigo lo conozco bien y, aunque el desgaste de la guerrilla le hace mella, hasta que el ejército aliado de españoles e ingleses no se equilibre en fuerzas con el francés, como pasó en Talavera, iremos de derrota en derrota.
         Nadie conoce mejor que Vd. la forma de hacer daño a esos canallas – replicó Roque –, estoy seguro, que a todos los presentes nos une el mismo afán, defender nuestra familia y nuestros bienes. Todo el capital que he podido reunir, lo daría por bien empleado en comprar armas, caballos y los pertrechos que sean necesarios para formar una partida. En estas sierras ningún gabacho nos encontraría, las conocemos como la palma de nuestra mano.
         Roque, comprendo lo que me dices, así como el sentimiento patriótico que nos une, pero conmigo no contéis hasta que no vea que peligran vuestras familias y la mía. Para empezar, tú que andas por todos los caminos y por tu oficio no levantas sospechas, me tienes informado del movimiento de los franceses. Tan pronto éstos pasen de Infantes o de Villacarrillo, será la ocasión de echarnos al monte, pero sin que nadie sepa los hombres que formamos la partida, iremos disfrazados. Por mi experiencia sé, que los delatores los paga bien el enemigo.
La cara de aquellos hombres reflejaba satisfacción por las palabras que habían oído del que aceptaba ser su capitán. Ninguno le replicó y la conversación continuó hasta que se acabó el vino, tratando de los preparativos de la corta de pinos que se iniciaría a primeros de año. Los días que faltaban para terminar el de 1.809, se emplearían en señalar los árboles, de ello se encargarían los hombres reunidos, excepto Pedro y Roque que volvieron al pueblo al día siguiente. El primero, porque se celebraba el cumpleaños de su hijo Pedro Juan y el segundo, para apalabrar los hacheros.
Al terminar el almuerzo con el que se festejó los 16 años que cumplía Pedro Juan y al que asistió Gregorio, el padre le dio un cigarro puro a su hijo, sabía que fumaba aunque no en su presencia. El escribano le regaló un reloj, al tiempo que le decía:
         Pedro Juan, en el año y medio que trabajas en mi escribanía, contando el tiempo de antes de incorporarte al ejercito y el de después de dejarlo, te has comportado conmigo como el hijo que no he tenido. Dentro de dos años me sustituirás como escribano, para entonces, espero conseguirte el título concedido por nuestro rey, Fernando VII.
         Del pago de dicha concesión – intervino el padre –, me encargaré yo, viajaré si es necesario a Cádiz, si Fernando VII no ha recuperado el trono, la Junta Suprema seguirá en dicha ciudad. Si la cercan los franceses no podrán tomarla, como tampoco lo pudieron hacer los ingleses.
El día de Fin de Año vino Lucas , el pastor, le traía a su amo carta del capitán Frías. La iniciaba comunicándole, que el general Zayas se enteró que había sido herido en el combate proponiendo su ascenso, la orden de nombramiento de capitán le llegó hacía dos días. Como de las heridas se había curado, nuevamente se incorporaba al ejército, salía de Infantes al día siguiente de la fecha de la carta, antes que los franceses llegaran a Bailen, donde estaba el regimiento al que había sido destinado.
Fermín le proponía utilizar como enlace de sucesivas informaciones, hasta que los franceses no ocuparan La Mancha, el pastor que le llevaba la carta. Los pastores de su padre en Sierra Morena, le darían la información de palabra o escrita, si ésta podía escribirse, de la que tanto él como su hermano se enteraran.
Aunque Pedro se había propuesto no reanudar su misión de informador militar, ante la propuesta de recibir noticias del desarrollo de la guerra de sus amigos, los hermanos Frías, decidió escribirles, por lo que nada más de terminar de leer la carta, le dijo a Lucas que esperaba el recado de su amo:
         ¿Cuándo sales para Sierra Morena?.
         Tan pronto carguemos la hatería, mañana temprano nos ponemos en camino otro pastor y yo, con los dos pares de mulos que hemos traído.
         Esta tarde vuelves por aquí, te daré una carta para que la lleves personalmente a Infantes y se la entregues a D. Adalberto Frías. De sus pastores recibirás otras cartas como la que me has traído, tan pronto te las entreguen me las traes. Haz todo lo posible para que no se entere nadie de que eres mi enlace, ni siquiera tu hermano.
         Así lo haré D. Pedro y descuide que no defraudaré la confianza que ha puesto en mí.
Aquella tarde le escribió a su amigo Paco, le proponía un código de interpretación de las palabras parecido al que utilizó en su época de espía con Fernando Díez, el astorgano. En la información que le pasara por escrito sobre el comercio de los productos que vendía, así como sobre el ganado que pastaba en Sierra Morena, cada palabra tenía un significado, se recogía en el vocabulario que le mandaba. Completaba éste, con nombres de pastores y comerciantes, que trabajaban para él, y a cada uno de ellos, le correspondía el nombre del general francés o español para identificarlo.


– X VI –

Comenzó el año 1810 y se iniciaron los trabajos de corta de pinos en los montes del Marqués, Pedro pasaba de tres a cinco días de la semana en los tajos, dirigiendo el apeo de árboles y las faenas de arreglo del cobertizo de la Sierra de Agua, así como las de las obras del canal que derivaba del río el agua que movía la rueda hidráulica.
Al mando de los hacheros, entre los que se incluían los hermanos Víboras, estaban los molineros, Fausto y el Azafranero. Los hermanos Malaparte, se encargaban de las obras del cobertizo y canal; sus sobrinos, los mellizos de Roque, hacían de arrieros, cada uno con un par de mulos.
El 25 de enero llegó a Siles Fulgencio, venía a caballo desde Hellín, donde dejó las piezas de la Sierra de Agua, forjadas por los herreros de los Arsenales de Cartagena. Al día siguiente iría uno de los mellizos a recogerlas, éstas piezas sustituirían a las de bronce, ya instaladas y con las que se hicieron las pruebas de aserrado para comprobar el funcionamiento. Al maderero de Lorca le pareció bien el rendimiento de la Sierra de Agua, no así la instalación, opinó que había que mejorarla.
Llevaba razón, después de sustituir las piezas de bronce por las de hierro, bastó aumentar el caudal de agua del canal, lo que no se había hecho antes por miedo que las piezas de bronce se rompieran, para que la rueda hidráulica aumentara la velocidad y con ella, conseguir un rendimiento aceptable de aserrado. Fulgencio alabó el ingenio de su amigo y quedó tan satisfecho que exclamó:
         ¡Pedro, eres el hombre más hábil que he conocido!. Yo hubiera dado por bueno el funcionamiento de esta arte, pero veo que piensas en todo. Como no es necesaria mi presencia, ya que tienes todo tan bien organizado, vuelvo a mi tierra para hacer gestiones de la venta de maderas. Su alto precio permite que se puedan transportar hasta Murcia, por el camino abierto en la Sierra en tiempos de Carlos III, que pasa por Huescar. Para allí salgo mañana y comprobaré si permite el paso de carros.
         Recuerda la promesa que le hiciste a Luciana de volver Siles a mediados de mayo, parirá nuestro quinto hijo.
         No se me ha olvidado.
A finales de enero se conocía en todos los pueblos de la Sierra de Segura la ocupación de Jaén por los franceses. A ellos llegaron escapados soldados del ejército regular y paisanos que buscaban protección al amparo del terreno montuoso. Algunos de ellos se integraban en partidas de guerrilleros ya formadas o las nuevas que se fueron creando en los reinos de Jaén, Granada y Murcia.
La mayoría de los escapados que buscaban seguridad se dirigían a las montañas de los reinos mencionados. Eran patriotas que se habían significado por su odio al francés en los dos años anteriores. Entre los huidos de Jaén, había llegado a la casa de Gregorio un compañero y amigo suyo con toda la familia, esperaba continuar el viaje en caballerías hasta Hellín, para coger la diligencia que los trasladaría a Murcia. Avisó el escribano a su vecino de la llegada del compañero y en presencia de éste, contó lo siguiente:
“Cuando me enteré que los franceses pasaron Despeñaperros y que el general Sebastíani al mando del 4º Cuerpo se dirigía a Jaén, mandé a mi familia a la casa de un compañero de Baeza. Durante la semana previa a la llegada de los franceses, me dediqué febrilmente a organizar la defensa de la ciudad. Los oficiales y soldados de la guarnición respondieron como patriotas, no así sus jefes y entre ellos, D. Manuel Mª de la Orden”.
“Las mismas gestiones repetí con la clase dirigente, estaban decididas a colaborar con el ejército invasor, prestándole un servicio incondicional. ¡No me lo podía creer! – exclamaba repetidamente el escribano –, las mismas personas que habían hecho gala de patriotismo y lealtad durante 1808 y 1809; ahora, justificaban su oportunismo, argumentando que no querían que la ciudad se sometiera al saqueo, como pasó días antes de la gloriosa Batalla de Bailén”.
“El 22 de enero, la víspera de la entrada de las fuerzas francesas, salí de la ciudad para unirme con mi familia en Baeza, donde esperamos hasta encontrar plazas para todos en la diligencia. Nos bajamos en la Venta de la Agracea, en el viaje me enteré que partidas de guerrilleros en la Sierra de Alcaraz también se dedican al bandidaje”.
         Me ha dicho mi compañero, antes de venir Vd – se dirigió el relator a Pedro –, que ha colaborado durante dos años con el ejército español e incluso, que participó en la Batalla de Bailén. Tengo dudas si mi actitud de escapar de Jaén ha sido acertada, ¿a Vd. qué le parece?.
         Para mí, tanto Vd. como los demás escapados civiles han dado constancia de su patriotismo, otra cosa es la postura de los jefes militares. Si no tenían fuerzas para enfrentarse al enemigo, debían haber sido los primeros en huir; eso, antes de colaborar con los franceses, lo que me parece una traición.
         ¿Y la postura colaboracionista de la clase dirigente? – volvió a preguntar.
         No le quedaba otro remedio – contestó Gregorio, añadiendo –, yo pienso hacer lo mismo, no abandonaré este pueblo, si también llega aquí esa canalla.
         Tú Gregorio – le replicó su vecino –, no tienes mujer e hijos como tu compañero, yo haré lo mismo que él tan pronto los franceses pisen esta tierra. Me iré a la villa de Santiago, pensaba que te vinieras con nosotros a la casa que tengo allí, no creo que los franceses se atrevan a meterse sierra adentro.
Entre los dos amigos se entabló el diálogo siguiente:
         Pedro, como te dije, no me moveré de Siles, aunque me tilden de colaboracionista. Para mí, lo principal es que no se produzcan víctimas y no me importa entregarle todo mi dinero a los franceses, si con ello puedo salvar tan sólo una vida, la de uno de mis paisanos, antes que la mía.
         Mi hijo Pedro Juan, al decirle que antes que los franceses llegaran a Siles nos iríamos a Santiago, me contestó que se quedaría contigo.
         No lo consentiré, si con ello pone en peligro su vida, sabes que lo quiero como el hijo que no he tenido.
         Pedro Juan, como también tu sabes, por su temperamento y carácter se parece a su madre y no a mí. Se comporta como un hombre con sólo diez y seis años y, si ha decidido permanecer a tu lado, yo no le llevaré la contraria.
Con estas palabras dio por concluido el diálogo con su amigo, despidiéndose del escapado de Jaén y deseándole acabara el viaje con ventura, se marchó a su casa. Aquella tarde, el pastor Lucas le trajo una carta de Paco Frías, en ella había utilizado el código que le propuso pero al revés. Detrás de los nombres reales de generales, soldados que mandaban y armamento, entre paréntesis escribía las palabras del vocabulario de nombres vulgares que emplearía en las cartas siguientes. Le contaba lo siguiente:
“Las fuerzas invasoras de Andalucía las integraban 80.000 hombres, llegaron a Bailén donde establecieron el Cuartel General. Las tropas acantonadas en dicha villa y entre ellas, la división a la que pertenecía su hermano Fermín se retiraron, no podían enfrentarse a un ejército tan poderoso. El grueso del ejército invasor, al mando de los mariscales Soult y Víctor, siguió su avance hacia Córdoba, que capituló sin ofrecer resistencia. El 23 de enero entró el rey intruso en dicha ciudad”.
“El mismo día que capituló Córdoba lo hizo Jaén, ante la división mandada por el general Sebastíani, que continuó su avance hacia Granada, dejando una pequeña parte de sus fuerzas, que conjuntamente con las españolas que mandaba D. Manuel Mª de la Orden, formaban la guarnición de la ciudad. Al final de la carta, con fecha 28 de enero, daba por supuesto que Granada también había caído en poder de los franceses”.
Posiblemente, pensó al terminar de leer la carta, que a muchas personas le parecería vergonzosa la capitulación de las ciudades que citaba su amigo, a él no. Como tampoco se lo pareció la toma de Madrid por Napoleón; esta experiencia le enseñó, que no podía permitirse que personas civiles se enfrentaran con el ejército Imperial.
Quería el uno de febrero salir a los montes donde se hacía la corta, pero su mujer y su hija Dolores le pidieron que se quedara a celebrar su cumpleaños, lo hizo al día siguiente. Se había acostumbrado a reflexionar montado a caballo y mientras lo hacía, atravesando inmensos pinares en dirección a los tajos de corta, una idea le daba vueltas en la cabeza. Estaba casi seguro, que para la primavera, si los franceses no habían llegado a su tierr, estarían en sus puertas.
La misma noche que llegó al campamento reunió en la tienda que compartía con Fausto y el Azafranero, a los demás hombres que formarían la partida. Ya como capitán, le ordenó a Fabricio que enseñara el manejo de los fusiles franceses a los hombres allí reunidos. Al pequeño de los Víboras, Santiaguico, le dijo Pedro el sitio donde estaba la cueva en que guardaba las armas el Maestre, para que fuera por ellas, explicándole a los reunidos:
         Aunque las armas que utilizamos a las órdenes del Maestre son viejas, nos pueden servir hasta que requisemos más fusiles franceses. La pólvora se habrá humedecido y no servirá, pero Roque sé que guarda varios barriles que ha comprado en sus viajes, según me ha dicho.
         Capitán – intervino Fabricio –, desde mañana mismo empiezo a enseñar el manejo de los fusiles franceses, cartuchos y cápsulas de fulminato no nos faltarán, como sabe, mi cuñado se trajo dos alforjas llenas.
         Las prácticas de tiro las hacéis por parejas, para que los hacheros no os echen de menos y en sitio en que éstos no os puedan ver. Ni Roque ni yo necesitamos entrenamiento como tiradores, hemos probado en la caza esos fusiles y no sé nos dio mal.
         ¡Cómo se le iba a dar mal! – exclamó Victorio –, sí a Vd. de joven le llamaban tirofijo, y mi cuñado desde que le enseñó a cazar, como tirador casi le iguala.
         D. Pedro, ¿encarnará Vd. nuevamente la figura de su padre? – le preguntó Fausto.
         La figura del Maestre se enterró antes que muriera mi padre, aunque después en su testamento relevara el secreto. Mi nombre de guerra es El Diablo y así me llamaréis, Roque conoce la ropa con la que me disfracé en la batalla de Bailén. Vosotros iréis con capucha y ropa negra, nadie debe conocer nuestra identidad.
         Si quiere capitán, o mejor, Diablo – propuso el Azafranero –, le encargo a mi mujer que cosa la ropa de los disfraces, no se le da mal el corte y la aguja.
         Siempre que no se entere del uso que se le va a dar a esos disfraces, nadie de nuestra familia debe saber que formamos una partida para defender nuestra tierra de los invasores.
         Por eso no se preocupe, como está próximo el Carnaval, le diré que lo vamos a celebrar en el tajo con esa ropa.
         Hasta que no tenga planeada una acción de guerrilla, no nos volveremos a reunir con este cometido. Ahora todos al catre que mañana se seguirá el trabajo.
A medidos de febrero el tiempo se metió en agua, llovió sin parar hasta final de mes, por lo que tuvieron que suspenderse los trabajos de corta. Que se reanudó el primero de marzo, pero a mediados de mes se inició la subida de la savia, que puso fin al trabajo de apeo de árboles. Se habían cortado sólo unos 700, de los 1.000 pinos comprados, faltaban 300, que se cortarían con la menguante de agosto.
El arrastre de maderas hasta el aserradero también tuvo que suspenderse, la lluvia provocó el deshielo de las nieves de los altos y las torrenteras impedían el trabajo de las cuadrillas de ajorradores, tres yuntas de bueyes y dos pares de mulos. A cargo de estos, como arrieros, estaban los mellizos de Roque, Pedro y Fernando. Como el aserradero estaba abastecido de maderas, no se reanudó el arrastre hasta el mes de abril.
El día 10 de mayo llegó a Siles, Fulgencio, cumpliendo el compromiso hecho a Luciana de estar en su casa antes que diera a luz su quinto hijo. Al día siguiente salió de cuentas y justo a la semana se puso de parto. Asistida por Eulalia, la mujer de Roque y la partera, parió sin complicaciones un niño, era lo que deseaba.
El día de San Fernando se celebró el bautizo, fueron los padrinos Fulgencio y Eulalia, le pusieron al recién nacido el nombre de Lucas. Al pronunciar este nombre el cura, se le saltaron las lágrimas a Pedro Juan, estaba muy unido a su tío, el héroe de la Batalla de Bailén. De vuelta a casa, Luciana sorprendió en la cocina a Eulalia que le estaba dando el pecho al niño y enfadada le reprendió:
         ¡Pero cómo se te ocurre dar de mamar a Lucas!. A tu hijo pequeño lo vas a dejar sin leche.
         Señora – así la seguía tratando –, no ve como se agarra esta criatura a mi pecho y con qué ansia mama. Por mi hijo no se preocupe, ya come de cuchara, hace una semana comencé el destete. Me haría mucha ilusión ser la ama de leche de este niño, aparte de ser su madrina, de esta forma me gano su cariño, como me demuestran sus hermanas, Pilar y Dolores, a las que también amamanté. Además, ¡con tantos favores que le debemos a Vd. y a su marido!, es lo menos que puedo hacer.
         A mí tú no me tienes que devolver favores, sabes que tu familia es prolongación de la mía en esta casa. Aunque como también sabes, mi leche ni alimenta como la tuya ni es tan abundante.
         Entonces no se hable más, de día me encargo yo de darle el pecho a Lucas – concluyó Eulalia.
A los dos días de celebrarse el bautizo, salían a caballo para el tajo donde se serraban las maderas los dos socios, Fulgencio y Pedro. El primero inició la conversación con el amigo de esta forma:
         En los días que he estado contigo, siempre has evitado que hablemos de la guerra. Por eso no te he dicho, que según noticias que he recibido, el general Sebastíani desde Granada se dirigirá a Murcia y ocupada ésta, no se librará Lorca, su riqueza le será atractiva a esos ladrones gabachos.  Si se produce la invasión, de mis hijos, la que más me preocupa es mi hija Antoñita y su hija de dos años, su marido está en la guerra.
         Como te dije el otro día, tan pronto los franceses pisen esta tierra, me llevaré a mi familia a la villa de Santiago, a la casa que heredé de mi padre, no creo que los franceses se atrevan a meterse sierra adentro. Porqué no te traes a tu hija Antoñita a dicha villa a vivir con mi familia, las madres con criaturas que no se pueden valer solas, son las que más sufren si escasean los alimentos para sus hijos.
         Trataré de convencer a mi hija con la razón que me has dado. Además, como hemos decidido almacenar madera en Santiago para llevarla a tierras de levante, os podré visitar con frecuencia. Lo malo es que mi mujer no puede viajar y le será muy duro estar sin su hija y su nieta; pero comprenderá, que por la guerra, es mejor que ellas estén a salvo de sufrir penalidades.
         La que si puede viajar es Teresa, ¿porqué no pasas por Caravaca y le dices donde se encuentran sus nietos?, puede que se anime a venir a su antigua casa.
         Así lo haré, ella todavía es joven, tiene mi edad, y aunque no monte a caballo como antes, no le importará hacerlo en caballería. Si acepta venirse, se lo diré a Roque para que vaya a por ella. Retomando el asunto de la guerra, ¿qué noticias has tenido de tu amigo de Valdepeñas?.
Le resumió lo más relevante de dos cartas cifradas que le había traído de Paco el pastor Lucas, la última de hacía dos días, con la subida del ganado desde Sierra Morena a los Campos de Hernán Pelea. Como la madre de los hermanos Frías era de Granada, un familiar que logró escapar de dicha ciudad y pasó por Valdepeñas, contó lo que le repetía en la carta su amigo, era lo siguiente:
“El 28 de enero de 1810, el general Sebastíani entró en Granada, previo convenio vergonzoso con el Ayuntamiento que se hizo afrancesado y en contra de numerosos patriotas. Denunciados éstos por los colaboracionistas, fueron ajusticiados en los días que siguieron a la ocupación; hasta el 16 de marzo, en que los granadinos rindieron pleitesía a José Bonaparte que visitó la ciudad. Antes de la entrada del rey intruso, la venganza de las tropas francesas fue tremenda, hubo días de más de doce muertos a garrote o fusilados”.
Lo mismo pasó en Córdoba – continuó contado, ya sin citas textuales –, también después de la entrada del rey José, se produjeron venganzas. Soult dejó como gobernador a Godinot que se hizo famoso por su crueldad. El primero de febrero, los franceses entraron en Sevilla, que capituló ante las fuerzas del mariscal Víctor, que se apoderó de 200 cañones de la maestranza. Todas las ciudades – concluyó el relator –, se sometieron al saqueo, llevándose los franceses los tesoros y caudales, cifrado en millones de reales y haciéndose dueños de fábricas y establecimientos públicos.
Viendo Fulgencio que su amigo no quería continuar, le preguntó:
         ¿Han llegado los franceses a Cádiz?.
         En la última carta de mi amigo me decía, que en la Isla se había logrado parar el avance del ejército francés. Para la defensa de Cádiz, se cuenta con el refuerzo de las tropas que manda el Duque de Alburquerque, venidas desde Extremadura.
         Si los gabachos ponen cerco a la cuidad, allí recibirán su merecido, como les pasó a los ingleses, que no pudieron tomarla por mar, a pesar de los días que estuvo su armada cercándola – opinó el amigo.
         Lo mismo pienso yo y más ahora que los ingleses son nuestros aliados. Pero por tierra, también Cádiz es inexpugnable, en el istmo que la une al continente, están las fortificaciones de Mata Gorda y Cortadura, como pude comprobar cuando estuve allí. El ejército Imperial lo sabe, me he enterado por Paco Frías, que es consejero del rey José el general Morla, con el que tuve trato en Madrid.
         Ese general – le interrumpió – es un traidor.
         Según me informó mi amigo, Morla tuvo que salir de Cádiz ante un motín que organizaron sus compañeros, siendo Presidente de la Junta. La envidia entre los generales siempre está presente. Pero como te decía, la construcción de las fortificaciones del istmo las dirigió el que tú llamas traidor, siendo Capitán General, cuando los ingleses sitiaron la ciudad. Pasado al enemigo, éste sabe lo que le costará tomar Cádiz; si lo intentan, ¡Dios los coja confesados!, las tropas de Soult serán diezmadas.
De vuelta a Lorca, no le costó a Fulgencio convencer a su hija para que se fuera con él a la villa de Santiago, tan pronto los franceses amenazaran Lorca. Antoñita atendió a las razones que le dieron, de las privaciones que podía sufrir su hija, si dicha ciudad era ocupada.
El mismo día que Fulgencio salía para su tierra, lo hacía Roque con la caravana de carros cargados de maderas camino de los pueblos de Andalucía. La venta de maderas se le dio bien, no pasó de la villa de Beas, allí vació los carros que le quedaban. Las noticias con las que volvió a los seis días de su partida, eran alarmantes y se las comunicó sólo al capitán, diciéndole:
         Me he enterado en Beas que los franceses han ocupado Baeza y Úbeda, pronto lo harán de los siguientes pueblos por los que pasa el camino real hacia Valencia. Como me dijo que le avisase cuando los franchutes estuvieran cerca, me he adelantado a los carros para traerle la noticia.
         Has hecho bien, como te dije, tan pronto lleguen los carros, en dos de ellos y en caballerías trasladamos mi familia a la villa de Santiago.
         He comprado un coche de caballos viejo, le he quitado las ruedas y viene encima de un carro. En él puede ir la señora y los niños pequeños, los demás lo pueden hacer en los mulos que llevarán mis mellizos.
         Piensas en todo Roque, no sabes lo que te lo agradezco.
         También lo he hecho por mi familia, quiero comprarme una casa en Santiago y hacer como Vd., trasladar allí a los míos. Si no podemos acarrear maderas a los pueblos ocupados por los franceses, como me dijo Fulgencio, desde dicha villa las llevaremos a los pueblos de Levante.
Como estaba previsto, la comitiva se puso en camino al día siguiente de llegar los carros de maderas. Delante, a caballo iba Pedro, le seguían dos carros, uno de ellos cargaba la cabina del coche de caballos y dentro de ella, las mujeres y los niños pequeños, lo conducía Roque. Detrás, otro carro cargado con los enseres y las camas que hacían falta, que conducía uno de los mellizos, al que seguía el otro mellizo con los mulos en los que montaban las niñas, cerraba la comitiva Pedro Juan, montado en su caballo.
En la primera jornada llegaron a la aldea de Pontones, donde Pedro tenía apalabradas camas en el mesón; como no había para todos, Pedro Juan, Roque y sus hijos, durmieron en la posada. Las que más disfrutaban en el viaje eran las niñas y en la cena, contagiaron la risa con las cosas que se le ocurrían a los mayores, hasta el mesonero acabó riendo y su mujer exclamó, ¡hay que chiquillas tan graciosas!.
Madrugaron al día siguiente y a la hora de almorzar llegaron a su nueva casa. El tío Luis, el antiguo mayoral y su mujer, los estaban esperando. El primero, estaba dándole las últimas vueltas a la gachamiga, que le gustó a mayores y pequeños. La mujer del antiguo mayoral, acompañó a la señora en el recorrido por la casa y al ver ésta lo limpia que estaba, y que hasta las camas estaban hechas, exclamó:
         ¡Hay Manuela lo que se lo agradezco!, vengo molida del viaje y hasta que no busque criada, me preocupaba lo que se me venía encima.
         No se preocupe, esta tarde viene una moza del pueblo, su marido me encargó que se la buscase, es honrada y limpia como no hay otra.
La misma tarde en que llegaron, Roque se enteró por el tío Luis que vendían una casa en el barrio de las Cuevas de un ganadero manchego, que hacía dos días vendió su ganado, no podía volver a su pueblo ocupado por los franceses, temía que se lo requisasen. La casa era espaciosa y tenía adosado un gran corral donde podían meterse los carros y almacenarse madera. Pronto cerraron el trato vendedor y comprador, dejando éste una señal y comprometiéndose a pagar el resto dentro de una semana que volvería con su familia.
A la mañana siguiente, Pedro Juan se fue a Siles y su padre al aserradero, cuando llegó, ya estaban cargados los carros para salir nuevamente a los pueblos donde vendió la madera Roque, al lo sustituía su cuñado Fabricio. Como el tiempo acompañaba, tenían sacada suficiente madera para abastecer la Sierra de Agua todo el verano. Por esto, decidió Pedro despedir a los ajorradores, solamente quedaron en el campamento sus hombres de confianza, los que formaban la partida. Preveía, que como los franceses estaban cerca, se podía presentar una buena ocasión de acción guerrillera.
Volvieron los carros vacíos y sus conductores dijeron, que las últimas maderas se vendieron en Villanueva del Arzobispo. Allí se quedó Fabricio al enterarse que los franceses llegarían a dicha villa en unos días, ya habían ocupado Villacarrillo. A la semana de la llegada de los carros, por la tarde, se presentó en el campamento el antiguo sargento Malaparte que informó, sólo al capitán, de lo siguiente:
“Los franceses habían situado tres baterías junto al Santuario de la Virgen de la Fuensanta, desde el alto se dominaba el camino real de Andalucía a Valencia. Dentro de la Ermita se guardaba la pólvora y municiones de los cañones, así como armas de todo tipo y entre ellas, numerosos fusiles. En dos noches que estuvo escondido cerca del Santuario, contó tres parejas de soldados que alternativamente hacían guardia hasta el amanecer, en que venían más soldados que dormían en el pueblo”.
Aquella noche, el capitán reunió todos los hombres de su partida, incluido Roque, que a la mañana siguiente salía con los carros cargados de maderas para venderlas en los pueblos del Condado. Después de comunicarles la información recibida de Fabricio, dirigiéndose a Fausto y al Azafranero, les ordenó:
         Mañana salimos para los Baños del Tus, entre los tres nos traeremos cuatro caballos de la yeguada de mi amigo Saturnino, el dueño de los Baños. Al que también lo incluyo en la partida, como saben los hermanos Víboras, fue el ayudante del Maestre. Estoy seguro de que nos prestará los caballos que nos faltan de los ocho que necesitamos, aunque en esta acción no cuente con Nino, sí lo haré en las siguientes.
         Capitán – protestó Roque –, por lo que veo tampoco cuenta conmigo, aunque estén cargados los carros, yo quiero acompañarles, con mi puntería me puedo cargar varios franchutes como hice en Bailén.
         En otra ocasión vendrás con nosotros, ahora me interesa más que recojas información en los pueblos del Condado. Los franceses pueden venir de La Mancha atravesando Sierra Morena; como sabes, desde Villamanrique existen caminos carreteros que se dirigen a los pueblos donde vas a vender la madera. Al día siguiente de traer los caballos – continuó el capitán –, pasado mañana, saldremos por parejas camino de la Ermita del Calvario, se encuentra a menos de dos leguas del Santuario de la Fuensanta , donde nos reuniremos la tarde antes de dar el golpe. El plan es el siguiente:
La primera pareja se llevará mis dos caballos y el par de mulos de Victorio, al que acompañará el menor de los Víboras. Irán al Calvario por el camino más corto, el que pasando por la villa de Hornos atraviesa la pasarela del Tranco, como a dos leguas siguiendo el río Guadalquivir abajo, sale el camino que sube a la Ermita, Santiaguico lo conoce bien. Le seguirán sus hermanos, Juan y Perico, en dos caballos que traigamos de los Baños y distanciado una legua, Fausto y Faustino, en sus propios caballos.
Esas últimas parejas, como Fabricio y yo, que saldremos al día siguiente, seguiremos la vereda del ganado que baja a Sierra Morena y pasa al píe del Castellón de Natao. En la Morra de los Pinos la dejaremos, para bajar al Calvario por el camino que viene desde la villa de Beas. Conviene Santiaguico, que te acerques la noche antes que yo llegue al Santuario de la Fuensanta para confirmar si se mantienen los seis soldados franceses que lo vigilan.
La tarde que llegó con Fabricio al Calvario, el pequeño de los Víboras le confirmó que seguían sólo seis soldados de guardia en el Santuario. Al que se dirigieron los hombres de la partida, después que su capitán y acompañante, cambiaran los caballos que traían por los de refresco. Escondidas las caballerías, esperaron que anocheciera; mientras tanto, Santiaguico se ocupaba en herrar a los mulos, por lo que le preguntó el capitán:
         ¿No has tenido tiempo de calzar a las bestias antes?.
         Le doy la vuelta a las herraduras de los mulos, antes que llegue la noche – contestó –, de esta forma los franceses no podrán seguir el rastro.
         Me parece una buena idea, pero ni tú ni Victorio os moveréis de aquí hasta que no se os avise. Tus hermanos que preparen las ballestas y tan pronto salga la luna les disparan a los soldados de la puerta. Fausto, Faustino, Fabricio y yo, nos acercaremos a la Ermita, aprovechando la oscuridad, y cuando ensarten a los franceses de fuera, atacaremos a los que están dentro. Ahora os ponéis los disfraces.
Él hizo lo mismo vistiéndose con la ropa del Diablo que sacó de la bolsa de cuero. No fallaron los hermanos Víboras con las ballestas, pero uno de los soldados al entrarle la flecha dio un alarido, lo que aprovechó El Diablo para golpear la puerta, gritando en francés: ¡Abrir, abrir, nos atacan!.
El que la abrió, un sargento, se llevó un pistoletazo de Fabricio cayendo al suelo, sobre él pasaron los atacantes y a los tres que estaban dentro no le dio tiempo de coger sus armas, ya tenían encima cuatro hombres disfrazados. Con las culatas de los fusiles, le dieron tal golpe en la cabeza que dos de ellos perdieron el sentido. A todos les quitaron el uniforme, dejándolos tumbados y maniatados a unos cincuenta pasos del Santuario.
Vinieron los ballesteros y los muleros, a los que ordenó El Diablo que metiesen los cañones dentro de la Ermita; mientras cargaban en los mulos los fusiles y cartuchos, así como un barril de pólvora, el capitán cogió otro y lo fue vaciando formando un reguero hasta donde estaban los prisioneros. Les dijo a los que iban a caballo que les seguiría, los de los mulos ya habían partido camino del Calvario.
Desde su caballo tiró la linterna con la que se alumbraba, estrellándola sobre el reguero de pólvora. El Santuario voló por los aires, la onda expansiva casi lo derriba del caballo, cayendo sobre él y los prisioneros, una lluvia de fuego que amenazaba prender la ropa interior de los franceses. Bajó del caballo El Diablo, para alejar las llamas que cercaban a los prisioneros y volviendo a montar, atravesó la era de fuego para acercarse donde se produjo la voladura. No quedaban ni los muros del Santuario, sólo los restos de los cañones, al galope salió tras los de la partida por el camino real.


 - X VIII –

Al atravesar El Diablo el pueblo de Villanueva, en las ventanas de algunas casas se veían luces, no le quedó la menor duda que el tremendo trueno de la voladura había despertado a los que dormían y entre ellos, a los soldados de la guarnición. Los que pronto subirían donde se encontraban sus compañeros al ver el resplandor de las llamas, por lo que espoleó a su caballo, le respondió, emprendiendo un galope desenfrenado.
No había recorrido una legua y dio alcance al resto de la partida, el caballo que montaba, Velintón, se puso en cabeza, no consentía ir detrás, por lo que tuvo que frenarlo para no adelantarse. Llegaron a la venta de Gutar y dejaron el camino real para seguir la vereda del ganado, pero no en la dirección a la Sierra de Segura sino hacia Sierra Morena. Una vez alejados de la venta, El Diablo que iba el primero, bajó del caballo para quitarse el disfraz, lo mismo hicieron los hombres de la partida, a los que se dirigió:
                    Desde este momento dejo de ser El Diablo, habréis visto que hemos seguido el camino contrario del que nos llevaría a la Morra de los Pinos donde hemos quedado en reunirnos con los muleros. La razón es, que no quiero dejar ningún rastro en dirección a nuestra tierra, pronto nos seguirán los franceses.
                    Entonces, ¿dónde nos dirigimos? – le preguntó Fabricio.
                    Bajaremos al Guadalimar y subiremos río arriba hasta que la profundidad de las aguas nos impida el avance. De está forma los que nos persigan, perderán el rastro y cuando lo encuentren ya estaremos lejos.
                    Capitán – replicó Fausto –, a mí no me importa continuar río arriba hasta que el agua le llegue a la panza de mi caballo, lo he hecho muchas veces como Maestro de río.
                    Tú seguirás al Azafranero, que conoce todos los caminos de la época en que vendía especies, os seguirán los hermanos Víboras. Saldréis por la orilla izquierda en sitio pedregoso para no dejar rastro de las herraduras; Fabricio y yo, lo haremos por la derecha, donde haya barro para que los que nos persigan crean que nos dirigimos al Condado. Dando un rodeo buscaréis la vereda del ganado que hemos dejado, seguiréis hasta la Morra de los Pinos, allí nos juntaremos.
Como a media legua aumentó la profundidad, salieron del río las dos parejas de jinetes al notar que los caballos pisaban rocas que se prolongaban por la orilla. Un poco más arriba lo hizo el capitán y acompañante por la otra orilla, dirigiéndose a la villa de Sorihuela, para después torcer a la derecha y llegar al Puente Mocho. Fabricio propuso:
                    Capitán, como mi cuñado Roque estará vendiendo las maderas en los pueblos del Condado, puedo ir en su busca y así le ayudo.
                    Me parece bien tu propuesta, pero desempeñarás otra misión distinta a la venta de maderas. Tú conoces bien Sierra Morena de tu época de militar, recorres los caminos que unen los pueblos del Condado con los de La Mancha, ocupada por los franceses, te enteras si éstos preparan avanzadillas y si es así, las sigues. Con la información que me traigas se puede preparar otra acción guerrillera; ahora con más hombres, ya tenemos las armas que necesitamos.
El capitán, al quedarse sólo, siguió el camino hacia Beas, cuando llegó a esta villa estaba amaneciendo, la rodeó para no encontrarse con vecinos que podían reconocerlo y tomó el camino de Valparaíso. Era medio día, al acercarse al cortijo de la Morra de los Pinos, salía humo de la chimenea, por lo que supuso que sus hombres estarían dentro. Lo que confirmó, al asomarse a la tinada y ver las bestias comiendo cebada verde; desmontando del caballo y quitándole el bocado, éste pronto se abrió paso para comer.
Llamó a la puerta del cortijo, le abrió Santiaguico que portaba un fusil, viendo a sus hombres alrededor de una mesa bebiendo vino, menos Victorio, que andaba dándole vueltas a una sartén en la chimenea. Al verlo, el Azafranero exclamó:
                    ¡Capitán, lo que más siento es no haber visto la voladura!. El trueno que se oyó me taponó los oídos.
                    A mí casi me los revienta, la lluvia de fuego cayó sobre los franceses, por poco le quema la poca ropa que le dejasteis.
                    Haber dejado Vd. que se asasen, no merece otra cosa esa canalla – le replicó.
Mientras los de la partida bebían y comentaban lo bien que les había salido el golpe del que fueron protagonistas, su capitán se unió a la bebida pero permanecía callado, aunque se le notaba en la cara la satisfacción que le producía las palabras que oía. Lo sacó de su ensimismamiento Victorio, al decirle:
                    Capitán, he guisado unos andrajos, sé que le gustan mucho. Esta mañana matamos Santiguico y yo tres conejos a la espera, parados si les atino.
                    Cuando entré y olí la comida – contestó –, me acordé que no probaba bocado desde ayer, tengo mucha hambre.
En el almuerzo los hombres siguieron comentando su primera acción guerrillera, cada vez más alegres por el efecto del vino. El capitán seguía callado y al terminar de comer, ordenó:
                    Victorio y Santiaguico, se llevarán los mulos que cargan las armas, las esconderán en el cortijo de Peñardera, donde se quedarán hasta que empiece la siega de la cebada. Se llevarán también dos caballos, el que monte uno de ellos irá por delante del que haga de arriero para avisarle que se aleje del camino si ve venir un caminante a su encuentro, escondiéndose hasta que pase éste.
                    Así lo haremos – contestó Victorio.
                    Por parejas y distanciados como media legua, irá el resto de la partida directamente al campamento, allí se continuará el aserrado de maderas. Yo me iré a la villa de Santiago donde pasaré unos días en mi casa, hasta que vuelva Roque y juntos volveremos al tajo. Como mi caballo esta cansado me llevaré uno de Saturnino, me queda por recorrer más camino que a vosotros.
Aquella noche durmió en la villa de Hornos y al día siguiente llegaba a su casa. Su familia estaba encantada, todos los vecinos del pueblo se deshacían en atenciones con ellos. Él conocía bien a sus paisanos, había nacido en dicho pueblo hacía 35 años, la mayoría de los vecinos eran ganaderos, los propietarios, y sus criados, pastores. Unos y otros, era gente noble y leal, pero el comportamiento con su familia, pensó, se debía a su padre, que en vida no dejó de hacer favores a pobres y ricos. El agradecimiento de éstos se acrecentó con su muerte, al enterarse que D. Pedro Fernando Martínez había encarnado la figura del Maestre.
Luciana se las arregló para que el párroco y el maestro le dieran clases a su hijo José, ya sabía leer y empezaba con la escritura. Antoñita estaba desconocida y alegre, había recibido carta de sus padres diciéndole que la echaban mucho de menos, así como a su nieta Pepita. Le daban la mejor noticia que podía recibir la familia Martínez, la abuela Teresa, vendría a su antigua casa para estar con ellos. El viaje lo harían en diligencia desde Caravaca a Huescar, Fulgencio avisaría, para que Roque fuera por ella a la última villa.
Eulalia, le seguía dando el pecho al pequeño Lucas, su familia también estaba contenta de vivir en su nueva casa, pero sobre todo, la ama de leche lo que más valoraba, es no haber perdido el contacto con su antigua señora. Su marido el día que llegó informó al socio:
                    Me he adelantado a los carros que ya están de vuelta al aserradero, me ha costado vender las maderas en los pueblos del Condado, allí no se puede volver, no hay dinero, las últimas maderas que vendí les tuve que bajar el precio.
                    Roque – le interrumpió –, ya me contarás como te ha ido el negocio, ahora me interesa más saber como le ha ido a tu cuñado Fabricio en la misión que le encomendé.
                    Estuvo recorriendo los pueblos de La Mancha al píe de Sierra Morena, me informó le dijera, que dichos pueblos no están ocupados por los franceses, pero los visitan con frecuencia destacamentos de soldados que salen y vuelven a Infantes, donde está la guarnición de tropas que se mueven por los Campos de Montiel. Por esto, mi cuñado se fue a visitar al escribano, cuyo hijo recogió, junto con Pedro Juan, herido del combate y que trasladaron a casa de sus padres.
                    Ha hecho bien, D. Adalberto Frías sabe francés y estará enterado del movimiento del enemigo, así como su hijo D. Francisco. ¿Qué se dice en los pueblos que has recorrido, de la acción guerrillera del Santuario de la Fuensanta?.
                    Me la contó con detalle Fabricio y me recalcó las precauciones que Vd. tomó en la ida al Santuario, en el asalto y en la huida; opinaba, que era el mejor capitán que había conocido.
                    Roque, tú me conoces y sabes que mi preocupación no es otra, que la de evitar resulten heridos los hombres que mando. Si se produjera alguna muerte, dejaría de ser su capitán. Pero dejemos esto, contéstame la pregunta que te he hecho.
                     A mi paso por Sorihuela de vuelta, me enteré que esta villa fue saqueada al día siguiente del asalto. Los franceses suponían por los rastros que siguieron hasta el río Guadalimar, que los vecinos de dicho pueblo habían prestado protección a los guerrilleros.
                    Siento el saqueo del que sólo yo soy responsable, mi intención era que el enemigo no descubriera el camino por donde volvimos a nuestra tierra. ¿Te has enterado de algo más?.
                    He dejado para el final lo más interesante, los franceses que dejaron atados por la vergüenza de que los redujesen sólo seis hombres enmascarados, aumentaron el número de asaltantes hasta veinticuatro.
                    No pienso reunir más de una docena de hombres en la partida – le interrumpió –, de esta forma nos será más fácil huir. Un número mayor, aumenta el peligro de que descubran donde nos escondemos y que puedan delatarnos.
                    Al pasar por la villa de Beas, me enteré que los hombres de la partida de D. Juan Uribe se atribuían el asalto del Santuario de la Fuensanta.
                    No me importa que otra partida se apunte nuestra acción guerrillera, si hubiéramos fracasado no lo harían. Mañana salgo para Peñardera, con estos calores, las cebadas estarán para segar, tengo que buscar jornaleros, allí sólo están tu cuñado Victorio y el menor de los Víboras.
                    Yo le acompañaré, le será difícil encontrar segadores, la gente joven está en la guerra. Me llevaré mis mellizos con los mulos para que acarreen las mieses a la era, como hicieron el pasado año.
Nada más llegar al cortijo de Peñardera, se enteró Roque que allí estaban las armas y le dijo a su cuñado que se las enseñara, las tenía metidas en un horno viejo. Al ver los fusiles, eran mejores que los requisados por él en la Batalla de Bailén, exclamó:
                    ¡Con un fusil de éstos y mi puntería me puedo cargar a un franchute a 300 pasos!.
                    Victorio – intervino el capitán –, guarda en unos sacos doce fusiles, cartuchos y cápsulas, los cargas en un mulo y esta noche que los lleve Santiaguico al campamento. Allí haremos prácticas de tiro a caballo y a píe, veremos si tienen el alcance que ha dicho tu cuñado. En cuanto apalabre media docena de segadores, salimos Roque y yo para los montes.
                    D. Pedro, yo también quiero participar en las prácticas de tiro – protestó Victorio –, me quedé con las ganas de matar un franchute en el asalto al Santuario.
                    Tiempo tendrás una vez que se acabe la recolección de grano. No se te ocurra probar un fusil, deben estar escondidos hasta que yo te avise.
A la mañana siguiente de llegar al campamento Pedro y Roque, se alejaron como media legua para probar los doce fusiles. Ponían blancos cada vez más lejanos comprobando el alcance, los tiros eran certeros a más de 250 pasos. La prueba mejor fue, que Roque divisó una cabra montés en unos peñascos y de un disparo la derribó, por lo que propuso: No necesito hacer más prácticas de tiro, mañana salgo con los carros para la villa de Santiago, en el corral de mi casa descargaré las maderas.
Fabriio llegó a los cinco días de irse su cuñado, entró con el capitán en la tienda y le resumió la información que traía de esta forma:
“Una vez que recorrí los caminos que unen los pueblos del Condado con los de La Mancha, seguí a una avanzadilla de veinte soldados al mando de un teniente, que desde Villamanrique, atravesaron Sierra Morena hasta la Venta de los Santos, de allí no pasaron. Los manchegos están atemorizados por los saqueos que han hecho los franceses en los pueblos y las contribuciones que les sacan; algunos, los menos, se han unido a los patriotas de las partidas de la Sierra de Alcaraz, donde también se han refugiado miembros de la Junta manchega”.
“D. Adalberto me dijo, que una vez que acaben de llevarse el grano que están cosechando, lo de valor de las casas ya lo han robado, parte de la guarnición de Infantes se dirigirá a los pueblos del Condado para hacer lo mismo. El escribano está bien informado, habla en el idioma de los franchutes con el coronel jefe de la guarnición y éste ha respetado, hasta ahora, su familia y su casa”.
                    ¿Qué te dijo el escribano de sus hijos?.
                    Fermín, ya como capitán, una vez curado de las heridas del combate en el que participamos, se incorporó a la división del general Zayas, también marqués del mismo nombre. El título, según el escribano, se lo concedió la Junta de Cádiz como premio de la derrota de Ocaña, sí hubiésemos ganado la batalla, sería duque. En los días que pasé en Infantes, me alojó D. Adalberto en su casa, me trataron como si fuera de la familia, están muy agradecidos por lo que hicimos su hijo y yo por el teniente Frías, ahora capitán.
                    ¿Y de D. Francisco Frías qué te dijo su padre?.
                    El día antes de venirme llegó de Valdepeñas, al enterarse que Vd. me había mandado para recoger información, me hizo repetir por dos veces, para que se lo dijese con sus mismas palabras, el recado siguiente:
“Las capitales y pueblos importantes de Andalucía están ocupadas por el ejército invasor, menos Cádiz que sigue sitiada. En esta ciudad, aparte de la Junta, se había constituido la Regencia y lo más importante; los Diputados, a los que se llamaba padres de la patria, este nombre me insistió que lo recordara, se van a reunir en Cortes. En ellas se debatirán los artículos de la primera Constitución española”.
                    El que los propios españoles se den una Constitución, conlleva Fabricio, que las ideas liberales que he defendido desde mi época de estudiante, por fin cuajen en nuestra patria. Pero dejemos la política, ¿qué te parece si envío al pastor Lucas para que vigile los pasos de Sierra Morena?. Esto supone integrarlo en nuestra partida, como sabes, quería hacerse guerrillero.
                    Es el mejor enlace que puede pasarnos información del movimiento de los franceses; como pastor, nadie sospechara de él y aunque es joven, yo le enseñaré el manejo de las armas.
                    Entonces mañana me iré a ver a mi familia, subiré a los Campos donde está el ganado para darle instrucciones a Lucas.
Lo primero que le dijeron al llegar a su casa fue que se recibió carta de Fulgencio anunciando que dentro de tres días llagaba a Huescar con la viuda de su padre, Teresa. Roque, iría a buscarlos con el mismo carro que cargaba la cabina del coche de caballos, en el que trajo desde Siles a la familia Martínez y a la suya. También llevaría un caballo para su socio.
Como tenía pensado, subió a los Campos para hablar con el pastor Lucas, le propuso formar parte de la partida que mandaba, la de enmascarados que asaltaron el Santuario de la Fuensanta, lo que ya se sabía en los pueblos de la Sierra. El pastor no pudo disimular la satisfacción que le producía que su amo fuese su capitán, éste le propuso:
                    Como dentro de unos días se irá a Infantes el mayoral de D. Adalberto a buscar la hatería, te vas con él. Te he traído un caballo para que desde dicha villa sigas a los soldados cuando éstos se dirijan a los pueblos del Condado. Sé por Fabricio, que nada más atrojado el grano en dichos pueblos, los franceses irán a requisarlo, así como bestias y ganado.
                    Descuide Vd. que seguiré a los franchutes sin que ellos me vean, Sierra Morena la conozco como la palma de mi mano.
                    Cuando tengas seguridad de los caminos que siguen los destacamentos que salgan de Infantes, vienes al campamento del aserradero para informarme. Esta bolsa de dinero es para tus gastos y para que abastezcas de víveres para una semana, a la docena de hombres que forma la partida. Las provisiones las guardas en el cortijo donde tenéis la majada en invierno, ese será el punto de reunión.
La llegada de Teresa a su antigua casa de Santiago fue un acontecimiento, no sólo para su familia, también para los vecinos de la villa. Prácticamente todos ellos pasaron por la casa para saludar a la viuda de D. Pedro Fernando Martínez, su benefactor por muchos años. La abuela se deshacía en cariños con sus nietos, a los pequeños no los conocía, y lo mismo que le pasó a Antoñita.
Fulgencio trajo buenas noticias sobre la venta de maderas, se había comprometido con almacenistas de varios pueblos murcianos a enviar la caravana de carros; incluso con tres compradores, cerró el trato al llegar a un acuerdo en el precio y éstos, le entregaron como señal la décima parte del valor de las maderas. Uno de ellos era de Caravaca, por lo que los tres socios decidieron hacer el primer viaje a dicha villa con la madera que Roque tenía almacenada en su corral. En este primer viaje y desde dicha villa, el comerciante de Lorca, seguiría hasta Murcia, para liquidarle al Marqués de Torre Orgaz, dueño de los pinos, lo que faltaba por pagar del contrato hecho hacía meses.
Volvió Pedro al campamento y nada más llegar, en un aparte con Fabricio, le comunicó:
                    Me enteré por tu cuñado que estuvo en Beas, que Juan Uribe y su partida se atribuyeron el asalto al Santuario. He pensado, que si esta noticia llega a los franceses, pronto saldrá la guarnición de Villanueva en busca de los guerrilleros, si no lo han hecho ya. Convenía que te pusieras en contacto con hombres de la partida de Uribe, sin que se entere éste. No interesa que te conozca, sí se confirma lo que te he dicho, vienes a avisarme.
                    Mañana salgo para la villa de Beas, descuide que sabré dar con la partida.
Con Lucas en La Mancha y Fabricio en Beas, el capitán podía recibir información de las dos guarniciones más próximas a la Sierra de Segura. Los días siguientes los pasó en Peñardera, hasta que terminaron las faenas de las eras y el grano quedó atrojado, volviendo nuevamente a su casa para celebrar la fiesta del patrón de la villa, Santiago.
De la fiesta del patrón fue alma Luciana, integrada como la familia en el pueblo, organizó la procesión del Santo y hasta un Auto Sacramental en la parroquia. Su marido, iba de sorpresa en sorpresa ante el protagonismo de su mujer, nunca había actuado de esta forma en su pueblo, Siles. Al ver a su hija Dolores representado el papel de la Virgen, no pudo reprimirse y comentó con su abuela:
                    Teresa, ni las vírgenes de Murillo son tan bellas como mi hija, ¿quién la ha hecho el vestido?.
                    He sido yo, pero todas las ideas son de tu mujer. ¡Mira los pastores embobados!, recordarán por muchos años el paso de Luciana por este pueblo.
                    En veinte años que llevo casado, todavía me sorprende mi mujer, aunque no sus dotes teatrales, todas las comedias que guardo en mi biblioteca se la ha leído varias veces.
Aquella noche en la cena que sirvió Eulalia, se formó tal algarabía al juntarse los hijos de ésta con los de sus antiguos amos, que las dos madres tuvieron que intervenir, los pequeños no querían acostarse, por lo que Luciana le dijo a los mellizos:
                    Pedro y Fernando, llevar a vuestros hermanos a tu casa, vuestra madre se queda un rato más con nosotros. Niñas, estaréis agotadas, subir a vuestro hermano José a la cama y después de acostarlo, vosotras hacéis lo mismo.
                    Madre – le replicó Pilar–, a mí, ni me vestiste de Virgen ni ahora me dejas estar con mi madrina, ya sé que la preferida tuya y de padre es Dolores.
                    ¡No digas eso niña! – le reprendió Antoñita –, nunca los padres y abuelos pueden tener preferencias.
La abuela se levantó para subir con sus nietas a los dormitorios, con eso evitaba la reprimenda del padre, que se veía venir por la cara que puso. Conocía el genio de Pedro y sabía, como su mujer, que no toleraba los celos entre hermanos. Cuando bajó al poco rato, ya se había calmado y continuaron comentando los acontecimientos de aquel día, hasta que Eulalia dijo que se marchaba a su casa, motivo, que dio fin a la sobremesa de la cena del día de Santiago.
Al acostarse el matrimonio se prolongó la relación amatoria entre mujer y marido, lo que hizo que éste se despertara después de amanecer y no pudiera llegar al campamento hasta el medio día. Por la tarde llegó Fabricio y como hacían siempre, entraron en la tienda el capitán y el informador, que le comunicó:
                    Antes de ayer me encontraba en Beas, unos hombres de la partida del subteniente Uribe, trajeron la noticia de que más de trescientos soldados franceses se dirigían a la villa, todos los de la partida huyeron del pueblo, sabían que venían por ellos. Yo esperé a los soldados escondido en un chozo de pastores en un alto que dominaba el pueblo, desde donde pude ver la entrada de la tropa a la salida del sol. Permanecí escondido hasta que salieron al anochecer, bajando a la villa, apenas quedaba gente, la mayoría de los vecinos se echaron al monte la noche anterior de la entrada de los franceses. Un viejo me contó, que como venían en busca de los guerrilleros, al no encontrar rastro de ellos, registraron las casas llevándose lo de más valor pero sin causar destrozos.
                    Por la cantidad de soldados que me dices Fabricio – opinó el capitán –, sería suicida plantear una acción guerrillera.
                    Nosotros sí, pero no es el caso de la partida de Uribe y de la de su ayudante Andrés de Diego, que en número de hombres igualaban las fuerzas francesas.
                    No habrán querido enfrentarse, sí lo hacían, los que saldrían perdiendo serían los vecinos del pueblo, a algunos de ellos, los pasarían por las armas para que sirviera de escarmiento.
Se presentó en el campamento un arriero mandado por Roque para decirle a Pedro, que el socio estaría dentro de tres días en la villa de Santiago, los carros ya estaban de vuelta de Caravaca, por lo que se fue a su casa a esperarlo. A ella llegó en la fecha prevista y le informó que la venta de maderas en los pueblos murcianos sería un gran negocio. Tenía cerrado el trato para hacer tres viajes más, otro a la villa de donde venía y los siguientes, a Moratalla y Calasparra.
                    Me alegro Roque – le interrumpió –, que el negocio se haya podido seguir en los pueblos murcianos, espero que antes que los ocupen los franceses podamos vender las maderas que nos quedan, todavía faltan muchos carros.
                    De Vd. fue la idea – le contestó, continuando –. Estuve en los pueblos que le he dicho, en ellos hay mucho dinero, la guerra está haciendo ricos a mucha gente, tengo pensado subir los precios de la madera. ¿Prepara otra acción guerrillera?.
                    Tu cuñado Fabricio estuvo en la villa de Beas el día que entraron 300 franceses, buscaban las partidas de guerrilleros, no podemos enfrentarnos a tantos soldados. Espero que venga el pastor Lucas, vigila los pasos de Sierra Morena, si me informa que destacamentos procedentes de Infantes se acercan a nuestra tierra, será la ocasión de preparar otro golpe. Siempre que el número de soldados lo permita, sin riesgo para los hombres de la partida.
                    Como en el próximo viaje a Caravaca no tengo que acompañar a los carros, espero que cuente conmigo.
                    No sólo contigo, también con mi amigo Nino, por ahora, no quiero juntar más hombres en la partida, si superamos la docena la huida será peligrosa.
A los tres días se fueron los dos socios al campamento, Pedro, al despedirse de su familia les dijo que tardaría en volver. Puso como pretexto, que acompañaría al socio a los pueblos murcianos donde se vendía la madera; pensaba, que no tardaría en presentarse Lucas en el campamento y de acuerdo con la información que le diera, preparar una posible acción guerrillera.
El diez de agosto llegó el pastor, pasando a la tienda con el capitán, le contó lo siguiente:
“Por dos veces he seguido un destacamento de veinte soldados al mando de un teniente, desde Infantes a dos pueblos del Condado, Santisteban y Castellar. De estas villas se llevaron el grano que habían cosechado hogaño y lo de valor de las casas, lo cargaron en bestias y carros que requisaron. Tardaron una semana, dos días a la ida, uno en el saqueo y cuatro a la vuelta, la hacen despacio al paso de los carros. Esta mañana salieron otra vez en dirección al Condado, supongo que a saquear Sorihuela o Chiclana, en Almedina deje de seguirles, me vine por Albaladejo a informarle”.
                    Lucas, has cumplido muy bien lo que te encargué, lo que merece que participes en la próxima acción guerrillera, dile a Fabricio que te enseñe el manejo de las armas. Tendrás sólo un día para aprender, pasado mañana vendrás conmigo para preparar el golpe, iremos delante del resto de los hombres. ¿Compraste los víveres y los dejaste donde te dije?
                    Se encuentran encerrados en el cortijo, bajo llave que dejé en la gatera.
Por la noche reunió a todos los hombres, incluido Victorio que estaba en Peñardera y le avisó Santiaguico. Sólo faltaba su amigo Nino, mandaría al día siguiente al Azafranero para avisarle y ambos se traerían cuatro caballos de la yeguada. Después de informarles de las noticias que le había traído Lucas, le resumió el plan que tenía pensado, era el siguiente:
“Pasado mañana saldremos Lucas y yo a Sierra Morena y buscaremos el sitio más ventajoso para atacar el destacamento francés. Fijado el lugar del asalto, nos reuniremos todos los hombres en el cortijo de la majada donde está mi ganado en invierno, tenemos víveres suficientes para pasar una semana. Detrás de nosotros saldrán, Roque, Victorio y Santiaguico, pasarán por Peñardera y cargarán en un par de mulos lo siguiente: dos docenas de fusiles, las municiones necesarias, el barril de pólvora y los uniformes que le quitasteis a los soldados en el Santuario, nos pueden hacer falta sí preparamos una emboscada”.
                    ¿ A qué hora salimos para Sierra Morena? –, preguntó Roque.
                    Por la carga que lleváis conviene que el camino lo hagáis de noche.
“A la mañana siguiente – continuó el capitán –, lo hacéis el resto, con los caballos que tenemos y los que se traigan de los Baños, Nino y Faustino, que traerá también los tres disfraces que faltan. Vais saliendo por parejas, los hermanos Víboras que no conocen el camino, se repartirán cada uno en una pareja. Como llegaréis al cortijo antes que volvamos el pastor y yo, allí me esperáis. Calculo que el asalto al destacamento, será el día de la Virgen o al siguiente, en que los franceses estarán de vuelta con el botín que lleven después del saqueo del pueblo donde hayan estado”.
Ninguno de los hombres pidió aclaración al capitán ni puso objeción alguna, confiaban en él. Siguiendo los planes, Pedro y el pastor llegaron al anochecer a la Venta de los Santos donde pasarían la noche. En la cena, el primero le preguntó al ventero por los propietarios que podían arrendarle pastos en invierno para su ganado, éste le contestó:
                    Señor, hace tres días pasaron por aquí los franceses, no creo que le convenga traer su ganado a esta tierra, se lo podían requisar como están haciendo en todos los pueblos por los que pasan.
                    Puede que lleve razón, pero mi padre por muchos años traía su ganado a Sierra Morena y pensaba hacer lo mismo. Por lo que me dice, tendré que buscar pastaderos donde todavía no hayan llegado los invasores.
Por la mañana se pusieron en camino hacia Villamanrique, siguiendo el que atravesaba la sierra junto al río Dañador. Llegaron a un barranco y donde comenzaba el camino a encerrase entre dos laderas empinadas, se bajó el capitán del caballo diciéndole a su acompañante que le esperara. Lucas lo vio subir la ladera mas escarpada hasta la cresta y recorrer ésta, observando que escarbaba con una azada que llevaba, debajo de un peñasco que volaba sobre el camino. Después pasó a la otra ladera e hizo lo mismo, tardando en estas operaciones como dos horas, para bajar y montando en su caballo, ordenó:
                    Lucas, sigamos el camino hacia La Mancha, lo dejaremos donde me indiques que sale una vereda que nos lleve al cortijo, estarán los hombres esperándonos.
                    Capitán – propuso el pastor –, no sería conveniente saber el pueblo donde están los franceses.
                    Eso ya lo harás tú mañana que volveremos a este barranco, desde aquí irás en busca del destacamento y en cuanto salgan del pueblo donde estén, vienes a avisarnos. Tan pronto lleguemos al cortijo reuniré la partida para decirle el plan de ataque, este sitio es el ideal para sorprender a los franceses.


– IXX –

Llegaron Pedro y el pastor al cortijo, encontraron a los hombres almorzando, uniéndose a la comida, faltaban Nino y Faustino, llegaron por la tarde. Reunidos todos los de la partida el capitán propuso:
         Mañana saldremos Roque, Fabricio, Lucas y yo, a un barranco por encima de la Venta de los Santos que he escogido como sitio para atacar el destacamento francés a su vuelta a Infantes. Nos llevaremos dos talegas de pólvora, tengo pensado hacer la voladura de dos peñones que caerán ladera abajo al camino, cerrándolo por un lado y otro. Roque disparará a un pañuelo blanco con cápsulas de fulminato junto a la carga debajo de un peñón y yo haré lo mismo en la ladera de enfrente.
         ¡Menuda ratonera le preparas! – exclamó Nino, no sabía que su amigo, ahora su capitán, no le gustaba que lo interrumpieran.
         La señal para empezar el tiroteo será, cuando oigáis el tiro de una de mis pistolas, que también indicará a Roque que dispare a la carga de la ladera derecha. Nos llevaremos dos fusiles cada hombre, uno de ellos se dejará detrás de un parapeto de piedras que construiremos mañana para cada tirador y el otro, se situará a unos veinte pasos del parapeto. Correréis por éste, hecho el primer disparo, para seguir el tiroteo siempre escondidos, dejaréis de hacerlo al oír otra vez un tiro de pistola. Si a los franceses le acompaña gente de paisano no disparar contra ellos. ¿Lo habéis comprendido?.
Todos los hombres asintieron bajando la cabeza, continuando:
         Tengo que nombrar un lugarteniente que mande cinco hombres de la partida que se desplegarán con él en la ladera derecha, yo con los cuatro restantes lo haré en la de la izquierda. He pensado, que por su experiencia militar, este cargo le corresponde a Fabrico, que después del asalto volverá con ellos a través de la sierra. Los que vengan conmigo, huiremos en sentido contrario, bajando hasta el Guadalmena y subiendo río arriba, saldremos por donde no dejemos rastro. Todos nos reuniremos aquí, donde esperaremos unos días hasta conocer como actúa la guarnición de Infantes de donde procede el destacamento que asaltaremos.
         Capitán – intervino Fabricio –, descuide Vd. que seguiré sus órdenes al píe de la letra.
         Los cinco hombres a tus órdenes serán: Nino, Faustino, tu cuñado, tu hermano y Lucas; Fausto y los tres hermanos Víboras estarán bajo mi mando. Conviene lugarteniente, antes que se haga de noche, le enseñes a Nino el manejo de las armas. Os acompañaremos Roque y yo para hacer puntería, no podemos fallar en
darle al pañuelo con las cápsulas.
No era todavía de día cuando salieron los cuatro hombres previstos al barranco, tardaron cuatro horas en dejar las cargas preparadas y los parapetos hechos. Terminada la faena, el capitán, dirigiéndose a Lucas le ordenó:
         Sal campo a través en el caballo que montas, sin seguir el camino de los pueblos del Condado, te enteras en el que estén los franceses. Permaneces escondido a las afueras del pueblo hasta que veas que los soldados lo abandonan. En ese momento vienes al cortijo, desde donde saldremos al sitio del asalto por el camino más corto, es el que hemos traído.
         Capitán – contestó el pastor –, calculo que para el día de La Virgen pasarán por la Venta de los Santos, si como supongo, están en la villa de Sorihuela.
         Lo mismo pienso yo, como desde dicha villa hasta el barranco hay más de cinco leguas, al paso de los carros, nos dará tiempo para que vengas y para situarnos en los puestos de las laderas asignados a cada hombre antes que lleguen.
Fallaron los cálculos, hasta la tarde del día siguiente al de La Virgen (15 de agosto) no llegó Lucas al cortijo, informando que al medio día abandonaron los franceses Sorihuela. Salieron la madrugada del 17 para hacer el camino de noche, cuando dejaron escondidos los caballos y subían a sus puestos estaba amaneciendo. Todos los hombres llevaban los disfraces puestos y su capitán, el del Diablo, que permaneció en el camino con Lucas y una vez que los hombres se escondieron, le dijo al pastor que se acercara hasta el encuentro del destacamento, volvió a la hora informando:
         Capitán, como a una legua de aquí acampan los soldados, cuando llegué todavía dormían, menos dos que hacían guardia; no me vieron, pude divisar que cuatro paisanos se acostaban debajo de otros tantos carros que traen.
         Lucas, no te dirijas a mí como capitán, con este disfraz, los de la partida me llaman El Diablo. Sube donde está Fabricio y le dices lo mismo que a mí, te escondes en el parapeto que te corresponde, yo haré lo mismo en el primero que está por debajo de la carga, en el otro ya está Roque preparado para disparar al pañuelo.
Como una hora después de la salida del sol, El Diablo dio vista a la comitiva que se acercaba al barranco, venían confiados, no llevaban los fusiles entre sus manos. Una fila de diez soldados a caballo precedía a los carros que conducían cuatro paisanos y en medio de ellos, el teniente que los mandaba en un caballo blanco, seguían a los carros otros diez soldados también a caballo. Esperó que la comitiva se encontrara entre los dos peñones donde estaban las cargas para disparar la pistola.
A los dos truenos provocados por las voladuras, siguió el estruendo de los peñones bajando ladera abajo, que arrastraban piedras y tronchaban los troncos de las encinas que encontraban a su paso. Algunos caballos se encabritaron y entre ellos, el blanco que montaba el teniente, que lo derribó. Se levantó con rapidez, y cogiendo su fusil se parapetó detrás de un carro apuntando hacia la ladera izquierda; no pudo disparar, cayó nuevamente al suelo donde permanecía inmóvil, un tiro procedente de la ladera que tenía a su espalda lo mató.
Aprovechando el silencio que siguió a la segunda descarga, mientras los enmascarados cargaban los fusiles, El Diablo disparó su pistola. Había visto como un sargento que seguía a caballo, levantaba los brazos y los soldados que no estaban en el suelo hacían lo mismo. Bajó del parapeto hasta el camino, haciéndole señas a su lugarteniente para que hiciera lo mismo. Fabrico cometió una imprudencia que le pudo costar la vida, al pasar junto a un soldado tendido en el suelo y rebasarlo, éste cogió su fusil, la maniobra la vio Roque, de un certero disparo le voló la cabeza antes que disparase.
Esto fue observado por El Diablo, pero no se lo echó en cara a su lugarteniente, sólo le preguntó:
         ¿Dónde está el soldado que falta?. En el recuento que he hecho salen, cinco muertos, otros tantos heridos y diez ilesos.
         Logró escapar, era el que iba el primero, al ver el peñón que se le venía encima picó espuelas y se escapó por los pelos. Le disparé y sé que le di, porque hizo un extraño movimiento pero siguió al galope, cuando cargué el fusil había traspuesto.
         Esto complica las cosas, si la herida es leve como supongo, llegará a Infantes y contará lo que ha pasado. Pronto saldrán en nuestra búsqueda y puede que vengan un numeroso grupo de soldados.
         Si quiere Vd. salgo ahora tras el soldado, aunque no le alcance, en Infantes le digo a D. Adalberto que me tenga en su casa hasta que me entere de los soldados que vienen a vengar a sus compañeros.
         Espera que bajen los hombres, una vez que recojan las armas, les quitáis los uniformes y maniatáis con los brazos a la espalda a los soldados, los que puedan ir por su píe irán detrás de los carros de vuelta a Sorihuela. Después recoges tu caballo y te marchas a Infantes para cumplir la misión que me has dicho.
Se dirigió El Diablo al caballo blanco del teniente que permanecía junto al cuerpo del que hasta hacía unos minutos lo había montado. Registró las alforjas de cuero y junto a cuatro bolsas de monedas de plata con algunas onzas de oro, había útiles de escribir y unos papeles. Uno de ellos, era la orden firmada por un comandante para que se trajeran de Sorihuela víveres y las contribuciones que pudieran sacarle a sus vecinos. Al terminar de leer la orden, se le acercó uno de los hombres que conducía los carros y le dijo:
         Señor, soy el alcalde de Sorihuela, los franceses después de saquear mi pueblo y obligarnos a juntar 4.000 reales, nos exigieron que llevásemos a Infantes otros 6.000. Para que se cumpliera la entrega de dicha cantidad, nos llevaban como rehenes a mí y a los tres hombres que conducíamos los carros.
         Toma estas cuatro bolsas donde debe estar el dinero que os han sacado y volvéis a vuestro pueblo. En los carros cargáis los muertos y heridos, a píe os seguirán los soldados que han resultado ilesos. Si atendéis a éstos y les dejáis enterrar a sus muertos, es posible que la expedición que venga de Infantes no tome represalia contra los vecinos de tu pueblo. Ahora ayúdame, le haremos una primera cura a los heridos para que no pierdan más sangre.
Terminada la cura, viendo que Fabricio ya se había ido, le ordenó a Roque:
         Tú sustituirás a tu cuñado como lugarteniente, con Nino que entiende de caballos, escogéis los diez mejores, al resto le pegáis un tiro en la cabeza. Antes de irnos, empujaremos todos los hombres al peñón atravesado en el camino para dejar libre el paso de los carros.
         Lo que Vd. ordene Diablo – contestó con sorna el nombrado lugarteniente.
Cada grupo volvió por el camino previsto, se repartieron los caballos de los franceses, cinco para cada uno. Al llegar el del Diablo al río Guadalmena, se quitó el disfraz, lo mismo hizo Fausto y los tres hermanos Víboras que le acompañaban. Cuando llegaron al cortijo ya estaba allí Roque y los hombres que mandaba.
A los tres días, en la madrugada del 20 de agosto, vino Fabricio, comunicándole a su capitán:
         Al anochecer de ayer salí de Infantes, D. Adalberto me informó que hoy, antes que amanezca, se dirige a Sorihuela una expedición de soldados al mando de un comandante.
         ¿Cuántos hombres calculas? – le preguntó.
         Serán más de 300, la guarnición la componen unos 500 hombres.
         Es absurdo preparar una emboscada con sólo once hombres cuando atraviesen Sierra Morena; otra cosa sería, si se forman avanzadillas o destacamentos, ¿vosotros qué opináis? – le preguntó a sus hombres.
         Capitán – contestó Roque –, yo puedo seguir la expedición y de acuerdo con lo que hagan y a donde se dirijan vendré a informarle.
         A ti te conocen todos los vecinos de los pueblos en que has vendido madera, la misión que dices, es mejor que la desempeñe Lucas, como pastor, no levantará sospechas.
Así se hizo, saliendo Lucas en busca de los franceses. Los esperó escondido en la sierra y los siguió hasta que llegaron a Sorihuela, de donde salieron al poco rato, y ya de noche, atravesaron el Puente Mocho. Al ver que acampaban en un tejar próximo al río Guadalimar volvió al cortijo, llegando como Fabricio de madrugada.
El pastor confirmó que la expedición la formaban 320 soldados al mando de un comandante, todos los de la partida estaban reunidos y al terminar Lucas la información, los hombres miraron con cara expectante a su capitán, sin atreverse a preguntarle qué iban a hacer. Éste permanecía callado, pasaron unos minutos hasta que rompió el silencio, diciendo:
         Presumo que los franceses se dirigen a la villa de Beas, el sitio donde han acampado, no puede ser otro que el que se conoce como La Teja, allí hay un cortijo en el que viven los alfareros. Sin duda, como pasó en nuestro primer asalto, en Sorihuela le habrán informado al comandante que la partida de enmascarados la manda el subteniente Uribe. Por eso van en su busca, pero presumo que los guerrilleros, al saber los hombres que vienen en la expedición, habrán abandonado el pueblo.
         Sí como Vd. dice – intervino Fabricio –, los de Uribe salen huyendo como la otra vez, ¡Dios ampare a los vecinos de Beas!. Los soldados que vienen de Infantes estarán ansiosos de venganza, por lo que hicimos en el barranco.
         Llevas razón lugarteniente y si se confirma lo que supones, no hay hombre más indicado que tú para que repitas lo mismo que hiciste el día de Santiago. Te escondes en el mismo chozo y bajas al pueblo cuando se retiren los soldados, te enteras de lo que ha pasado y vienes rápido a contarlo.
El capitán pasó todo el día preocupado, se hizo de noche y todavía no había llegado el emisario, lo hizo de madrugada, contó lo siguiente:
“Al salir de aquí me dirigí al sitio donde había dicho Lucas estaba el campamento, sólo estaban los soldados de guardia. Seguí el camino hacia Beas y dando un rodeo, antes de llegar al pueblo, me escondí en el chozo de la otra vez, llegué a la salida del sol. Permanecí hasta dos horas después del medio día y por la polvareda que levantaban los caballos comprendí que los franceses se retiraban y bajé al pueblo”.
“Encontré al mismo anciano que cuando estuve hace un mes y lo primero que me dijo, es que las partidas de guerrilleros se habían retirado antes que llegaran los soldados. Le pregunté quien las mandaba y me dio los nombres de Juan Uribe, su ayudante Andrés de Diego y el comandante Hermenegildo Bielsa. Después me enteré que juntaban tantos hombres como los franceses que habían sometido el pueblo al saqueo. Las mujeres me decían llorando lo que le habían robado y que lo no les valía, lo destrozaban”.
         Fabricio – le interrumpió el capitán, estaba ansioso por la pregunta que hizo –, en el saqueo, ¿ se han producido heridos y muertos?.
         Sólo un hombre estuvo a punto que lo fusilaran, se lo cuento:
“Me informaron – continuó el relator –, que nada más llegar los franceses, apresaron a las personas notables de la villa, les hicieron juntar más de 30.000 reales, pero al comandante le pareció poco dinero, quería más. Mandaron en busca del mayordomo de la Iglesia Parroquial, a su hermano Nicolás y a un sargento, se encontraba en un cortijo. Los hombres de la guerrilla que estaban cerca apresaron al francés, volviendo el hermano del mayordomo al pueblo para contar lo que había pasado”.
“El comandante enfurecido mandó saquear el pueblo y fusilar al pobre Nicolás en la Plaza del Mercado, atado a una silla donde lo habían sentado. Intervinieron el alcalde y otras autoridades con el fin de salvar la vida del hermano del mayordomo, se comprometieron a poner en Infantes lo que el comandante exigía: 600 onzas de oro, 2.000 carneros, 200 vacas y 1.500 fanegas de trigo”.
         ¿Qué hicieron con las personas que apresaron? –, le preguntó el capitán.
         Soltaron a parte de ellas, pero no a los que intervinieron en parar el fusilamiento, el alcalde, el administrador de la Encomienda y dos presbíteros; el comandante, como no se fiaba de que cumplieran el compromiso de la entrega que tenían que hacer en Infantes, los tomó como rehenes, también a Nicolás, y se los llevaron presos cuando la tropa salió de Beas.
         Con el administrador de la Encomienda D. Bartolomé Ibáñez – aclaró el capitán –, me une una estrecha amistad, uno de los presbíteros será D. Andrés, también amigo mío. Dudo que puedan cumplir a lo que se comprometieron.
         Para las obras que estaban haciendo en la casa de la Encomienda – intervino Roque –, D. Bartolomé me compró dos carros de madera. Capitán, no dejará Vd. que fusilen a su amigo, si como dice, duda que puedan cumplir el compromiso con esos canallas.
No le contestó, salió del cortijo y al rato uno de los hombres se asomó por la puerta y vio que estaba paseando. Aquella noche hacía un calor sofocante, por lo que los quedaron dentro de la casa comentaron que su capitán algo estaría tramando tomando el fresco. A la media hora entró, cogió las alforjas de cuero del teniente francés muerto en el asalto del barranco, sacó un papel en blanco, pluma y tintero y se puso a escribir encima de la mesa.
Los hombres permanecían callados mientras escribía su capitán, que cuando terminó leyó el papel para él, haciendo algunas correcciones. Viendo a sus hombres intrigados les comunicó:
         He escrito un billete suplantando al comandante que manda la tropa venida de Infantes, si la estratagema que he pensado sale bien, se podría conseguir que salgan la mayoría de los soldados, en busca de los guerrilleros que tienen preso al sargento que salió con Nicolás de Beas. De esta forma podíamos rescatar a los rehenes, estoy seguro que los tienen en el campamento de La Teja.
         ¿Por qué no nos lees el papel que has escrito? – le preguntó su amigo Nino.
         Está escrito en francés, os lo traduzco. – Dice lo siguiente:
“Para el comandante en jefe de la guarnición de Villanueva del Arzobispo:
Con la tropa que mando, 320 hombres venidos de Infantes, ayer 21 de agosto, entramos en Beas buscando a los guerrilleros que asaltaron un destacamento a la vuelta de Sorihuela. Como no encontramos a las partidas y una de ellas hizo preso a un sargento, si unimos las fuerzas que mando con las de esa guarnición en una acción conjunta, podemos acabar con esos bandidos.
Por la información de uno de mis espías, sé que se encuentran en los montes entre Beas y esa villa.
El comandante Leffebre”.
         ¿Cómo sabes el nombre del comandante? – volvió a preguntarle Nino.
         Lo he sacado de una orden escrita que guardaba el teniente en sus alforjas, también he imitado su firma.
         Capitán – intervino Fabricio –, por lo que ha leído, deja entender que irá a Villanueva a entregar el escrito y después visitar al comandante de Infantes con el propósito de engañarlo, para que salga con los soldados en busca de los guerrilleros. Si no me equivoco, así dejaran a los prisioneros con un número reducido de soldados custodiándolos y nos será fácil el asalto al campamento.
         Has acertado plenamente Fabricio, como ya conocéis lo que preparo, ahora mismo salgo para Villanueva, me acompañarán Lucas y Santiaguico, éste os avisara. El resto de los hombres saldrá al amanecer, como tenéis que caminar de día, os ponéis los uniformes franceses encima del disfraz, llevar todos los caballos, sólo volverá al cortijo un hombre acompañando a los prisioneros. El sitio donde me esperaréis escondidos, es una chopera que se encuentra a orillas del Guadalimar en la confluencia con el arroyo del Ojanco.
Salieron del cortijo los hombres a despedir a su capitán, vieron que metía en su bolsa de cuero donde guardaba el disfraz del Diablo, dos uniformes franceses con las insignias de sargento, en un saco también metieron los que iban con él, dos uniformes de soldados. Montaron en tres caballos requisados, el del capitán, Velintón, iba como refresco.
Antes de amanecer los tres jinetes llegaron a un molino próximo al campamento, no funcionaba, por el estiaje, el río Guadalimar no llevaba agua suficiente. El capitán entró en la casa vacía y se puso el uniforme del sargento de la expedición de Infantes, al salir se dirigió a los dos más jóvenes de la partida que le acompañaban y les ordenó:
         Lucas, te acercas al campamento, deja el caballo donde no lo vean y te aproximas a un sitio en el que puedas ver el movimiento de los soldados, allí permaneces escondido hasta el medio día, después te vas al Puente Mocho y esperas hasta que yo llegue. Santiaguico, le quitas los arreos a mi caballo y al tuyo, los trabas, y los dejas en ese rastrojo para que coman, vigila por la ventana con tu fusil preparado y los cinco restantes cargados.
         ¿Me visto también de francés? – preguntó.
         Ya te pondrás el uniforme cuando avises al resto de la partida para que vengan a este molino.
Las tres leguas que separaban el molino de Villanueva, las hizo el capitán en poco más de una hora, el caballo que montaba le respondió, sin apretarle. En las primeras casas del pueblo a unas vecinas le preguntó por la residencia del jefe de la guarnición, le fue fácil encontrarla, era la mejor casa de la villa, en la puerta hacían guardia dos soldados. Le dijo a uno de ellos el motivo de su visita y éste llamó a un teniente que le acompañó al despacho del comandante, en su presencia, se cuadró ante él, presentándose como el sargento Martín de la guarnición de Infantes. Al preguntarle el motivo de la visita, le entregó el billete que llevaba, no le extraño que la primera pregunta del comandante fuese:
         ¿Sargento de dónde es Vd.?.
         Soy de Biarritz – contestó –, pero me he criado en España, estuve muchos años sin hablar el idioma de mi madre, hasta que me uní al ejército Imperial cuando pasó la frontera.
         Eso explica que hables nuestro idioma como los españoles. La proposición que me hace su comandante nos ayudará a juntar tropas suficientes para acabar de una vez con esos bandidos. Tendremos que dar con ellos en los montes donde se cobijan, de los pueblos salen huyendo tan pronto nos acercamos. Pero en el escrito, su jefe no precisa los montes donde se encuentran, me dice que se ha enterado por un espía.
         No consideró prudente ponerlo por escrito, los bandidos asaltan a los correos en el camino real que he traído. Como yo hablo español, le pude sacar a un prisionero que hicimos en Beas donde tienen la guarida, me dijo que en la Morra de los Pinos, a donde se llega por la vereda de ganado que pasa por la venta de Gutar.
         Esa venta está a legua y media de aquí, en ella podemos reunirnos, así se lo dices.
         Sería mejor que me diera una simple nota firmada, bastaría con fijar el sitio de la cita y la hora, sin exponer el motivo, por lo que le dije antes de los bandidos.
Las razones que dio convencieron al comandante, en papel timbrado escribió la nota y se la entregó. Se despidió con un marcial saludo militar y salió de la casa, no leyó el escrito hasta llegar a las afueras de pueblo, decía:
“Estimado compañero Leffebre, el sitio será la venta de Gutar y la hora, las tres de la tarde”. (Al píe la firma).
Llegaba antes del medio día al Puente Mocho, como no estaba Lucas, siguió hasta el molino donde vigilaba Santiaguino, los caballos seguían comiendo en el rastrojo. Se cambió el uniforme que llevaba por el del sargento de la guarnición de Villanueva que le quitaron al que mandaba los soldados que vigilaban el Santuario. Al terminar de vestirse le ordenó al menor de los Víboras:
         Ahora puedes ponerte el uniforme francés, cambiaré mi caballo por el requisado que te trajiste, el que he traído lo dejas comiendo, viene cansado. En cuanto me veas trasponer, te montas en Velintón y avisa a los de la partida que se vengan a este molino, aquí esperáis hasta que vuelva.
         ¿Venimos todos de uniforme? – lo de vestirse de francés le debía obsesionar, de ahí la pregunta.
         Es más seguro que no os los quitéis hasta el asalto, no creo que los guerrilleros os ataquen si os confunden con soldados franceses, aunque estén cerca, no se atreverán, por la proximidad del campamento de La Teja.
Llegó nuevamente al Puente Mocho, ya estaba allí Lucas, al que preguntó:
         ¿Qué has visto en el campamento francés?.
         Hasta una hora después de la salida del sol no se vio movimiento de soldados, estarían descansando del ajetreo de ayer. Observé tres parejas que hacían guardia, una en la puerta del cortijo, allí deben estar los prisioneros; otra pareja, junto a una tienda de campaña, la mejor, y la última, a la entrada del campamento.
         Vuelve al mismo sitio y espera hasta que salgan los soldados camino de Villanueva, antes lo haré yo, voy hablar con el comandante. Tan pronto veas salir la columna de soldados del campamento, coges tu caballo y vienes al molino donde estaremos esperándote.
Dando un rodeo se fue al camino que venía de Villanueva y al llegar junto a la pareja que hacía guardia en la entrada del campamento se bajó del caballo, diciéndole en su idioma a uno de los soldados:
         Le traigo un recado a vuestro jefe de parte de mi comandante, formo parte de la guarnición de Villanueva.
         Espera aquí, voy a avisar al sargento de guardia – le contestó el soldado.
No tardó en llegar el avisado al que explicó el motivo de su visita, los dos se fueron a la tienda en que hacían guardia dos soldados. Entró el sargento y al poco rato salió diciéndole que pasase. Encontró al comandante acompañado de un capitán y dos tenientes, el que aparentaba menos edad era Leffebre. Se cuadró ante ellos saludando al jefe y esperó que éste le dijera:
         Pase a posición de descanso, el sargento me ha adelantado que me trae un recado del jefe de la guarnición de Villanueva, pensaba hacerle una visita esta tarde.
         Le traigo una nota firmada por él – le contestó, entregándosela.
         En esta nota – dijo el comandante después de leerla –, sólo se me cita en una venta a las tres de la tarde, no dice el motivo de reunirnos.
         Mi comandante – respondió –, teniendo en cuenta que los bandidos asaltan los correos en el camino real que he traído, mi jefe no consideró prudente escribir el recado que le traigo.
         Entonces me lo dice de palabra – le respondió.
Como en una larga parrafada podía cometer incorrecciones al hablar francés, antes de explicar el motivo de su visita, dio la misma disculpa que en el despacho de Villanueva. Mientras exponía la acción conjunta contra los guerrilleros, dando toda clase de detalles, al unirse las tropas venidas de Infantes con las de la guarnición a la que pertenecía; observaba, por las caras ponían los franceses, que éstos se tragaban el engaño. Por lo que no le extrañó que al terminar, el comandante le ordenase:
         Sargento vuelva Vd. a su guarnición y le dice a su comandante que a las tres de la tarde estaré con mis soldados en la venta que me dice.
         A sus órdenes mi comandante, ¿me da su permiso para retirarme? – a lo que asintió bajando la cabeza.
Salió del campamento en dirección a Villanueva, cuando perdió de vista las tiendas de campaña, dando un rodeo, volvió al molino, estaban todos los hombres, menos Lucas que vigilaba la salida de los franceses. El pastor llegó pasado una hora, ya se habían cambiado de ropa el capitán y los de la partida, le informó al Diablo:
         Me quedé un rato más escondido al ver salir a los soldados al mando del comandante, iba delante de la columna, todos a caballo. Observé que se mantenían las tres parejas de soldados que hacían guardia en los mismos sitios que le dije.
         Eso quiere decir – intervino El Diablo –, que quedan en el campamento por lo menos 18 soldados, el triple de los que están de guardia para hacer los relevos. Tú Lucas no te pongas el disfraz, te encargarás de llevar los prisioneros, una vez rescatados, al cortijo de Sierra Morena y permaneces con ellos hasta que decidan marcharse. Los demás después del asalto, huiremos río arriba e iremos saliendo del cauce por los sitios donde no dejemos rastro.
Extendió un papel encima de la piedra del molino en el que se dibujaba el campamento, lo había hecho mientras esperaba a Lucas. Rodearon la piedra los hombres, a cada uno le fue señalando el sitio desde donde dispararía, a continuación les explicó:
“Habréis visto que junto al río no he señalado con una cruz el sitio de los tiradores, este límite lo cubrirá el fuego. Juan y Perico, dispararán flechas con sus ballestas al ribazo de la orilla del río, está lleno de broza seca, en la punta de las flechas pondrán torcía de candil empapada en aceite y las prenderán antes de lanzarlas. El fuego que provoquen se extenderá por el rastrojo donde están las tiendas, esto obligará a que salgan los soldados para apagar el incendio. En ese momento, yo dispararé a un soldado que hace guardia en la puerta del cortijo, el de la derecha, Roque lo hará al de la izquierda, esa será la señal para iniciar el tiroteo”.
“Como no tenéis parapetos disparáis cuerpo a tierra y no os levantaréis hasta que todos los soldados estén en el suelo. Lucas y yo, entraremos en el cortijo donde tienen encerrados los prisioneros, el pastor, los acompañará donde están los caballos, serán los primeros en salir del campamento, las cabalgaduras las dejaremos en una curva del río desde donde no se ve el campamento”.


– XX–

El plan se desarrolló como había propuesto El Diablo, las flechas/antorchas volaron por encima de las tiendas prendiendo el ribazo. Como hacía un calor sofocante, los soldados, buscando la sombra, estaban en el interior de las tiendas y los que vigilaban los prisioneros dentro del cortijo, no se enteraron del fuego que les amenazaba hasta oler el humo y oír el chisporroteo de las llamas.
El Diablo esperó para disparar a que saliera el primer soldado del cortijo, ya estaba formada una fila de hombres golpeando las llamas con sacos mojados. Habían dejado sus fusiles en el suelo, cuando los cogieron, seis soldados habían sido derribados, aparte de los dos que vigilaban los prisioneros. Aprovechando la segunda descarga para que los cubriera, El Diablo, seguido del pastor, corrieron hacia el cortijo, allí estaban los cinco prisioneros. Cuando se disponían a salir éstos con Lucas, entraron Roque y Santiaguico, portaban dos pesadas talegas, el primero le preguntó a D. Bartolomé Ibáñez:
         ¿Es éste el dinero que les sacaron esos canallas?.
         No falta una sola bolsa de las treinta que le entregamos – contestó después de contarlas, añadiendo –, pueden quedarse con ellas, ya las dábamos por perdidas.
         No – dijo El Diablo con rotundidad y no siguió hablando para que su amigo Bartolomé no reconociera la voz.
Uno de los prisioneros, Nicolás, cargó en sus espaldas la pesada talega que contenía las treinta bolsas con monedas de plata. Lucas esperaba que su jefe le diera la orden para partir con los rescatados, estaba en un rincón, hablaba con Roque en voz baja; nada más terminar, el silencio que se mantenía después del tiroteo se rompió al oírse un disparo. El Diablo salió corriendo del cortijo y el que había recibido las instrucciones, Roque, dirigiéndose a D. Bartolomé le comunicó:
         Mi jefe, El Diablo, me ha ordenado que Vd. y los cuatro que han estado encerrados en este cortijo se vallan con este pastor – señaló a Lucas –, a un cortijo de Sierra Morena, allí estarán seguros. Dentro de unos días, el muchacho que les acompaña irá a Beas, si el pueblo permanece tranquilo y no hay peligro de que vuelvan los franceses, podrán marcharse a sus casas. Los caballos que montarán son requisados, conviene que los maten cuando lleguen al camino real de vuelta a su pueblo.
         Así lo haremos, le dice a su jefe que le estaremos eternamente agradecidos – contestó D. Bartolomé.
El Diablo cuando se aproximaba al rastrojo quemado donde estaban sus hombres, vio que Victorio sujetaba a su hermano para que no cayese al suelo, a sus píes estaba el cuerpo de un sargento degollado, preguntó:
         ¿Qué ha pasado aquí?.
         El sargento permanecía en el suelo boca abajo – contestó Fausto –, se hacía el muerto, Fabricio le quiso dar la vuelta en el reconocimiento, el francés se revolvió y con su pistola que tenía escondida debajo del cuerpo le disparó en el pecho. Con el propio sable de ese canalla le corté el cuello.
         Marchad a por los caballos – ordenó.
Recogió el cuerpo de su lugarteniente de los brazos de su hermano que todavía mantenía en píe y poniéndolo con cuidado sobre la tierra, le levantó la cabeza para que pudiera respirar. El herido quiso hablarle, pero un vómito de sangre le salió por la boca, se ahogaba; no tardó en ponérsele la mirada vidriosa, el que lo sujetaba le cerró los ojos cuando estos quedaron inmóviles mirando al infinito. Se alejó unos pasos, no quería que el hermano y el cuñado del muerto, Roque, vieran que se le habían humedecido los ojos. Al oír los cascos de los caballos reunió a sus hombres y les dijo:
         En cuanto el comandante de Infantes se entere del engaño, saldrán tras nosotros, se cambian los planes de huida, nos iremos por el camino de Beas a Segura, es el más corto. Les será fácil seguir nuestro rastro a los que nos persigan, pero al mismo tiempo que huimos, les indicaremos a los franceses el camino de los montes donde se refugia la partida de Uribe. Así les haremos creer que han sido éstos los asaltantes del campamento.
         No está mal pensado Diablo esa estratagema – opinó su amigo Nino.
         Iré yo delante en mi caballo Velintón, me seguirán Roque y Victorio, entre los dos, el caballo que cargue el cuerpo de Fabricio, los demás a continuación. Tenemos que apretar las cabalgaduras, hasta que se haga de noche estaremos en peligro, cuando pase éste, nos quitaremos los disfraces.
Antes de llegar a Beas se desviaron para no pasar por el pueblo, subieron por las laderas que vertían sus aguas por la derecha al río que pasa por la villa. El Diablo sujetaba su caballo para que no se adelantase demasiado a los que le seguían, de vez en cuando volvía la cabeza para no perderlos de vista. Subiendo el puerto de Cañada Catena, vio a tres hombres que salían al camino, escondió las pistolas debajo de la blusa negra y estiró la manta de la montura para que no se viesen los dos fusiles que llevaba. Estaba a unos diez pasos de los hombres y uno de ellos, apuntándole con una pistola, le ordenó:
         ¡Baja del caballo!.
         ¿Se puede saber quien es Vd.? – preguntó.
         Me llamo Andrés de Diego, soy el lugarteniente de D. Juan Uribe y Vd., ¿cómo se llama? – le devolvió la pregunta.
         Los hombres de la partida que mando me llaman El Diablo.
         ¡Le he dicho que baje del caballo! – volvió a repetirle, añadiendo –, en cuanto ponga los píes en tierra, se quita el pañuelo rojo que le tapa la cara, si no lo haré yo.
Simuló el jinete que las espuelas se atrancaban en uno de los estribos, dando tiempo a que un disparo levantase el polvo del camino una cuarta por delante de las puntas de las botas del que le apuntaba con la pistola, al tiempo que un hombre escondido detrás de un pino gritaba:
         ¡Dejad las armas en el suelo!. ¡El de la pistola!, sí no lo hace, la próxima bala le entrará entre los ojos, es donde apunto – era la voz de Roque.
         Ya lo habéis oído – advirtió El Diablo –, el que os amenaza tiene fama de donde pone el ojo pone la bala.
Los hombres obedecieron, llegaron los de la partida y no les quitaron las armas, les podían hacer falta si tras ellos venían los franceses, pero El Diablo no le dijo nada sobre los que suponía que les estarían buscando y siguió el camino. Paró en el sitio conocido por el Contadero, también descansadero y abrevadero del ganado, estaba anocheciendo. Mientras su caballo bebía agua en un tornajo se quitó el disfraz.
Cuando llegó el resto de la partida, al ver a su jefe sin la vestimenta del Diablo, ellos también hicieron lo mismo. Ya como capitán les comunicó:
         Me adelantaré para llegar a Siles antes que Roque y Victorio, y preparar en secreto el entierro de Fabricio. Nino y Faustino – les ordenó –, os iréis por el camino más corto a los Baños del Tus, os lleváis los caballos requisados y dentro de una semana venir al campamento. Allí os vais el resto, donde seguiréis serrando maderas como si nada hubiera pasado. Como la noche está clara, sin apretar los caballos, vienen cansados, podréis hacer el camino.
         Capitán dentro de una semana estaremos Faustino y yo en el campamento, me vendrán bien los caballos de los franceses para aumentar los de mi yeguada – le respondió su amigo Nino.
De madrugada llegó a Siles, fue a la casa del tío Bullas, el padre de Fabricio, le explicó como había muerto su hijo. Con las lágrimas saltadas y conteniéndose para que no rodaran por sus mejillas, cuando vio que el informador había concluido, pronunció estas palabras:
         Estoy orgulloso de que mi hijo haya dado la vida por su patria. Si no le importa D. Pedro, puedo ocupar su puesto en la partida; todavía, a pesar de mi edad, montó a caballo y sé manejar un fusil como el primero.
         Tío Francesco, de la muerte de su hijo yo sólo soy responsable como jefe de los hombres que mando. Con su yerno Roque me comprometí, a que si se producía una muerte dejaría de ser el capitán. Los próximos días los pasaré con mi familia, tendré tiempo de tomar la decisión más conveniente en relación con continuar las acciones guerrilleras.
         Entonces, ¿no seguirán matando franceses y dejaran que saqueen los pueblos de la sierra como han hecho con los de Andalucía?.
         La experiencia demuestra, que aunque matemos franceses, estos se vengan arruinando los pueblos que dan refugio a los guerrilleros, como ha pasado en Beas. No le diga a su hijo y a su yerno que posiblemente dejaré de ser su capitán. Si le pregunta alguien por Fabricio, le dirá que nuevamente se ha incorporado al ejército, dentro de unos meses se dará la noticia de que ha muerto en combate.
Impresionado por la entereza y patriotismo del tío Bullas, se fue con él donde vivía el párroco. Tardó en abrirles la puerta y cuando lo hizo, venía revestido con estola y roquete, como era costumbre para administrar los santos óleos. Los visitantes le explicaron el motivo de porqué se debía hacer el entierro de Fabricio sin que nadie se enterara, el cura les respondió que lo guardaría como secreto de confesión. Acompañó al tío Bullas al cementerio, Pedro bajó al cortijo de Peñardera en busca de Roque y Victorio.
Los encontró amortajando el cuerpo del difunto, les costó vestirlo con el uniforme de sargento del ejército español, la rigidez y la postura en que lo habían traído en el caballo lo dificultaba. Con las primeras luces en un rincón del cementerio, el hermano y cuñado del muerto cavaron una zanja, todos palearon la tierra después de depositar el cuerpo, el párroco dijo los responsos. Cuando salían, Roque volvió sobre sus pasos, arrancó una cruz de madera de una de las tumbas y la clavó en la tierra removida.
De vuelta a Peñardera, Pedro propuso:
         Echémonos un rato mientras los caballos comen, como nosotros, están agotados; después que descansemos, salimos para la villa de Santiago, Roque. Ya sabes, para tu familia y la mía, venimos de gestionar la venta de madera en los pueblos murcianos.
         D. Pedro, no ha probado bocado desde que salió del cortijo/majada de los pastores; nosotros sí, el ranchero Santiaguico siempre lleva merienda.
         Al despertarme lo haré, no me entraría nada sólido por el gaznate, tengo la boca más seca que un rastrojo, si le daré un tiento a la bota para recuperar la saliva.
A pesar del cansancio tardó en conciliar el sueño, también por los ronquidos de Roque. Al levantarse encontró a Victorio en la puerta del cortijo, lloraba la muerte de su hermano, estaban muy unidos. Le repitió lo que le dijo a su padre de esperar unos meses para anunciar la muerte de Fabricio, después le ordenó:
         Despierta a tu cuñado y aparejáis los caballos, en cuanto salgamos, subes a Siles y busca hacheros para continuar la corta de los 300 pinos que nos faltan; con ellos, pasado mañana, te vas al campamento.
         ¿Cuántos hombres me llevó? – preguntó.
         No creo que encuentres más de media docena, los hombres útiles están en la guerra.
         Encima de la mesa le he dejado jamón, unas tortas de harina que he asado en la lumbre mientras dormía y la bota de vino.
Le acompañó Roque en el almuerzo y al terminar ambos salieron camino de sus casas. En la primera jornada llegaron a la aldea de Pontones, donde pasaron la noche y al medio día siguiente, dieron vista al barrio de las Cuevas de la villa de Santiago, una de las casas era la de Roque. Al despedirse el antiguo criado, le preguntó:
         Capitán, ¿qué hago con el dinero que le requisamos a los franceses?. Lo tengo guardado en mis alforjas y pensaba repartirlo entre los hombres de la partida.
         No me llames capitán, recuerda lo que te dije si se producía una muerte. En los días que pase con mi familia, tendré tiempo para pensar la decisión más conveniente sobre si continuamos las acciones guerrilleras. Respecto al dinero que me dices, dentro de una semana cuando nos reunamos con el resto de la partida se decidirá si se hace el reparto.
Dejó su caballo en la cuadra del mesón y entrando en su casa sólo encontró a su mujer, al abrazarlo, le desabrochó la camisa para besar el escapulario de la Virgen del Carmen, exclamando:
         ¡Virgen Santísima gracias por protegerlo!.
         Luciana, como te vean las niñas, pensarán que vengo de la guerra – le advirtió.
         Las niñas están con su abuela y su Antoñita en el río Zumeta, no tardarán en llegar, lo hacen todos los días, yo me quedo con los pequeños.
         ¿Hay otra novedad? – le preguntó.
         Ayer un propio de Siles nos trajo una carta de Pedro Juan , anunciaba que mañana estará aquí, Gregorio ha cerrado la escribanía por 15 días, para ir a la Sierra de Alcaráz a entrevistarse con el Comendador de la Orden de Santiago, está allí refugiado con otros miembros de la Junta de La Mancha.
         Me alegro que nuestro hijo venga, así podrá acompañarme a los Campos donde está el ganado, el precio de la carne está por las nubes a causa de la guerra.
         Pedro, ¡cómo eres!, nada más llegar, ya piensas en otro viaje.
No le contestó y besando a los pequeños subió a lavarse y cambiarse de ropa. Cuando bajó ya habían llegado las niñas, que abrazadas a su padre no le dejaban que saludara a Teresa y Antoñita.
Con la llegada de Pedro Juan la familia se completaba y a la madre se le notaba menos la cara de preocupación por la alegría de tener a su hijo en casa. Pero cuando le contó lo que se decía en los pueblos de la sierra sobre la partida de enmascarados, en un aparte le preguntó al marido:
         ¿Pedro no serás tú uno de los enmascarados?, dicen que el capitán se tapa la cara con un pañuelo como lo hacía El Maestre, tu padre.
         Ya conoces a los vecinos de los pueblos, les gusta más una leyenda que a los osos la miel – le contestó.
Subió a los Campos como tenía previsto, al día siguiente de llegar su hijo. Éste le informó, que el motivo de que fuese el escribano a entrevistarse con el Comendador de la Orden de Santiago, era conseguir de él una credencial a su nombre para que lo sustituyera. Gregorio pensaba, que tan pronto los franceses llegaran a Siles, lo harían preso para pedir un rescate como había pasado en Beas con su amigo D. Bartolomé Ibáñez; de estas cosas, el padre, daba la callada como respuesta.
Pedro Juan notaba en las conversaciones con su padre, que a veces no ponía atención a lo que le decía, cosa rara en él, como si estuviera pensando en otra cosa, no se atrevía a preguntarle de lo que se decía sobre la partida de enmascarados. Estaban los dos montados en los caballos para volver a su casa y le hizo la misma pregunta que su madre y casi con las mismas palabras.
El padre bajó del caballo, abrió la bolsa de cuero repujado y sacó el disfraz, recogió leña seca y pasto, puso la ropa encima, diciéndole a su hijo:
          Pedro Juan baja del caballo y prende la lumbre, no se me confundirá más con mi padre, El Maestre está muerto. Lo mismo que desde hoy estará el capitán de la partida de enmascarados, al que llaman El Diablo.
         Padre no era mi intención que me revelase el secreto, le he hecho la pregunta por comentar contigo lo que se dice en los pueblos.
         Haz lo que te he dicho y no se hable más de este asunto – contestó con sequedad.
Al bajar de los Campos pasaron por la casa de Roque, quería enseñarle a su hijo la madera almacenada en el corral, el socio le comentó sin que lo oyera Pedro Juan:
         Un arriero de Hornos me ha dicho esta tarde que han llegado a dicha villa noticias de que otra vez han entrado los franceses en Beas.
         Entonces Roque mañana salimos para el campamento, sospecho que al no encontrarnos los que nos perseguían, nuevamente se han vengado en los vecinos de dicho pueblo.
Cuando le dijo a su mujer que al día siguiente volvía al aserradero, Luciana con cara de indignación le respondió:
         La cuestión Pedro es no parar tres días seguidos en casa y no me digas que necesitamos dinero como siempre haces, para ti las maderas son más importantes que tu familia.
         No es ese el motivo Luciana, Roque me ha dicho que otra vez los franceses han entrado en Beas; si se han retirado del pueblo, puede que me acerque, tengo allí muchos amigos y entre ellos, el fraile que nos casó, el padre Efrén.
         Si lo convencieras para que se venga aquí donde estaría seguro, me darías una gran alegría. ¡Pobres Carmelitas si esos salvajes han entrado en el convento! – exclamó.
En el campamento, estaban todos los hombres de la partida, excepto Nino y Faustino que llegarían al día siguiente, por la mañana había venido Lucas, el pastor, que no le había informado a los demás de las noticias que traía y entró con el capitán en una tienda, le contó los pasos que había dado desde el cortijo de Sierra Morena de esta forma:
“D. Bartolomé a los cuatro días de estar encerrados en el cortijo, me propuso que fuera a Beas para enterarme de lo que pasaba en su pueblo. Yo le obedecí como Vd. me ordenó, fui a la villa, todavía humeaban las casas y otros edificios que quemaron los franceses el 24 de agosto, el día antes de mi llegada se retiraron. En las calles se mantenían las brasas de las hogueras en las que quemaron los muebles y todo lo que podía arder. También quemaron cuatro iglesias y entre ellas la Parroquial, sólo se salvó la de las Carmelitas, decían que había sido un milagro. En el pueblo sólo encontré a ancianos, mujeres y chiquillos, me contaron que no quedó una casa por registrar y al tiempo que lo hacían, lo destrozaban todo”.
Impresionado por lo que le contaba el pastor, le interrumpió para preguntarle:
         ¿Fue la expedición de Infantes la que hizo esos desmanes?.
         Antes de llegar a Beas, me acerqué al campamento de la Teja, con precaución para que no me vieran, allí no quedaba más rastro que el rastrojo quemado. Los que entraron en el pueblo, según me contaron, fue una expedición de Jaén, la formaban más de 1.000 soldados de caballería.
         Continúa el relato Lucas – intervino el que le escuchaba, se le notaba en la cara la impaciencia por conocer con detalle lo sucedido.
“Si de los dos saqueos anteriores se había librado la Iglesia Parroquial, no pasó lo mismo, como le he dicho, en el de hace unos días. Entraron a saco en el lugar santo, le quitaron la ropa de seda a las Vírgenes, toda tela que tuviera un bordado de oro o plata se la llevaron y entre ella, los ornamentos sagrados, terminando por hacer añicos todas las imágenes. Lo mismo repitieron en los conventos de monjas que llaman de las Franciscas y las Carmelitas, aunque éste no ardió, los vecinos me repetían que fue un milagro”.
Se dio un respiro el relator para echarse un trago de vino de la bota, diciendo que se había quedado sin saliva y prosiguió:
“Las mujeres, cuando les preguntaba algún detalle sobre lo sucedido, se echaban a llorar; una de ellas, me dijo que habían quedado vacías las casas, no les quedaba nada para llevarse a la boca. ¿Qué les voy a dar de comer a mis hijos?, me preguntó. Como no podía contestarle, me dio ella la respuesta diciéndome: aquí estoy barriendo la calle para recoger el poco grano que dejaron los caballos. De los saqueos anteriores, sólo nos quedaba el que teníamos escondido de simiente, dieron con él y lo esparcieron por las calles para que se lo comieran las caballerías. D. Pedro – terminó el pastor –, han arruinado al pueblo”.
         Lucas, temo que nosotros somos los causantes de esa ruina, los franceses entraron en Beas para vengarse de lo que les hicimos en el asalto al campamento de la Teja.
         Capitán lleva Vd. razón, eso mismo me repetían los vecinos con los que hablé. Aunque no fueran las tropas de Infantes las autoras del desastre, éstas, según me dijeron, salieron tras nuestra partida y llegaron hasta Cañada Catena, de allí no pasaron. Se enteraron que la partida de D. Juan Uribe a la que consideraban autora del asalto, se había cambiado de sierra, marchándose a la de Las Villas.
         Por cierto Lucas, ¿qué hicieron los de Beas que rescatamos?.
         Al contarle lo que pasó en su pueblo, todos a una, decidieron volver a éste. Los acompañé hasta el camino real, allí bajaron de los caballos y cumpliendo su orden, le di un tiro en la cabeza y estiraron las patas. Lo hice en un sitio que tardarán en encontrar los restos, aunque el vuelo de cuervos y buitres les indicará a los franceses donde se encuentran los huesos.
         Le dices a los demás de la partida que esta madruga salgo para Beas, no les cuentes lo que ha pasado en esa villa, sólo que los franceses nos siguen buscando y quiero enterarme dónde lo hacen. En cuanto vuelva, ya habrán llegado Nino y Faustino, celebraremos la reunión que os prometí. Que Santiaguico me traiga algo pera cenar; inmediatamente que lo haga me acostaré. Dar un buen pienso a mi caballo, mañana le espera una larga caminata.
Amanecía cuando Pedro daba vista a la aldea del Ojuelo, un pensamiento no se le iba de la cabeza, ¿le habría pasado algo al padre Efrén?. El fraile carmelita había sido su profesor en el Colegio de Niños de Beas donde estuvo interno, también fue el confesor de su padre y el que ofició su boda; era como de la familia, así se lo había dicho él muchas veces. Sabía que los veranos los pasaba en el convento/cenobio del Calvario, según decía, no resistía los calores de la hoya de Beas. Esto le tranquilizaba, pues si como suponía, no se encontraba en la villa cuando entraron los franceses, no le habría pasado nada.
Era medio día, llegaba al sitio conocido por Vista-alegre, desde donde se divisaba abajo el pueblo de Beas. Bajó por la calle del Toledillo hasta la Villa Vieja, sólo quedaban los muros ennegrecidos de la ermita de la Virgen que se veneraba como Patrona, era el primer resto que veía del paso de los franceses por el pueblo.
Siguió bajando por una empinada cuesta a píe, era peligroso hacerlo a caballo, hasta que se topó con las ruinas de la Iglesia Parroquial, quedaban solo los muros de sillería, la esbelta torre adosada a ella seguía en píe. A unos pasos se encontraba el convento de las Carmelitas donde entró y puso en el torno una bolsa de monedas de plata, girándolo al tiempo que decía:
         ¡La paz de Dios sea con ustedes Hermanas!
         ¡Dios se lo pague!. ¿Quién es el ángel que nos auxilia? – preguntó una voz distinta a la que contestó el saludo.
         Me llamo Pedro Martínez, vengo en busca del padre Efrén, ¿está en el convento?.
         D. Pedro soy la Priora – se oyó la misma voz que hizo la pregunta –, el padre Efrén nos ha hablado mucho de Vd. y de su esposa Dª. Luciana. No se encuentra aquí, está en casa de D. Sebastián Berrio, le dio un síncope cuando vino del Calvario y vio los desastres causados por los franceses. Hasta perdió el sentido y nosotras creíamos que se nos iba.
         Me lo imagino madre – le interrumpió –, como sabe, padece del corazón y si no se le paró al contemplar el desastre, espero que todavía le queden muchos años de vida.
         ¡Dios le oiga! – exclamó, continuando –, estamos esperando que se recupere y en cuanto pueda dejar la cama donde yace, vendrá por nosotras. Quiere llevarnos a un convento donde estemos seguras, en nuestras oraciones pedimos que no vuelvan los franceses. Esos enemigos de Dios serían capaces de derribar a cañonazos nuestra Iglesia y el convento que milagrosamente se libraron del fuego.
         Madre Priora, ¿cómo es posible que su iglesia y el convento se libaran de las llamas?
         Se lo cuento D. Pedro:
“Vino al locutorio D. Sebastián Berrio para decirme que los franceses prendieron fuego a las cuatro iglesias del pueblo, a la nuestra ya habían entrado destrozando las imágenes y llevándose los vasos sagrados y los ornamentos. Nosotras, muertas de miedo, vimos estos desmanes desde la celosía que separa la iglesia de la clausura; a ésta no entraron, debían saber con la pobreza que vivimos y que no teníamos nada de valor. Bueno, sí teníamos unos documentos de valor inapreciable, los escritos de San Juan de la Cruz, se los di a D. Sebastián para que los escondiese. Puede que también pensaran al no entrar en el convento, que éste ardería al propagarse el incendio de la Iglesia Parroquial, pared por medio de esta Santa Casa”.
Se tomo un respiro la Priora y después de oírse un suspiro detrás del torno de la monja que la acompañaba, continuó:
“Desde la azotea vimos como el voraz incendio se propagaba a este Santo Convento y que el fuego quemaba los restos del saqueo esparcidos por la placeta entre la torre y nuestra iglesia, estábamos seguras que ésta también ardería, las llamas ya entraban por rejas y ventanas. La Comunidad llena de fe de amor y veneración a nuestra Venerable Madre María de San José, que fue la que a costa de inmensos trabajos, sacrificios y desvelos, pudo edificar la hermosa Iglesia del Convento, acudió a su intersección y poder ante el Señor; y subiendo en unas parihuelas su santo cuerpo, que casi entero se conserva, lo pusimos en las cámaras enfrente de las llamas”.
Interrumpió el relato la Priora para seguirlo con esta exclamación:
“¡Oh prodigio admirable!. Al instante las llamas se apagaron y murieron, ante los venerables restos de tan Santa Madre, como lo es Nuestra Venerable Madre María de San José. De este milagro fue testigo toda la villa y dan testimonio de ello las paredes de la Iglesia y el Convento ennegrecidas. Bien podía llamarse a esta Iglesia, Iglesia Milagrosa”. –  Concluyó la Priora.
         ¡Madre, me deja Vd. impresionado! – exclamó Pedro, añadiendo –, verdaderamente fue un prodigio como se apagó el fuego. Me voy a casa de D. Sebastián Berrio a visitar al padre Efrén.
         Quiera Dios que ya esté repuesto, ayer la demandadera nos trajo buenas noticias de su salud y un recado del padre, está preparando una recua de burros para irnos con él. Si vuelven esos enemigos de Dios, son capaces de destruir a cañonazos lo que se salvó del fuego gracias a Nuestra Venerable Madre – volvió a repetirle.
Salió del convento para ir a la casa de D. Sebastián, llamó a la puerta y le abrió éste, exclamando:
         ¡Bienvenido sea D. Pedro!, esperaba su visita, el Padre Efrén, tan pronto mejoró, me dijo que en cuanto se enterara de lo que ha pasado en este pueblo vendría. Sabía que se fue de Siles a Santiago con su familia; hizo Vd. bien, allí no creo que lleguen esos salvajes. ¿Ha visto el desastre causado?.
         Todavía no he tenido tiempo, sólo las ruinas de la ermita de la Villa y de la Iglesia Parroquial. Vengo del Convento de las Carmelitas, la Priora, me ha contado el prodigio que ella llama milagro. ¿Cómo se encuentra el Padre?.
         Hoy es el primer día que se levanta, no le hable Vd. del milagro, puede repercutir en su salud. Está en la cocina transcribiendo los escritos de San Juan de la Cruz que me dieron las mojas para que los escondiese.
Una hora estuvo hablado con su antiguo profesor y confesor de su padre, no abordaron los desastres producidos en Beas, pero sí le dijo el carmelita su proyecto con estas palabras:
         Pedro, D. Sebastián protector de las monjas, tiene preparado una recua de burros para irnos de este pueblo, tan pronto me recupere y pueda hacer el camino a píe, como lo hacía San Juan de la Cruz, nos marcharemos. Las monjas irán en los burros como vino Santa Teresa a Beas.
         ¿Qué camino seguirán?, los únicos que están libres de franceses son los de Levante.
         Seguiremos la mima ruta por donde vinieron los dos santos, atravesáremos Sierra Morena y cruzando La Mancha llegaremos a Castilla, allí buscaremos un Convento que quiera acogernos.
Cómo vio decidido al fraile, no le advirtió de los inconvenientes que podían encontrar en el viaje, ni tampoco le animó a que lo hicieran. Cuando le daba noticias de su familia, se presentó en la cocina D. Sebastián diciendo que la mesa estaba preparada para el almuerzo. El Padre apenas probó bocado y nada más terminar de comer fue acostarse.

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